La diversión como brazo armado del “Qualunquismo”

  • 07/09/2025 00:00
La actitud indiferente y apática hacia los problemas sociales, desinterés hacia cualquier ideología y/o formación política, no solamente no ha desaparecido, sino que es uno de los aspectos más preocupantes de las sociedades actuales

“Qualunquismo”, palabra de la jerga política italiana difícilmente traducible con un solo término en español. Se me ocurre uno, en uso en Guatemala, pero siendo pesadamente vulgar... no reproducible aquí.

Contrariamente a lo que podría imaginarse, el Qualunquismo fue un movimiento político real, iniciado por un periodista después de la segunda guerra mundial el cual, queriendo interpretar el sentir del hombre común después de los destrozos de la guerra, lanzó de las páginas de su periódico proclamas a favor de una total indiferencia hacia los valores éticos y morales que habían sido base de la Resistencia, valores como la democracia y la solidaridad entre otros.

El movimiento en cuanto tal tuvo vida breve, y su fundador regresó al anonimato. Sin embargo, no sería difícil demostrar que el Qualunquismo como actitud indiferente y apática hacia los problemas sociales, desinterés hacia cualquier ideología y/o formación política, sobre todo en estos últimos decenios, no solamente no ha desaparecido, sino que es uno de los aspectos más preocupantes de las sociedades actuales.

Degeneración de la industria de la diversión

Queremos concentrarnos aquí en el papel de las producciones cinematográficas y audiovisuales con finalidades de diversión, en la difusión y radicalización del Qualunquismo. Actualmente asistimos a una “polarización” de los géneros: los productos mediáticos o están dirigidos a un público infantil, con altos grados de cursilería y con un mensaje “positivo” casi siempre resumible en: “¡Si persigues con fuerza tus sueños, vas a encontrar el éxito!” amen de las condiciones sociales, los niveles de explotación y la marginalización étnica. O, al contrario, son historias con altísimos grados de violencia.

Violencia a veces absolutamente no necesaria al desarrollo de la historia, con picos horrorosos de imágenes explicitas, a las cuales hacen digno contorno las actuaciones de los actores: gestos y expresiones duras, implacables, sin ninguna exteriorización de empatía.

En las obras de un Federico Fellini, un Akira Kurosawa, un Ingmar Bergman, un Pier Paolo Pasolini... por más que las temáticas fueran complejas o dramáticas, desde un adolescente hasta la persona madura, en base a las propias vivencias culturales, podía encontrar motivos de reflexión y enriquecimiento, sin tener que salir del cine embarrado de sangre o golpeado por imágenes petrificantes.

La construcción de la insensibilidad social

¿Qué diseño hay detrás de la extremización de la violencia? (Y también del erotismo pudiera agregarse, pero eso sería objeto de otro análisis). El fenómeno es particularmente observable en las series (por ejemplo, las de Netflix). En estas se dan fundamentalmente tres subgéneros:

las cómico-ligeras;
las de fantasía / mundos histórico-fantásticos;
las de misterio-policiaca-violentas.

Ocupemos en particular de estas últimas, que entre paréntesis parecen ser la mayoría.

Digamos que el patrón es casi siempre el mismo: un esquema de historia que pude ir desde los más elemental hasta lo bastante ingenioso en cuanto a su punto de partida; unos personajes extremos, con caracteres insondables y obscuros; unas ambientaciones escenográficamente impactantes, fotografía superba; movimientos de cámara muy dinámicos; actuaciones más que notables. O sea, capacidades técnicas de muy alto nivel en todos los aspectos que conlleva una producción audiovisual. En síntesis: productos formalmente excelentes, apoyados en contenidos pobres, caóticos, insustanciales, repetitivos, estandarizados.

Construimos la realidad a través del cuento que de ella misma hacemos

El crítico Gianni Celati nos ofrece un concepto muy estimulante: “El mundo exterior necesita ser observado y contado para lograr existencia”. Explicamos y contamos la realidad para que exista; y la realidad se transforma, deviene en otra cosa distinta a través del cuento que de ella hacemos.

El instinto de narrar es radicado en el ser humano desde la lejana prehistoria, y las representaciones de la realidad con las cuales entramos en contacto juegan un papel central en la construcción de nuestra personal visión del mundo y de nosotros mismos.

Los productos culturales (literatura, cine, arte, danza etc.) nos trasmiten los instrumentos y los códigos para la elaboración de nuestra identidad, modelos de acción, comprensión de fenómenos complejos, y sensibilidad emocional.

El Arte nunca es mera representación de la realidad: es, en esencia, construcción de realidades. No registra la realidad en una imagen fija, no se limita a la descripción, sino que construye, agrega códigos de interpretación, construye mitos, moldea ideologías. La grande literatura no tiene ciertamente el objetivo de resolver problemas, pero sí desentierra contradicciones, obligándonos a la reflexión sobre las mismas, y la condición humana en general.

El público como mediador y transmisor activo

En estos escenarios, el lector o el espectador es un mediador –en cuanto relaciona los mensajes con sus vivencias culturales, procesándolas - y un poderoso canal de trasmisión en cuanto refuerza y difunde los mensajes, elaborando nuevas perspectivas. En palabras de Ítalo Calvino, “El cine (pero la imagen vale para todas las ramas del arte) es como una lupa capaz de mostrarnos la cotidianeidad a la cual normalmente no prestamos atención”.

Sobre todo, las artes visuales, nos dan oportunidades de incalculable valor para observar cambios estructurales; consecuentemente, su estudio desde la perspectiva de las ciencias sociales es muy necesario para comprender los fenómenos sociales y en específico la propagación de la violencia.

Las dos diferentes interpretaciones posibles

Existen por lo menos dos líneas de análisis sobre los efectos de las temáticas e imágenes violentas en los espectadores.

Hay teóricos que sostienen que la representación de la violencia que pretende provocar un placer estético en los espectadores (y que de hecho lo provoca, de otra manera esos productos no serían tan populares), es un mecanismo que desensibiliza a las personas, las vuelve más tolerantes hacia la violencia, en cuanto la normaliza y la torna “bella”.

La persona que disfruta de historias violentas, que comenta con bromas y admiración hazañas de crueldad extrema –- bajo el paragua, “que eran escenas de cine o de videojuegos, que no era verdad”—, en realidad estará más predispuesta hacia la agresividad. Absorbe una influencia cultural que objetivamente, en mi opinión, desensibiliza y deshumaniza.

Pero, de otro canto, hay críticos que consideran los contenidos violentos como elementos de catarsis, en el sentido que permitirían en los espectadores un desahogo inofensivo a los impulsos agresivos, latentes en cada ser humano.

Aquellos que evalúan las temáticas y las escenas de violencia desde un punto de vista estrictamente estético, sostienen que aun las más cruentas y chocantes “no son reales”, son obras de fantasía, son espectáculo, diversión, metáforas, catarsis necesarias, comparables con las obras del teatro isabelino o de las tragedias griegas.

A pesar de no ser especial conocedora del teatro isabelino y de las tragedias griegas, me atrevo a decir que la comparación es algo desatinada... La estetización de los elementos de horror y del sufrimiento humano, la puesta en escena de efectos fantasmagóricos, en los productos visuales de hoy en día, aparentemente eliminan los aspectos dolorosos –porque no son “reales”-; pero en efecto funcionan como una invitación a la aceptación de las guerras, de las torturas, de la eliminación física de un ser humano como un hecho cotidiano y tolerable. Invitación al “no me importa” frente a cualquier horror.

La discusión queda abierta: ¿La puesta en escena y la “estetización” de la violencia inhiben la misma en los espectadores o la promueven “normalizándola”? Yo, lamentablemente, me inclino hacia la segunda hipótesis.

La autora es Doctora en Materias Literarias de la Universidad de Bologna, Italia. Ha sido docente de Sociología y Lengua Italiana en la Universidad de Panamá.

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