Es tema casi obligado en las conversaciones preguntar ¿por quién votar en las próximas elecciones?

Luego del pasado debate entre los candidatos a la presidencia de la República, superficial y básico, las dudas se han profundizado por una razón: ausencia absoluta de un diagnóstico general y de medidas que correspondan a ese diagnóstico, marcado por eslóganes y clichés de campaña. Existe, ante todo, una ausencia clara de un proyecto nacional y de la adopción de compromisos responsables.

Debemos reconocer que los problemas nacionales son de diversa naturaleza: económico e institucional. No puede haber desarrollo nacional si no se resuelven temas puntuales, como la inseguridad o la escasez de agua en ciertos sectores, la deficiente educación, la protección ambiental, el tema minero, la crisis del canal y de la CSS, de la pérdida del grado de inversión y de la confianza de los mercados de capitales, así como los problemas de gobernabilidad, entre otros.

Debemos reconocer que existe la posibilidad que el próximo gobierno obtenga una votación por debajo del mínimo histórico del 33%, lo que se traduce en una legitimidad precaria salida de las próximas elecciones, recibiendo además una Asamblea Nacional probablemente dispersa, sin margen de maniobra, ni tiempo de espera. Al panorama, debemos agregar, la excesiva deuda pública que nos legará el actual gobierno y los niveles de corrupción que han rebasado límites desconocidos que absorben gran parte del presupuesto nacional, sumado al gasto superfluo y a la excesiva burocracia clientelista.

Con algunos candidatos, parece que todos los problemas nacionales se resuelven usando la chequera del Estado, aunque esta sea fondeada con deuda y más deuda. Por tanto, el país no puede seguir viviendo por encima de nuestras propias capacidades y la realidad hace que tengamos que ajustarnos el cinturón y de reducir el gasto. Esto hay que decirlo.

El principio básico que orienta la acción gubernamental en una república democrática es la responsabilidad. Este principio no ha sido seguido en nuestro país por los gobiernos de este siglo. Ello implica que hoy nos encontremos con un país que se desdibuja, con una fractura social importante, con la escalera de la meritocracia rota, con desigualdades que se profundizan. Un país rico, cuyo reflejo es pobre. Con un sistema republicano que se desmorona y una democracia que no lo parece.

Cómo responder a la pregunta planteada sin recordar que el principal candidato a la elección es un prófugo de la justicia, que hay otra candidata que podría seguir el mismo camino, que otro es un fantasma, que todos tienen méritos discutibles y hasta hay uno que asume méritos que pertenecen a la nación que protestó y no de un puñado excluyente de personas, que la crisis del contrato minero puso de manifiesto la ilegitimidad política del actual gobierno, que hay tres candidatos PRD por los que no se debe votar, que no hay candidato que se haga responsable y diga públicamente lo mal que estamos y que proponga un cambio al modelo económico y social que vivimos.

Al contrario, nos encontramos con candidatos, cuyo discurso es el de prometer más derechos, más gasto social, más ayudas y subsidios, más de todo, sin que responsablemente se diga cómo se va a financiar y cómo se va a generar más riqueza y no más pobreza.

El análisis del debate nos hace ver que las opciones son muy pocas, pero que debemos ser más exigentes y requerir de los candidatos que asuman responsabilidades. No podemos confiar en un Nito-PRD segunda parte que prometa y ofrezca resolver, sin decir cómo y de dónde saldrán los fondos.

Debemos descartar toda propuesta electoral populista, clientelista e irresponsable que busque aumentar el gasto o mantener el nivel actual, que no someta una propuesta de cambio constitucional, que no promueva un ajuste del modelo económico actual y un proyecto nacional integral de desarrollo y de creación de riquezas. Debemos votar por quien nos diga la verdad, aunque duela, nos haga un diagnóstico realista y nos presente medidas viables.

El autor es abogado
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