• 05/11/2022 00:00

Rol de la Iglesia frente a la moralidad y desenfreno sexual (1)

“En las sociedades antiguas, las leyes, valores y la moral estaban basadas totalmente en los diez mandamientos de Dios. El cristianismo promociona esos valores y resalta su importancia”

Jesús le dijo a sus discípulos durante el sermón del monte: “vosotros sois la luz del mundo, dejad que vuestra luz brille delante de los demás, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos…” (Mateo 5:14-16).

Los discípulos fueron ungidos entonces para ser una conciencia moral y para hacer brillar la luz en la oscuridad de una sociedad en decadencia moral y cultural.

Ese es el legado de los discípulos al mundo y el llamado a la Iglesia cristiana –traer los valores de Dios a la Tierra.

Sin embargo, los grupos seculares y ateos de nuestras sociedades sostienen que debe haber una separación entre la Iglesia y el Estado, y que los prelados deben mantenerse al margen de la política.

Pero, ¿qué se supone deben hacer las iglesias y sus pastores, como cristianos y ciudadanos, cuando ven nuestra cultura pudriéndose y siendo destruida ante sus ojos? ¿Cuando ven a Gobiernos y políticos tratando de reemplazar a los padres en el hogar? ¿O cuando ven la pérdida de autoridad de los padres en la sociedad, reflejada en el comportamiento de sus hijos, y la sociedad alejándose de los principios bíblicos?

Al ignorar la política, los pastores de la Iglesia estarán dejándolo a personas sin fundamento espiritual ni integridad moral. O sea, a gente secular y sin Dios.

Las palabras de Jesús eran intensamente políticas, y, sin embargo, no estaba tratando de derrocar o cambiar a ningún Gobierno. Su forma de liderar e inspirar cambios fue, principalmente, a través del amor, el servicio y el perdón.

Es un mito la supuesta separación de la Iglesia y el Estado. No hay ningún señalamiento constitucional o documentos oficiales donde tal principio es resaltado.

Nuestras iglesias definitivamente no pueden ser intimidadas para desvincularse de nuestra cultura. Su rol es unir a nuestra sociedad como cristianos y exigir que nuestros gobernantes se adhieran a los principios y valores que son parte de nuestra fundación bíblica.

Hoy día, la mayoría de las pocas voces que abogan por la separación entre la Iglesia y el Estado es de personas ateas, izquierdistas y feministas, que tienen como intención borrar el reconocimiento de Dios de la vida pública y desacreditar la agenda provida.

El Estado y la Iglesia pueden diferir en su dominio y propósito, pero no son antagónicos ni se cancelan mutuamente, como los izquierdistas y ateos quieren que creamos. Esa coexistencia y armonía que debe existir entre ellos se deriva del hecho de que los dos tienen un objetivo común –el bienestar del ser humano; uno en lo material y el otro en lo espiritual.

Parafraseando al obispo evangélico E. W. Jackson: “la Iglesia debe decir la verdad a los líderes políticos. El papel de los pastores es de un ministerio profético y no político. Es el mismo ministerio en el que Moisés estaba involucrado cuando Dios lo ungió y lo envió a Egipto para decirle al Faraón que 'deje ir a mi pueblo'. Es el mismo ministerio profético cuando Juan el Bautista confrontó a Herodes y le advierte que está pecando contra Dios por quitarle la esposa a su hermano. El mismo ministerio en el que se encontraba Elías cuando Dios lo ungió para decirle a Acab y Jezabel que Dios los juzgaría por perturbar a Israel; y también cuando Natán confrontó a David por sus mentiras y asesinato.

Hay muchos otros ejemplos bíblicos, pero eso no era política, eran ministerios proféticos. Todos esos hombres eran predicadores que se acercaban a los políticos con las palabras de Dios, pero no eran políticos que se postulaban para cargos políticos, ni se alineaban con partidos políticos. Venían en nombre de Dios”.

Los pueblos necesitan ayuda para construir su sociedad sobre principios y valores fundamentales, como dignidad, integridad y moralidad, y nuestras Iglesias están capacitadas para esa tarea por su experiencia y conocimientos espirituales y bíblicos. Ninguna otra agencia posee el tipo de autoridad y habilidad que posee la Iglesia.

Dicho todo lo anterior, una sociedad responsable, moral y de valores, no puede, de ninguna manera, equiparar las uniones entre personas del mismo sexo con el matrimonio natural de connotaciones bíblicas entre hombres y mujeres. Lo opuesto es destruir la familia e imponer una moralidad no basada en la naturaleza común ni bíblica del ser humano, sino basada en el individualismo, el hedonismo y el materialismo.

Según la Iglesia católica: “la homosexualidad y el lesbianismo carecen de valor social alguno, no son sujeto de derechos y no es transmisible, ya que no es pensable educar a los niños en la atracción sexual hacia personas del mismo sexo. Carece de finalidad, además de contribuir a una desviación de los signos de referencias fundamentales”.

En pocas palabras, la Iglesia nos dice que la unión entre parejas homosexuales y lesbianas son nocivas para el recto desarrollo de la sociedad, a pesar de la intención de organismos internacionales en darle estatuto social, utilizando la intimidación y presión más que la reflexión para tratar de acallar y estigmatizar a la Iglesia y a los que cuestionan y no aceptan la “normalización” de esos comportamientos innaturales.

Y es que ninguna ley humana, aún sancionada por la OMS, la ONU, PNUD, etc., puede pretender legitimar comportamientos malsanos, censurables y perversos, violatorios de los mandamientos de Dios y sus leyes naturales y divinas.

La posición de la Iglesia sobre homosexualidad, aborto, familia, moralidad, etc., está apoyada en testimonios bíblicos, en la Teología de la Creación y las ciencias naturales, y no puede ser revisada por presiones de la legislación civil ni por la tendencia del momento.

En las sociedades antiguas, las leyes, valores y la moral estaban basadas totalmente en los diez mandamientos de Dios. El cristianismo promociona esos valores y resalta su importancia. La vida de Jesucristo es nuestro ejemplo supremo de moralidad, integridad, virtud y valores...

Planificador jubilado.
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