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- 18/08/2011 02:00
Revueltas juveniles
PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.
El primer ministro británico David Cameron tuvo que dar marcha atrás a sus afirmaciones iniciales. La ola de violencia social desatada en Londres la semana pasada no fue pura criminalidad. Hay comunidades que han sido relegadas. Hay comunidades que están apartadas de la vida económica del resto del país, tuvo que reconocer a regañadientes. Las enormes diferencias sociales en una ciudad opulenta, una de las más caras del mundo, con barrios marginados, con sus pobladores desempleados y con alza constante del costo de la vida, no pueden ignorarse a la hora de explicar semejante explosión de violencia.
Décadas de deterioro de las condiciones de vida y de falta de oportunidades sociales, sacaron a flote una subclase de jóvenes desesperados. Una escalada de resentimiento generacional, de jóvenes hartos de un sistema que no les brindan oportunidades y que descubrieron —con el auge de las redes sociales que les permitió organizarse— que pueden rebelarse contra los trastornos económicos que agravan sus penurias y poner en jaque al poder.
Si bien el detonante fue la muerte de un joven negro por un disparo de la policía, la pregunta es de dónde salió esta generación que nutren jóvenes que han abandonado las aulas de clases y que protagonizaron focos de violencia con una furia casi inagotable.
Detrás están los años de neoliberalismo y dejación del Estado durante el periodo de la primera ministra Margaret Thatcher (1979—1990), quien destruyó las aspiraciones de bienestar y generó una suerte de discapacitados sociales y económicos. Las políticas de reducción del Estado impulsadas por Thatcher dejaron como fruto la depresión moral y material de los marginados, principalmente de los jóvenes entre los 18 y 26 años, el 19% de los cuales está desempleado.
Son un reflejo, además, de la desintegración social, la implosión de los más pobres sin futuro, de la falta de jerarquía de la familia en la estructura de la sociedad y de una policía racista y represiva hacia la juventud que ha generado odios sin límites.
La revuelta social se saldó con cinco muertos, daños materiales por $200 millones y más de 2,800 detenidos. En el pasado estas situaciones se enfrentaban aumentando los gastos en fuerzas de seguridad y volcando grandes sumas de dinero a las áreas afectadas. Pero eso ya no es la solución, por las políticas de austeridad que imponen los organismos internacionales.
Las revueltas juveniles de Londres, similares a las vividas en París en 2005, no son ajenas a las de los indignados de España o Israel, ni a las del mundo árabe, ni a las recientes demandas de los jóvenes chilenos que han encabezado una rebelión por equidad.
A lo largo de tres meses los jóvenes chilenos han demandado, pese a la brutal represión policial, educación pública de calidad, la gratuidad progresiva y el fin del negocio de la enseñanza en los colegios y las universidades. Las demandas son respaldadas por las comunidades indígenas, los mineros y los sindicatos y podría terminar con la convocatoria a un plebiscito para cambiar el actual modelo educativo, que cierra las oportunidades de acceso al conocimiento y de superar las diferencias socioeconómicas.
En el caso de Panamá, el gobierno se ha mostrado insensible a los problemas de los jóvenes y no hay acciones públicas enfocadas a superar el abismo social. No se aprecia un trabajo con las estructuras familiares y comunitarias preexistentes, ni una genuina integración socioeconómica y cultural.
El rescate de los jóvenes del crimen y el delito, no está entre las prioridades del gobierno. La lista de los 414 homicidios en los primeros siete meses del año, causa más estupor al notar que se trata en su mayoría de jóvenes que truncaron su futuro. El luto que envuelve a sus familiares, también debería conmover a la sociedad en su conjunto.
Precisamente cuando acaba de concluir el Año Internacional de la Juventud, bien haría el gobierno en escuchar las recomendaciones de la UNESCO y estimular el desenvolvimiento de los jóvenes, proteger su dignidad y sus derechos. Que sus energías se encaucen hacia la innovación, la participación cívica y política para contribuir en la solución de problemas como el desempleo y la pobreza, debería estar entre los planes de las autoridades nacionales.