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- 21/04/2020 00:00
Retorno de Alonso Quijana a su patria, 2060 d. C.
El sol y el reloj biológico del canto de un gallo de peleas indicaban que aquel 5 de mayo del 2060 eran las doce, mediodía. En el área de aterrizaje del aeropuerto de Tocumen, el avión en donde regresó Alonso Quijana ya había pasado por el enorme “Hangar” de fumigación contra virus y bacterias y estaba presto a colocarse en la plataforma de estacionamiento de las aeronaves de pasajeros, multitud en hileras que salía presurosa de un túnel humeante de gases antiepidemiológicos, sujetos, en su mayoría turistas, corriendo graciosamente desnudos con las cabezas depiladas (de ambos géneros), prestos a recoger sus pertenencias especialmente acomodadas en cartuchos biodegradables. Nadie usaba zapatos de cuero ni de plástico, solo chancletas fáciles de portar y de meter en tinas planas con líquidos desinfectantes a las puertas de entrada en restaurantes, bancos, oficinas y camino a las estaciones de omnibuses y trenes.
En las ciudades y los campos de Panamá, la humanidad occidental se había acostumbrado a la convivencia nudista, pues la sanidad istmeña permitía usar para el sol o el rubor solo un sombrero desechable al mejor estilo “Panamá hat” e impregnado en alcohol que servía por 24 horas para limpiarse el sudor de las axilas, las manos, la cara y los efectos que quedaban de las necesidades fisiológicas.
Cuando el tren hizo bajar al magister Alonso Quijana junto a sus familiares, en medio de una arboleda cerca de Capira, no habían andado un cuarto de legua, cuando, al cruzar de una senda de rastrojos, vieron venir hacia ellos hasta seis panaderos también sin vestidos, pero coronadas las cabezas con ramas de mirtos en flor, en señal que detrás de ellos venía un cortejo con un difunto desnudo y trepado en un ataúd de varillas sobre parales de membrillo rumbo al cementerio. Venían con ellos asimismo el cura y su monaguillo de a caballo bien cargados de regalos con motivo de las fiestas de San Isidro Labrador.
El monaguillo comentaba al cura que había escuchado la feliz noticia de que a la fecha ocurrían en el mundo en un solo día, 150 mil vuelos diarios cargando 52 millones de personas de un lado para otro, entre ellos a su primo el magister Alonso Quijana. En llegándose a juntar los grupos se saludaron efusivamente, y preguntándose los unos a los otros a dónde irían primero, si al entierro del finado o si a la fiesta por la llegada del inteligente Quijana, pues habría buen tamborito en una reunión e insofocables llantos en la otra. A lo que el padre dijo: Mejor acompaño en el entierro, porque en los bailes sin vestimentas se me pegan las bolas con las rodillas. Y, pullando al caballo, avanzó diciendo “Feliz regreso a su patria, mi querido don Alonso Quijana”.