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- 02/11/2022 00:00
La República y sus beneficiarios
La caída de Lucio Tarquino, el Soberbio, marcó el final de la monarquía en Roma, único sistema de gobierno que se conocía hasta entonces y dio paso a la República, que daba mayor preponderancia a la representación del pueblo en la gestión política. Esto ocurría 500 años antes de nuestra era y supuso un cambio en la filosofía del poder, al procurar que la población se involucrara de alguna manera en el ejercicio de gobernar.
Para que esa “representatividad” pudiera concebirse con alguna fuerza real en la conducción del Estado, pasaron varios milenios. Si bien, conceptual y etimológicamente se sabía que el término “pueblo” (“populus”) había dado nombre a una forma pública (“populica”) de gobierno “res” (“cosa”), basada en lo popular. De allí se acuñan: “la cosa de las personas”, “asunto del pueblo” o “propiedad pública”; todas, opuestas a la idea del reino todopoderoso y decadente.
La noción de república atravesó diversos momentos y estructuras. En una primera etapa fueron familias influyentes y económicamente vigorosas que encabezaron la propuesta de los Estados iniciales. Janet Coleman, en su estudio “El concepto de república”, afirma que “La historia demuestra que, con mucha frecuencia, la república no pretendía implicar activamente al pueblo en la legislación o en el gobierno”.
Uno de los mitos que se extendió fue que, en este tipo de gobierno, todos los ciudadanos son iguales ante la ley; sin embargo, en la gobernanza, se promulgan disposiciones, ellas hacen ajustes y tienden a establecer las excepciones para demostrar en la práctica, que no todos los grupos son semejantes y que existen intereses que cotidianamente son satisfechos, según los sectores actuantes se desenvuelven en esta realidad.
De esta causa nacieron las revoluciones. Ellas dan una mayor presencia a los valores que caracterizan a los gobernados y se consolidaron las nuevas formaciones y Estados que buscan conciliar a quienes comparten objetivos. Así surge la idea de nación, en la que determinados aspectos cruciales rescatan una dirección o sendero por el que se busca la prosperidad y un mayor grado de satisfacción para la mayoría.
De allí, que los poderes encarnen diferentes niveles de balance y una verdadera integración para alcanzar equilibrios. Sin embargo, persiste aún aquí el peso de determinados conglomerados, los cuales van a definir la dirección y cómo alcanzarán a satisfacer a algunos, en especial a quienes consideran que sus iniciativas deben dominar el conjunto de esfuerzos o las principales estrategias que conduzcan hacia eso que se llama desarrollo.
¿Es el pueblo, solo un testigo o el que consiente la actuación de aquellos, quienes dominan la gestión de los destinos de la sociedad? Por lo general los políticos aluden a los requerimientos de la masa como sus propios parámetros de acción futura; pero una vez en el poder, cambian la agenda originalmente pensada o concebida. En la concreción de los planes que se cumplen, surgen nuevas opciones e iniciativas y se pierde la ruta original.
La forma como se atiende el mandato que la ley y las normas proponen, en ocasiones dista mucho de la racionalidad. Los diferentes enfoques y la satisfacción de particulares deseos u oscuros proyectos son factores que desvían y entorpecen un trabajo organizado, diáfano y transparente. Así empiezan nuevas y alucinadoras medidas: se inventan estructuras políticas, se inclina el presupuesto hacia fines familiares, se orienta la vialidad hacia rutas interesadas.
Así se explican tales fenómenos, como ocurre con la entrega de beneficios o “ayudas” en la institución encargada del fomento y aprovechamiento del recurso humano. Las personas a quienes han llegado esos fondos distan mucho del perfil requerido y otras, que han llenado con creces los requisitos, esperarán o no verán cumplidos sus deseos, pese a esfuerzos denodados.
Son indicadores que exponen la necesidad de alcanzar una más equitativa sociedad para los panameños como modelo para seguir.