• 24/06/2025 00:00

Panamá y su paradoja hídrica: abundancia desperdiciada

Panamá es un país con una riqueza hídrica excepcional. Con más de siete meses de lluvias al año y una precipitación promedio de aproximadamente 2.500 mm —muy por encima del promedio mundial—, nuestro territorio se sitúa entre los siete más lluviosos del planeta.

Esta abundancia pluvial constituye la base esencial que permite la operación del Canal de Panamá, el cual vierte al mar entre 1.800 y 2.000 millones de metros cúbicos de agua dulce cada año. En contraste, el consumo total de agua potable por parte de toda la población nacional ronda los 400 millones de metros cúbicos anuales, es decir, cinco veces menos que lo que utiliza el Canal.

Frente a esta considerable disponibilidad, resulta legítimo preguntarse: ¿cómo es posible que el acceso a este recurso vital no esté garantizado para toda la ciudadanía en el llamado “país de los millones”? ¿Cómo se explica que en zonas cercanas a la capital —e incluso dentro de ella— no se pueda asegurar la disponibilidad del agua cuando se necesita? Y más preocupante aún: ¿cómo hemos llegado a la actual crisis que afecta a las provincias centrales, donde el agua escasea o, cuando está disponible, no es apta para el consumo humano? ¿Cómo se puede explicar esta paradoja?

La contradicción en Panamá alcanza niveles que bordean lo absurdo, una especie de tragicomedia institucional.

Para responder estas incómodas preguntas, ¡no es necesario subir al estrado y, como Émile Zola en 1898, gritar J’accuse...! Señalando al Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales (Idaan) por su deficiente gestión. Esta institución es, en realidad, un reflejo del deterioro en el manejo de lo público por parte de las autoridades. Tampoco es justo culpar únicamente a los gobiernos de turno —Mulino, Cortizo, Varela, Martinelli— ni a todas las administraciones desde la fundación del Idaan en 1961. No sería correcto.

El origen profundo de esta crisis institucional radica, en gran medida, en la pérdida de valores por parte de los distintos actores del país: políticos sin vocación de servicio, que ven al Idaan como un botín político más que como una responsabilidad nacional; empresarios sin escrúpulos, que priorizan sus ganancias y contaminan los ríos con desechos tóxicos, y también nosotros, los ciudadanos, que instalamos conexiones ilegales o evitamos pagar por el servicio, motivados por el ahorro individual, sin pensar en el bienestar colectivo. Todo ello evidencia una indiferencia generalizada hacia esta institución.

Debemos exigir un servicio digno, pues es nuestro derecho. Pero, así como pedimos cuentas a las autoridades, también debemos asumir responsabilidades. ¿Cómo podemos siquiera explicar que la morosidad con el Idaan ronde los 100 millones de balboas? ¿Cómo se puede excusar que en algunos sectores más del 50 % de los usuarios estén en mora? La cultura del no pago está tan arraigada en nuestra sociedad que, en muchos casos, ya no somos capaces de reconocer el daño que eso genera.

Incluso el desgobierno que tolera las deficiencias en la facturación, la falta de cortes —por razones políticas o simple negligencia—, la incapacidad para diseñar un sistema justo donde los usuarios responsables no subsidien a los morosos, y la normalización de la ineficiencia, revelan un liderazgo débil y, en algunos casos, cómplice. Prueba de ello fueron las palabras del director del Idaan en Azuero, quien reconoció públicamente que el agua distribuida en la región no es apta para el consumo humano, ni siquiera para cocinar o fregar. ¿De qué sirve un recurso que no es potable y puede poner en riesgo la salud pública?

Por ello pregunto: ¿Dónde quedó la vergüenza?

Todos estos factores han debilitado la misión con la que fue creada esta entidad. De poco sirven los buenos deseos o el genuino interés de muchos en garantizar el acceso al agua si no tomamos conciencia del privilegio que reepresenta vivir en un país bendecido por la naturaleza. Panamá, a diferencia de otras naciones que enfrentan severas sequías, posee el recurso hídrico en abundancia. El problema no es la falta de agua: es la falta de gestión, de ética y de voluntad nacional para cuidar un bien tan vital.

La paradoja hídrica que vive Panamá no se explica por falta de agua, sino por una deficiente administración, una cultura de irresponsabilidad y la ausencia de un compromiso real por parte de todos los actores involucrados. La abundancia natural que caracteriza al país pierde valor si no se traduce en acceso equitativo y sostenible para la población. Por ello, se necesita de manera urgente un cambio profundo que involucre tanto a las autoridades como a los ciudadanos, promoviendo la gestión eficiente, el respeto por el recurso y una ética colectiva que garantice que el agua, un bien vital, llegue a todos quienes la necesitan. Solo así se podrá superar esta contradicción que hoy limita el desarrollo y bienestar nacional.

*El autor es comunicador social y estudiante de derecho
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