• 15/09/2023 00:00

¿Qué fue lo que nos pasó?

“[...] no debemos perder las esperanzas. Ojalá que la humanidad pueda recapacitar, aplicar los correctivos correspondientes, enderezar el camino y que juntos podamos soñar para lograr un mundo más feliz, [...]”

Es sorprendente, por decir lo menos, todo lo que nos está enseñando el telescopio James Webb sobre los orígenes del universo, la formación de los planetas y la de nuestra casa, la Tierra. Han transcurrido millones de años para que la maravilla de la evolución, con la ayuda de la mano Divina, transformaran la materia cósmica y se pudieran crear las condiciones necesarias para que naciera la vida.

¡Y cuánto hemos progresado! Para poner las cosas en contexto, hace 100 años, probablemente, muy pocos podrían haberse imaginado todo el avance y el recorrido por el cual hemos atravesado. El progreso de la ciencia, la innovación, el ingenio, la perseverancia y tenacidad de la humanidad nos han permitido alcanzar objetivos impensables. En este mundo contemporáneo, ya podemos ir a pasear por el espacio y también hay gente hablando sobre la posibilidad de llegar a Marte. Tenemos carros eléctricos y algunos que nos transportan sin tener que manejarlos. En 1980 nadie tenía un celular. Hoy ya casi han reemplazado a las PC y no necesitamos estar sentados en un escritorio para tener acceso al internet y navegar. En el mundo de hoy, ya todo es móvil y puedes acceder al universo de la web desde cualquier lugar. La inteligencia artificial (IA) nos ha puesto a reflexionar sobre lo que viene. Robots pensando por uno y haciendo cosas que siempre estuvieron reservadas para los humanos. Hay gente que piensa, con temor, que en un futuro no muy lejano, hasta nos podrían reemplazar. La medicina ha evolucionado al punto de que la esperanza de vida es cada vez mayor. Los científicos avanzan en múltiples experimentos sobre el genoma humano, que tienen como objetivo primordial encontrar la cura para las enfermedades que nos afectan.

Es difícil pensar en una sociedad sin papel. Cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta (circa, 1450), contribuyó de manera directa para que el conocimiento humano pudiera difundirse de forma masiva por todos los confines de la Tierra. Y, a pesar de que en el futuro inmediato no va a desaparecer, cada vez usamos menos papel para transmitir el conocimiento. Wikipedia es un buen ejemplo. Ya no es necesario poseer enciclopedias con decenas de tomos pesados y de la letra chiquita. El láser, la fibra óptica, las fotocopiadoras en 3D, el blockchain, el G5, los microchips y semiconductores, son avances tecnológicos de una envergadura tal, que impactan de manera directa para facilitar las telecomunicaciones a nivel mundial.

Lamentablemente, así como hemos avanzado, también nos preocupan situaciones delicadas que se asoman en el horizonte. Aunque parezca una contradicción, los avances de la humanidad producen condiciones que, de no atenderse, podrían acarrear consecuencias muy negativas. A manera de inventario podemos señalar: el cambio climático, la sobrepoblación, pérdida de la biodiversidad, la crisis alimentaria, la falta de agua, la extinción de muchas especies, la deforestación, el crecimiento no planificado de los centros urbanos, la brecha digital, la desigualdad y la pobreza; son ejemplos de situaciones que, como dijimos, nos preocupan, puesto que no podemos darnos el lujo de fracasar en los mecanismos de supervisión, control y solución de los mismos. Lo que tenemos que evitar a toda costa, es que, al final del camino, la humanidad enfrente serias dificultades para adaptarse a lo que viene.

Y es que lo que se vislumbra tiene, además, un ingrediente complejo y peligroso: la política. Para nadie es un secreto que la humanidad se encuentra en modo de confrontación. Experimentamos una lucha de las grandes potencias por un armamentismo desmedido para tratar de imponer formas de pensar de unos sobre otros. Es, además, una lucha evidente por la dominación de los factores de producción de materias primas en general y de ciertos minerales clave en particular. La lucha por la obtención de estos está causando severos conflictos en diferentes países productores frente a los que se quieren beneficiar de su explotación.

Y a todo ese “cóctel” hay que sumarle la confrontación de dos poderosos, los Estados Unidos y China. Se trata de la vieja rivalidad Oriente vs. Occidente, que conlleva entremezclada una pugna ideológica entre dos sistemas políticos. Uno, el comunista, dominado por la supremacía del partido (PCC) sobre todos los aspectos de la vida en China. Un control absoluto sobre los medios de comunicación, sobre las distintas corrientes religiosas y en donde prevalece la censura, la falta de libertad de pensamiento, constantes violaciones a los derechos humanos y desde la llegada de Xi Jinping, hace 10 años, se nota una creciente influencia y control del partido sobre el funcionamiento de la economía.

Por el otro lado, en Estados Unidos, existe un sistema democrático dominado por el bipartidismo y en donde prevalece la hegemonía del mercado en un sistema liberal que, en teoría, debería ser más eficiente en la asignación de los factores de producción al mejor estilo de la famosa “mano invisible”, como bien lo describió Adam Smith en su obra cumbre, “La riqueza de las naciones” (1776).

En este sistema, prevalece el respeto a los derechos humanos, a la economía de libre mercado, a la separación de los poderes y, por sobre todas las cosas, un sistema en donde los bienes de producción están en manos privadas.

Las confrontaciones por las que hoy atraviesa la humanidad parecen haber contagiado a la gran mayoría de los países. Y Panamá, no escapa a esa realidad. Nos estamos peleando por tantas cosas y estamos asumiendo riesgos innecesarios por tratar de imponer, por la fuerza, la forma de pensar de unos contra otros. O por lo que es peor, con el único objetivo de llegar al poder. El peligro de una conflagración mundial es inminente. Sus consecuencias son impensables y con seguridad alterarían la geopolítica y el orden mundial como lo conocemos. Sorprende que lejos de aplicar todo el ingenio, la tecnología y la ciencia para mejorar la calidad de vida de las grandes mayorías, todo parece indicar que nos abocamos a todo lo contrario. Ese “quítate tú para ponerme yo”, no ha hecho más que propiciar el descontento, alejarnos del consenso, del respeto a las ideas y a la forma de pensar de las mayorías. Al final del camino, habría que preguntarnos, ¿qué fue lo que nos pasó?

Ante esta realidad, no debemos perder las esperanzas. Ojalá que la humanidad pueda recapacitar, aplicar los correctivos correspondientes, enderezar el camino y que juntos podamos soñar para lograr un mundo más feliz, en donde el mayor número de personas pueda alcanzar los más altos niveles de bienestar. ¡Que así sea!

Economista
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