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- 31/12/2022 00:00
Praga – Relicario cultural de la humanidad
Hay ciudades y lugares, como Praga (capital de la República Checa), que expresan un sentido de vida tan particular que su ambiente y logros nos pulen el alma hasta dejarla brillando como una bola de cristal. Con esa luz cristalina podemos ver el mundo y nuestra propia existencia e identidad con mucha más claridad. Estas ciudades y sitios especiales son símbolos aleccionadores de lo maravilloso que es vivir con plenitud, al ser escenarios donde uno puede soñar sin esfuerzo y después despertar con un conocimiento pretérito de mundos desaparecidos.
Por eso recuerdo bien una reciente visita hecha a la Iglesia Jesuítica del Santísimo Salvador, situada justo a la entrada del Casco Viejo praguense, a los pies del famoso Puente de Carlos. Es parte importante del complejo histórico de los edificios que componen el Clementinum, la antigua universidad jesuita del siglo XVI y XVII, con su espléndida biblioteca y demás monumentos barrocos, frutos del Renacimiento y de la Contrarreforma.
La fachada de esta iglesia, con su imponente silueta en forma de arco triunfal romano, domina dicha entrada a la Ciudad Vieja (Stare Mesto en checo) pero es en su hermoso interior donde vemos toda una evolución de estilos decorativos y arquitectónicos, pasando desde el temprano barroco hasta las exquisiteces del rococó, como creaciones perfectas para una morada divina, con su barroquismo puro cual anhelo a lo infinito. Su altísima nave central y poderosa cúpula decorada con preciosos frescos y las dos amplias naves laterales, ofrecen una acústica perfecta para sus dos magníficos órganos o cualquier otro instrumento o música que allí se toque o escuche.
Es un lugar delicioso donde la imaginación y la inteligencia se entremezclan para conformar un “amor intelectual”, bello termino usado por Baruch Spinoza (ver la proposición XXXVI de su “Ética”), para explicar la verdadera naturaleza de las cosas, que esta iglesia barroca emana con una infinita claridad de meditación.
Pero lo grandioso de Praga es que ha albergado un número desproporcionado de grandes escritores, compositores, escultores y pintores, realidad expresiva de una gran progresión de dominio intelectual, sin haber sido más que una ciudad provincial de la periferia europea. Es innegable que esto se debe, paradójicamente, a una cultura en perpetua lucha consigo mismo, por las marcadas diferencias existentes en idioma, religión y etnicidad entre sus habitantes.
El mejor ejemplo de esto son la vida y obras de su más conocido escritor Franz Kafka, atormentado por su inseguridad e indecisión, por ser judío, germanoparlante y a la vez checo, sin ser eslavo o particularmente nacionalista. Siguiendo esta curva de grandes pasiones, tenemos, además, a los compositores checos Bedrich Smetana y Antonin Dvorak cuyos conciertos son comentarios musicales de esa disarmonía entre el amor a sus raíces bohemias y su rebelión contra un pasado conflictivo austrohúngaro, guía efectiva de la creatividad de ambos.
Aquí aplica el dicho que cada verdad encierra su dosis de amargura, verdades que muchas veces son las cosas mudas que están a nuestro derredor. Praga, capital del antiguo reino de Bohemia, ciudad anclada en su pasado y llena de amarguras, es una encrucijada de corrientes históricas muy convulsionadas, simbólicamente dividida en dos por su río Moldava (Vltava en checo), con su fluir de siglos separando y uniendo sus dos mitades.
Solo en los años del siglo XX, fue parte del imperio Austrohúngaro, brevemente capital de Checoeslovaquia, anexada a la Alemania de Hitler, parte del dominio de la Unión Soviética y finalmente en 1993 capital de la actual República Checa.
Pero su voz extrahumana llega hasta nuestro propio intramuros, el casco viejo de San Felipe, otro sitio especial en medida menor, que también pule nuestras sensibilidades para mejor esclarecer nuestra existencia e identidad, siendo ambos “lugares esquemáticos” por darnos una visión alterna del mundo.
Nuestro amor y progreso intelectual depende de ello.