• 04/08/2010 02:00

Forzados a sentir vergüenza ajena

La ligereza con que se han manejado los negocios —en el buen sentido de la palabra— en la Asamblea Nacional da grima, porque se trata de...

La ligereza con que se han manejado los negocios —en el buen sentido de la palabra— en la Asamblea Nacional da grima, porque se trata de una conducta que debía ser ejemplar en una institución llamada a constituir el núcleo de nuestra democracia representativa. Si no fuera por la repercusión de muchos asuntos que allí se tratan, como resultó la Ley Chorizo, el inocultable descaro movería a la hilaridad.

Quienes hoy defienden, ayer atacaban lo mismo, y viceversa. Las buenas medidas de antes, hoy son malas, y viceversa. En tono dogmático, de protesta e irritación histriónica, todos —oposición y gobierno— defienden posiciones incongruentes; parecen convencidos de que ‘acá afuera’ se les cree todo lo que afirman. El problema de fondo es que olvidan que esa conducta aumenta el cinismo en la población, desdice del respeto que se requiere para lograr la estabilidad social en el país, y hasta genera sugerencias de acabar con la institución.

Varios ejemplos sufridos durante las legislaturas ordinarias y extraordinarias del período 2004—2009, ahora repetidos, ilustran estas notorias incongruencias. Hoy, la queja se centra en el dominio de una mayoría oficialista que aprueba, sin modificar, los proyectos que envía el Ejecutivo; pero igual sucedía cuando la mayoría oficialista de ayer, haciendo lo propio, dejaba sentir con burlas y displicencias su omnímodo poder cuando la entonces oposición trataba de resistir esos embates. Hoy, los unos recetan idéntica medicina; aquellos, denuncian el abuso.

Hoy, es malo llamar a sesiones extraordinarias a puertas cerradas; pero ayer fue bueno entregarle facultades extraordinarias al Ejecutivo para que legislara en sigilo mediante decretos—ley. Esas medidas reprochables demuestran una desidia respecto de la función legislativa, porque reflejan la incapacidad de cumplir eficientemente con el programa legislativo de sus propios gobiernos. Parece inverosímil que ocho meses de sesiones ordinarias al año, cuando ambos gobiernos contaban con mayorías legislativas dominantes, no resultase tiempo suficiente para debatir abiertamente y aprobar los asuntos de interés propuestos por el gobierno. Hoy, se critica la forma como se aprobó la Ley Chorizo; pero ayer había que aprobar obligatoriamente la reforma tributaria que implantó el impuesto alternativo del CAIR. Recuerdo, como miembro de la Comisión de Hacienda a la cual pertenecí, que varias sesiones se declaraban en recesos para esperar que llegaran directamente del Ejecutivo las nuevas versiones que recomponían o remodificaban artículos originalmente mal redactados; solo entonces se aprobaban rápidamente, después de una confusa lectura que generaba ansiedad en algunos y comentarios sarcásticos de otros.

Situación similar sucedió con la propuesta original de reforma al sistema de seguridad social, que demostró ser un error garrafal al ser aprobada por una sorda aplanadora legislativa oficialista. Ambas experiencias fueron censurables ayer, como la aprobación de la Ley Chorizo lo fue hoy; ninguna de ellas contribuyó al respeto que merece la alta jerarquía de la función legislativa en nuestro sistema.

Ayer, intentamos que se hiciera funcionar el sistema de votación electrónica en el Pleno, para registrar la asistencia y el voto de cada diputado, como un deber hacia la comunidad que nos había elegido. No se logró entonces; hoy continúa el golpe de mesa cubriendo con el anonimato la trayectoria de apoyo o rechazo individual a cada uno de los proyectos que se debaten.

Mucho se puede hacer para mejorar la función legislativa. Algunos abogan por prescindir de la Asamblea Nacional, pero intentar dirimir tensiones políticas sin un Órgano Legislativo electo democráticamente, llevaría al uso de las armas —caos—, o a la entrega de esa función al Órgano Ejecutivo —dictadura—. En el fondo, los diputados podrían dejar de actuar como representantes de corregimiento glorificados con la carga de tener que satisfacer necesidades individualizadas de sus electores, como las bolsas de alimentos. Una total concentración en asuntos de interés nacional, los liberaría de ataduras que anulan su criterio independiente y, sin hacernos sentir vergüenza ajena, estaríamos entonces conformes con nuestra democracia representativa.

*EX DIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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