• 11/04/2024 13:19

Periodismo y clérigos en la Gran Guerra

La presencia de los religiosos en la guerra facilitó un cambio en las relaciones entre los hombres de Iglesia y la población francesa

La Gran Guerra (1914-1918) produjo una figura nueva y desconocida en América Latina, el reportero o corresponsal de guerra. En esa tarea destacaron, entre otros, el argentino Roberto J. Payró, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, el brasileño Manuel de Oliveira Lima.

Payró escribió para “La Nación” de Buenos Aires desde el primer día de la conflagración mediante entregas periódicas que brindaban al lector una visión distinta de los hechos de aquella que relataban las agencias Reuters y Hava. Su columna se llamó “Diario de un Testigo” y su texto más conocido es aquél donde relata “las ejecuciones sumarias de diplomáticos argentinos acreditados en Bélgica a manos de la fuerza de ocupación alemana: la del vicecónsul argentino en Dinant, Rémy Himmer, fusilado por los alemanes en agosto de 1914 y de Julio Lemaire, vicecónsul y canciller del consulado general argentino en Amberes, muerto por una bomba alemana dos meses después” (Ojeda, 2014)

Gómez Carrillo fue el principal corresponsal para Centroamérica, Panamá y Perú que, entre otras tareas, “cubrió las extensas jornadas de negociación [del Tratado de Versalles] cuyas notas, resúmenes y comentarios se leían en Latinoamérica y España. En Lima, Gómez fue conocido por su saga en cinco tomos “Crónicas de Guerra” publicadas entre 1915 y 1922. Y en el mundo del cine, su libro “El misterio de la vida y la muerte de Mata Hari” fue llevado a la pantalla grande bajo el título “Mata Hari” en 1927” (Raffo, 2023).

Oliveira Lima era el embajador de su país en Gran Bretaña y publicó para “el diario paulista O Estado de São Paulo una columna semanal titulada “Ecos da guerra”, la misma que pese a las constricciones propias de la censura de guerra, ofreció al público brasileño una visión alternativa a la de las agencias de prensa europeas, que habían ejercido hasta entonces el monopolio de la información en la América Latina” (Compagnon, 2007, citado por Ojeda, 2014).

Entre las muchas historias que relataron los tres periodistas de guerra están las referidas al compromiso de los sacerdotes-soldados que brindaron apoyo espiritual y emocional a numerosos combatientes de los ejércitos aliados, particularmente a los del ejército francés. Los tres destacaron a los Hermanos Maristas y a los Hermanos de las Escuelas Cristianas o Lasallistas aunque, respecto a los que vinieron de América Latina debe acotarse que “nunca fue documentado el destino singular de los misioneros franceses instalados en México desde 1901, que tuvieron que obedecer la movilización general” y entrar en las trincheras de primera línea (Foulard, 2018).

“Cuando los religiosos movilizados regresaban a Francia [eran] enviados al frente, destinados a los diversos servicios auxiliares (fábricas, censura, transportes, etcétera) o empleados como camilleros y enfermeros, reanudando de esta forma la función primordial que se les había asignado a lo largo de las guerras anteriores (...) pero los Hermanos Maristas, como los demás conscriptos, hicieron las campañas de la Marne, de Flandes, de Ypres, de los Dardanelos y de Verdún” (Foulard, 2018).

En 1925 fue publicado el libro “La prueba de sangre. Libro de Oro del Clero y sus Congregaciones (1914-1922)” que registra “(...) 73,868 movilizados entre los miembros del clero secular, regular y las religiosas. De ellos, 6,098 murieron en el campo de batalla, 17,463 fueron citados por valor o ascendidos y 22,834 condecoraciones fueron distribuidas”. Jean Guiraud hizo la estadística para Francia concluyendo que “45,253 clérigos fueron movilizados, de los cuales 9,281 eran religiosos, 1,896 eran Hermanos Maristas, 4,953 cayeron en el frente, 14,305 fueron citados o ascendidos y recibieron 18,552 condecoraciones” (Foulard, 2018).

La presencia de los religiosos en la guerra facilitó un cambio en las relaciones entre los hombres de Iglesia y la población francesa que revirtió décadas de una persecución soterrada por parte del Ejecutivo galo. Sin embargo, la imagen europea de un continente de tolerancia y encuentro de todas las sangres quedó irremediablemente mellada. “La Europa derruida de la posguerra dejó de ser vista por los latinoamericanos como símbolo de la modernidad y como un modelo a seguir” (Ojeda, 2014), así, un nuevo paradigma de desarrollo, el estadounidense, se instaló en la mentalidad de las élites económicas latinoamericanas a partir de 1920 al mismo tiempo que, en la intelectualidad de América Latina, se despertaba la búsqueda de identidades propias tanto en lo cultural como en lo político.

El autor es embajador peruano
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