• 11/02/2013 01:00

¡Qué grandes y bellas son las abuelas!

Era una tarde de verano, ya estábamos de vacaciones escolares, eran tres meses. Cuando logré ver en la calle central a un policía que ll...

Era una tarde de verano, ya estábamos de vacaciones escolares, eran tres meses. Cuando logré ver en la calle central a un policía que llevaba a dos hombres esposados, eran mis tíos que se habían peleado hasta con machete, pues, uno tenía sangre en su camisa. Corrí y avisé a mi madre y ella inmediatamente me envió a casa de mi abuela, la partera del pueblo, así la conocían en la comunidad.

‘Abuela, ¿qué pasó con mis tíos? Mi mamá está muy preocupada, porque un policía los llevaba esposados’. Me contestó: ‘Sí, esos peleones se iban a matar, pero ayúdeme, que voy a preparar un sancocho de gallina para ellos’.

Mi abuela era muy diligente. Mi abuelo, que era italiano, la llamaba Boliana. Muy pronto en un lapso corto hizo su sancochito como ella me había explicado. Cogió su pañolón negro y se dispuso a viajar a las Lajas, cabeceara del distrito de San Félix. ‘Abuela, yo me voy adelante para pedirle permiso a mi mamá para acompañarla’. Ella asintió mi deseo y me fui. Cuando doña Boliana enfrentó a mi casa ya yo estaba lista y con la venia de mi madre partimos camino a las Lajas.

Yo no sabía para dónde íbamos, pero a paso corto y apuraditas salimos del pueblo, eran como las 5 de la tarde, porque el sol todavía picaba. Mi abuelita soló me preguntaba: ‘¿Estás cansada niña?’ -‘No abuela, estoy muy bien’. Como a las 11 de la noche, entre una casa y otra, a cierta distancia vi que habíamos llegado al pueblo que yo no conocía y que jamás había imaginado. Ya en el centro del pueblo llegamos a un edificio con luces y ella rápidamente subió las escaleritas que eran cortas.

Mi abuelita llamó al portón de hierro y mencionó los nombres de mis tíos. Ambos contestaron: ‘Ay mamá, ¿qué hace usted aquí?’ -‘Nada, ... vine a verlos, también les traje algo de comer, pero olvidé traer dos cucharas sólo traje una’, así comenzó el diálogo con sus hijos del alma. La vasija era grande, no cabía entre las verjas de hierro, pero ella se ingenió, con una sola cuchara le dio de comer a dos hermanos peleones.

‘Mamá, ¿qué va a hacer ahora?’ -‘¿Yo? A regresar por el mismo camino por donde vine; aquí no conozco a nadie más que a ustedes dos. Regreso, porque su papá está muy enfermo’. Emprendimos viaje de regreso. Caminamos a paso corto y rápido, como habíamos iniciado en San Félix la Patria chica. No encontramos a nadie en el camino. No había automóviles ni nada; Los caballos comiendo hierba. Sé que mi abuelita en todo el camino que era largo, rezaba en silencio hasta que llagamos a San Félix a las 7 de la mañana del día siguiente.

De niña aprendí que hay que ser solidario, desprendido, observador, voluntarioso y dedicado. Con mi abuelita no tuve miedo en esa travesía tan larga y solitaria. Me quedó la experiencia y un aprendizaje que no olvidaré jamás. Lo escribo para que más personas sepan lo que son capaces de hacer las madres, y para mí, las abuelas, doblemente madres, son un pedazo de oro. ¡Qué grande y bellas son las abuelas!

*DOCENTE Y PERIODISTA.

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