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- 15/07/2021 00:00
No todo lo que relumbra es oro
Los admiradores incondicionales del poder chino ponderan la supuesta característica del tal poder como uno “blando”, amable y misericordioso que presuntamente se pasea por el mundo repartiendo dádivas y sonrisas amistosas, que invierte generosamente para el desarrollo de los países, y que, mediante iniciativas como la nueva ruta de la seda, persigue la prosperidad económica y la paz internacional. ¿Es esto cierto? Otra vez hay que mirar con cuidado.
China se presenta con la cara amable, como un truco de “marketing”, que le ha resultado muy útil. Pero no ha dudado en blandir el “poder duro” cuando lo ha juzgado necesario (la política agresiva con sus vecinos en materia de disputas marítimas, como son Japón y Filipinas, la represión de las minorías dentro de su propio país; el desmantelamiento por la fuerza de los últimos reductos democráticos en Hong Kong; el descomunal endeudamiento condicionado cuando no claramente coactivo a que se somete a sus “socios” económicos de África, son solo unos ejemplos).
¿Que China no invade países por la fuerza militar? Pregunten a los vietnamitas. ¿Que no amenaza militarmente? Pregunten a India. China está protagonizando el mayor rearme desde la posguerra. ¿Qué piensa hacer con ese colosal poder militar? Seguramente sus avanzados bombarderos no lanzarán a los países que le deben, y con los que es tan “amable”, copias del manifiesto comunista o del capital de Marx o la cartilla de los derechos de autodeterminación de los pueblos. La realidad se impone al dulzón barniz que recubre la “mano amiga” de Beijing.
China usa el poder blando cuando le es útil, y usa, o usará, el poder duro cuando le parezca necesario. ¿Ascenso pacífico?: otra vez, no todo lo que relumbra es oro. Tomemos un caso reciente con Paraguay. Hace poco China estuvo condicionando proporcionar su vacuna contra la COVID-19 a países pobres a cambio de que acepten cambiar su reconocimiento diplomático de Taiwán, por República Popular China. Esta potencia en medio de una pandemia mundial antepuso suministrar la vacuna a su reconocimiento a cambio de romper relaciones con Taiwán.
Uno de los capítulos fundamentales que deben discutirse a la hora de una toma de postura como la que hemos referido, y que algunas almas pundonorosas quisieran omitir, es el de la naturaleza especialísima de las relaciones que nos ligan con occidente. Tanto en el orden económico (solo un botón de muestra: el 60 % del tráfico canalero tiene como origen o destino el hemisferio norte) como en el político (¿es necesario recordar que está aún vigente el tratado de neutralidad que, como nos recordó Torrijos, nos colocaba bajo el paraguas del Pentágono?), la interrelación de ambos países es fundamental. A nadie puede escapar la realidad de que es obligante administrar con sumo cuidado esta circunstancia. No se trata de alegar un discurso nacionalista demagógico, sino de reconocer realidades geopolíticas puras y duras, para, desde la lucidez de criterio, actuar entonces en el mejor interés de la nación. Esta es una circunstancia especial, la cual existe en el mundo real de una confrontación global que, por virtud de nuestro canal y nuestra especial posición en el mundo, mucho nos concierne.
La caída de las cadenas globales de valor y de suministros económicos y causada por la pandemia, la recientemente patentizada vulnerabilidad de otras rutas de tránsito mundial, como el Canal de Suez, no han hecho sino resaltar aún más la importancia del Canal de Panamá para el tráfago económico del mundo, incluida China. Un reciente artículo, originado en uno de los “think tank” de prestigio del hemisferio norte, nos deja saber que los sectores pensantes de ese país tienen ojo avizor sobre la creciente penetración económica y política del gigante asiático, en áreas aledañas o cercanas al Canal de Panamá, o íntimamente relacionada con él (como puertos terminales del canal, controlados por empresas chinas), y tienen presente el renovado interés geopolítico adquirido por la vía interoceánica en el actual contexto mundial, específicamente para, todo occidente.
¿Vale la pena caminar en la cuerda floja de esta disputa global, teniendo claros estos precedentes? ¿Es útil al interés nacional hacer dejación de la pertenencia secular a occidente y aceptar a cambio la indiscriminada penetración del gigante chino, que con su inmenso poder seguro nos devorará como cena de sus propios intereses? ¿Podemos asimilar sin quebrantos el peso colosal de ese poder económico sobre nuestras limitadas y frágiles espaldas económicas? Los cuantiosos dólares (o yuanes) que esparcirá, cual caramelos, la República Popular, son un obsequio generoso, o incrementarán la ya de por sí pesada carga de la deuda externa, ¿en qué condicionalidades y bajo qué supuestos de viabilidad fiscal? La respuesta negativa cae por su propio peso. Panamá no tiene mucho que ganar y sí muchísimo que arriesgar (o incluso perder) aliándose al dragón chino en detrimento de sus históricos y estructurales lazos con occidente.
El país ha establecido un exitoso modelo económico (con muchas cosas que corregir y mejorar, es cierto), y lo ha hecho a la sombra de occidente en general, bebiendo de sus valores económicos, políticos e históricos. ¿Por qué caer en brazos de una potencia emergente (¿hasta cuándo?) sideralmente alejada de nuestros valores y tradiciones, y abandonar una relación forjada con vínculos históricos y que configura una situación geopolítica especial? (Tratado de neutralidad, Canal de Panamá). ¿Por qué en lugar de deslumbrarnos con las coloridas luces del dragón, no consultamos más juiciosamente el interés nacional del país, y aprovechamos este renovado interés por el país, que empieza a manifestarse en el norte, y recabamos mayor apoyo, haciendo uso de nuestra estratégica posición geopolítica, para combatir las nefastas prácticas discriminatorias de las que hemos sido y seguimos siendo víctimas inermes (listas negras, grises y multicolores)?
La decisión que tenemos como país repercutirá en el bienestar o en la desdicha de las generaciones por venir: ábrase el necesario debate nacional, y no dejemos únicamente en los “expertos”, o en los políticos de turno, asunto tan trascendental para la nación panameña.