• 11/02/2022 00:00

Reflexiones en el momento actual

“Difícil, […], aspirar en Panamá, y en muchos de nuestros países latinoamericanos, a algo similar a la “Utopía” de Tomás Moro o a la “República” de Platón”

Durante el siglo XVI, Tomás Moro, intelectual, político y humanista inglés, en su obra “Utopía”, propuso un modelo de sociedad ideal, donde prevalecieran el sentido moral y la honestidad como valores supremos de la conducta humana. Subyacentemente a sus ideas-fuerzas estaba el predominio de la ley, de la justicia, de la integridad humana como garantía de una vida social armónica.

Sócrates, en su “República”, propugnó por un arquetipo de hombre educado y con un equilibrio moral que lo llevara a distinguir entre bien y mal, justicia e injusticia y propósito del Estado, donde la administración de este quedara en hombres probos, capaces de entender la naturaleza del ser humano y su compromiso sociomoral. Aristóteles, por su lado, en su obra “Política”, entre múltiples juicios, planteó la racionalidad del ser humano, y su naturaleza comunitaria, buscando siempre la felicidad como un bien último.

Traje a colación este marco teórico-reflexivo para situarnos en nuestra sociedad, donde lo que menos se espera del hombre es su afiliación a principios morales y seguimiento de catálogos que le permitan entenderse como parte del Estado moderno, donde todos tenemos grados de responsabilidad en su eficacia y en el hecho de que instituciones y quehacer humano se consoliden en un entorno impoluto, ajeno a la corrupción y a la impunidad rampante que vivimos día a día.

Verdaderamente es idealista pensar en un presidente, que si bien sea el resultado de una fuerza político-partidista, garantice objetivamente un bienestar social pleno, una gestión rígida, apegada a la Constitución y a los dictámenes morales de una consciencia que lleve a decisiones por encima de grupos económicos, de intereses particulares, de agendas ocultas y de mezquindades de grupejos políticos que les interese más sus bolsillos que el bienestar del país.

Vemos, por ejemplo, una Ley de Descentralización que, si bien se creó para fortalecer los Gobiernos locales a través de ejecución de proyectos y obras comunitarias, se desvirtúa para beneficiar a representantes y alcaldes. Asimismo, vemos los costos exorbitantes de los fármacos, en beneficio de grupos de poder que, quizás, aportan a campañas presidenciales, lo cual golpea el presupuesto nacional con sobrecostos, atenta contra la economía familiar y condena a muerte a muchas personas de escasos recursos.

De igual manera, la evasión empresarial de la cuota obrero-patronal en desmedro de la Caja de Seguro Social y su daño colateral a asegurados y jubilados. También, el daño irreversible al ambiente por medio de explotación minera a cielo abierto, so pretexto de beneficios económicos que no suelen verse o hacerse notorios en las comunidades. De la justicia ni hablar, un Ministerio Público, en cierto modo, inoperante, ineficaz y que aparenta responder a fuerzas político-económicas o a círculos de poderes.

Difícil, entonces, aspirar en Panamá, y en muchos de nuestros países latinoamericanos, a algo similar a la “Utopía” de Tomás Moro o a la “República” de Platón. Pues, impera un ambiente hostil, putrefacto, en medio de una sociedad corrupta, donde el dinero y el poder determinan conductas, decisiones y el destino de los pueblos. Fatal todavía cuando el sistema electoral vigente, el clientelismo político, la lumpenización de la sociedad, que cada día luce más alienada, da pie a desaciertos políticos y el resultado: un señor presidente elegido por el pueblo democráticamente, pero que responde a apetitos voraces de enriquecimiento y a sujeción a un partido político que pelecha los dineros públicos. ¿Qué hacer? A cada uno nos toca decidir. Dios cuide a Panamá.

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