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“Taki Onqoy” o la enfermedad del canto

El “Taki Onqoy” asume un rol político cuando pasa a la acción en la ciudad de Huamanga

“Y si no adoraban las dichas huacas y hacían las dichas ceremonias y sacrificios se morirían con las cabezas hacia el suelo y los pies hacia arriba y otros tornarían guanacos, vicuñas, venados u otros animales” (De Ondegardo, 1570).

Los taquiongos “eran sacerdotes o hechiceros incas que se decían mensajeros de las huacas o dioses andinos y recorrían las comunidades indígenas invitando a la población a abjurar del cristianismo y participar en el ritual de purificación que los preparaba para la transformación de la sociedad” (Universidad de Cuyo, 2006). Nace entonces como un movimiento milenarista sin aspiraciones políticas que busca una “transformación cósmica” treinta años después de producida la conquista de Francisco Pizarro. Se trata de una negación de la cosmovisión hispánica para reafirmar una cosmovisión andina aún cuando sus integrantes proviniesen de pueblos sometidos a los incas. El movimiento se expandió rápidamente en Huamanga, Lima, Cusco, Arequipa, Oruro, Chuquisaca y zonas aledañas a la actual La Paz.

Millones (2008) en su obra “Taki Onqoy: De la enfermedad del canto a la epidemia” explica que se llamaba así debido a la “repetición continua de cantares de contenido histórico o ritual, y acompañados de bailes frenéticos que duraban varios días”. Barrera (2015) la denomina “la rebelión de las huacas”, entendiendo por ‘huaca’ a “todas las sacralidades fundamentales incaicas (pudiendo habitar éstas en santuarios, ídolos, tumbas, momias, lugares sagrados, animales, astros, ancestros) que tomaban ‘posesión’ de los cuerpos de los danzantes. De otro lado, Álvarez (2017) señala que “Taki Onqoy” es una expresión quechua que significaría ‘canto de las estrellas’ y no tendría traducción literal.

El “Taki Onqoy” asume un rol político cuando pasa a la acción en la ciudad de Huamanga. El indígena Juan Chocne conduce la rebelión que es combatida por el visitador eclesiástico, Cristóbal de Albornoz, con el soporte de curacas, caciques y personalidades indígenas convertidas al cristianismo. Los investigadores coinciden en señalar que si bien la pacificación no estuvo exenta de violencia no se produjeron muertes en las refriegas ni mutilaciones ni ejecuciones sumarias. Los taquiongos capturados en las zonas andinas fueron llevados al Cusco donde Albornoz los hizo abjurar de sus creencias en la Plaza Mayor y luego, multados. Los taquiongos apresados en la costa cercana a Lima corrieron una suerte diferente, luego de ser obligados a abjurar, fueron llevados a Panamá donde se les dejó en libertad pero con la prohibición de retornar al Perú.

Barrera (2015) señala que en el informe de Albornoz (“Relación de la Visita de Extirpación de Idolatrías”, 1584) “se menciona la destrucción de más de mil huacas e ídolos y el castigo de más de 1800 individuos por idólatras, hechiceros, predicadores de la secta del Taki Onqoy”, es decir, no se trató de un levantamiento menor y como señala Lohman (1997), éste se ubica en el “decenio de expectante incertidumbre” (1560-70) en el que una expulsión de los conquistadores era probable.

Después de 1572, con un movimiento indígena sometido, el término quechua “Taki Onqoy” o “Taki Unkuy” pasó a significar el envenenamiento por mercurio que, en el siglo XVI, asoló las minas de azogue de Huamanga, la zona donde solo unos años antes había nacido ese movimiento de reivindicación indígena contra el Dios cristiano y contra los coterráneos bautizados. “El Taki Onqoy en el Perú del siglo XVI, representa la mayor epidemia por intoxicación por mercurio conocida por la humanidad” (Revista Peruana de Medicina Experimental, 2017). Para el médico Santa María (2017), la conducta de los taquiongos -su frenesí en el canto y en el baile- se debió a la inhalación de vapores mercuriales que terminaron matándolos como sucedió con los hechiceros deportados a Panamá. Según este galeno, el envenenamiento por azogue explica que el levantamiento se quedase sin seguidores solo dos años después de iniciado.

No obstante el fracaso de los taquiongos, Álvarez (2017) indica que el mesianismo perdurará en el recuerdo de los vencidos y reaparecerá bajo la forma de un nuevo mito doscientos años después. Se trata del “Inkarri” (nombre resultante de contraer las palabras inca y rey) que sostiene que los dispersos miembros del inca -Túpac Amaru I- se reunirán nuevamente con la cabeza que está enterrada en el Cuzco; cuando esta unión se produzca, nacerá un nuevo Tahuantinsuyo. Incluso los europeos registraron esta creencia aunque con ligeros cambios. En 1814, François Gerard publicó en su “Atlas géographique et physique du Nouveau Continent” (Atlas geográfico y físico del Nuevo Continente) una representación de Minerva junto a Mercurio sacando al inca Atahualpa del sepulcro, un forzado sincretismo de la mitología griega con la historia inca que solo se entiende por el deseo de entender al Nuevo Mundo.

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