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- 15/12/2019 00:00
Hasta siempre, Dicky
Venía sufriendo hace menos de una década de una enfermedad neurodegenerativa que presumo la padecen, en su mayoría, las mentes privilegiadas, sin que eso le impidiera seguir siendo el encantador de serpientes que siempre fue. Ricardo “Dicky” Durán, se marchó el viernes 6 de diciembre, dejándonos un vacío que no será fácil llenar. De hecho, no lo podemos llenar, porque lo mantendremos en la memoria y, como dice Domplín, solamente si los olvidamos es que mueren nuestros seres queridos.
Conocí a Dicky en la década de los 80, cuando se dedicaba a los seguros y su empresa familiar, y gracias a él ingresé al selecto grupo de Panarte, el instituto de arte que precedió al Museo de Arte Contemporáneo. También, gracias a él, el MAC está hoy en ese templo masónico de la calle San Blas, en Ancón, siendo la primera institución que se estableció en las llamadas áreas revertidas. A mediados de esa década, un amigo común, de los que integran el “Bellavista Social Club” (que le dedicó una página entera el día de su funeral), Roberto Pascual, fue propuesto para presidir la Junta del Carnaval, después del resonado éxito que tuvo Ricardo Gago el año anterior organizando la fiesta más importante del panameño desde la empresa privada. Dicky, como siempre hacía, llevaba su portaviandas y entre esas estaba yo. Él fungió como secretario y yo como la subsecretaria. Durante el álgido año de organización de los que fueron los mejores carnavales de los últimos años, llamado “Tropical”, y del que fue reina la ex primera dama Lorena Castillo, Dicky aportó con sus contactos y su dinámica, pero las actas y todos los trabajos propios de una secretaría los hice yo, lo que me permitió tener una visión de las prioridades del panameño común.
Dicky Durán se movía a sus anchas en todos los círculos sociales, sin crear ronchas ni vanagloriarse de su noble cuna. Fundó una emisora muy exitosa, coadyuvó con el establecimiento del Museo de Arte Contemporáneo en su nueva casa (1983), fue el gestor de Pro-Panamá en el Gobierno del Dr. Ernesto Pérez Balladares, y vicecanciller durante el mandato de Martín Torrijos, además de presidir importantes puestos en gremios empresariales. Era incluyente y proactivo, no conozco que tuviera enemigos, caía bien donde cayera.
El 3 de julio de 1988 una tragedia se ensañó sobre la familia Durán: su hermano mayor, Pablo, y dos de sus hijos, fallecieron en un accidente de aviación volando de la isla Contadora hacia la ciudad de Panamá. Yo estaba supuesta a venir en ese avión, pues estaba en la isla, pero a última hora decidí regresar en avión comercial. Fue un duro golpe para Dicky y su familia, que recibieron todo el apoyo de la sociedad, hasta de los pescadores que, sin condiciones, rastrearon las costas en busca de los restos de los Durán y de la señora Healy que ocupó mi puesto en el avión. Pablito había dirigido una institución relacionada a la pesca y como su hermano, tenía muchos amigos. Dicky, como siempre, fue el líder en esos tristes momentos familiares.
Sumaba, no restaba. Hay mil anécdotas que pueden reflejarlo, como, por ejemplo, la vez que me pidió que le redactara un discurso para leerlo en una subasta de pinturas a beneficio del MAC. Se le traspapelaron las cuartillas y dio el discurso como se le ocurrió, sin que nadie se diera cuenta que no estaba coherente, para desmayo mío.
Junto con Mireya Vallarino, su querida esposa, formó un hogar muy sólido y sus cuatro hijos dan fe de esa unidad y amor que prodigaba tanto a la familia como a sus amigos. Fue amigo de sus amigos, eficiente en sus puestos y el hijo de Fanny (su madre, a la que tanto se parecía), además del padre amoroso que velaba por el bienestar de sus hijos y nietos. Su círculo de amigos lo apodó “Chairman” y hasta el final, estuvo pendiente de todo lo que sucedía en su entorno, aportando con su sapiencia, pragmatismo y liderazgo, sin estridencias ni protagonismos, en lo que pudiera mejorar tanto en la ejecución pública como privada. Sus cinco años como vicecanciller fueron exhaustivos y no se puede decir que hiciera bulla, más sí ofreció resultados.
Nos va a hacer mucha falta el inolvidable Dicky, que siempre estaba allí para decir la palabra exacta, el camino por dónde transitar y la forma de lograr un objetivo. La cantidad de amigos que acumuló se vio reflejada en su funeral, donde tantas personas, de todas las clases sociales, le fueron a rendir su último adiós. Dejó un legado que solamente podemos, los que bien le quisimos, seguir en acciones y ejemplo, con la misma humildad con que él veía la vida.
Para Mireya, Ana Melissa y sus hijos varones, siéntanse que los 80 años de Dicky se multiplicaron por mil, de tantas vidas que tocó y por tantas buenas acciones que desplegó. A sus amigos del Bellavista Social Club, que lo apodaron “Chairman”, que se miren en ese espejo sin pretender que nadie llene la vacante del chairman de la amistad. Y los que tuvimos la suerte de compartir con él su interés en el arte, seguiremos su ejemplo, su desprendimiento y, sobre todo, su entusiasmo.