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- 02/06/2020 00:00
Las torres del cielo
Los libros leídos, a mis 85 años, son muchos. Sé que hay obras que aguardan por ti, es el misterio de la literatura. Los tiempos de la pandemia son de locura, me quedo sin textos para leer y Mark Roger desde el lunar eterno, acude como agua bendita y me envía tres novelas; una luz mágica, me ilumina y me decido por Las torres del cielo de Coia Valls.
Leo y no me llama la atención, insisto y descubro una obra magistral; al final aprecio, que, en mis momentos de angustia ante el virus letal, las 457 páginas ansían mi encuentro con ellas.
Despierto en el 1023, en el señorío feudal, la nobleza sin piedad explota a los siervos de la gleba. La historia siempre dialéctica, genera el contrapunto, una orden benedictina empeñada en conquistar el majestuoso conjunto de rocas de Montserrat. Tres monjes tienen una misión difícil, edificar el monasterio de Santa María, en un macizo parecido a un dragón majestuoso que los desafía. Dalmau Savares es el guía. El mandato crea recelos y hostilidad en el cenobio de Santa Cecilia y surgen tragedias de vidas segadas por pasiones prejuiciadas.
El monasterio de Santa María surge como uno de los mejores scriptorium de la época medieval, las iluminaciones de la Biblia son de la más alta calidad artística.
Dalmau, de talante impulsivo y exigente, es el hombre vertical de carácter hierático, el antiguo soldado de las luchas contra los sarracenos que dominan la península ibérica. El alma herida por el pasado que lo martiriza, tiene nombre de mujer. Él busca sosiego en el cenobio que lo haga renacer de las incertidumbres. La vida le enseña que todo se puede aprender, pero ignora que la andanza espiritual es imprevisible. Dalmau es capaz de abrazar las grandezas y miserias que le son propias, busca la luz de las esencias vitales.
Magda es la mujer que lo asedia, pero él está en el pasado de las tristezas. Ramón y Esther sufren de los equívocos de los padres y su hijo Guillem tiene vivencias imborrables con el viejo de la montaña sagrada. Hay imágenes hermosas que te sensibilizan al máximo.
Basili es el viejo ermitaño, el monje benedictino con luz propia, el cual traza su propio sendero de vida, es como Sancho un personaje que te llega al alma. Monstserrat es el hogar de los silencios ancestrales; él conoce los rincones secretos y los árboles milenarios de los druidas. El hombre místico tiene allí el hydraulis, un órgano de agua, el extraño artilugio de resonancias angelicales. Los cantos hendían la montaña que se hace sentir con una música con tonos maravillosos.
Basili, con la seguridad interior convence las conciencias. La sabiduría de tiempos arcanos tiene en él potencia genética, es el semillero de certezas imprescindibles. Basili ejerce el magisterio sin ninguna pretensión de adoctrinar, lo hace con humildad. Nunca se deja arrastrar por el fanatismo y asume la flaqueza humana desde la lucidez de una espiritualidad plena.
Ponc de Balsareny, el señor de Manresa es una serpiente que siembra la discordia en el valle de Montserrat, destila un hambre de poder insaciable, la montaña debe ser suya, es cruel y tiránico. Iguala a Gausfred de Tolosa con los demonios de la soberbia, es el nuevo prior en reemplazo de Dalmau Savares. Un monje rígido en la interpretación de las escrituras, la fatuidad lo distingue, es calculador y frío, lacónico, pero con la voluntad de saciar los delirios del poder. La Iglesia acoge a seres humanos muy distintos en sus afanes, unos creen con firmeza en la obra de Dios y lo honran, otros miran más por sus intereses, Gausfred y Dalmau son antípodas.
La prosa de Coia Valls es multicromática se corresponde con los distintos matices de un entorno montañoso que cambia climáticamente a cada instante. El aroma narrativo viene de tiempos antiguos, usa términos hoy en desuso. La trama es de sensaciones extremas, nada oculta de los sinsabores y alegrías de los tres locos de la imponente montaña, con ellos sufres, lloras y te identificas con sus sueños y fracasos. Coia Valls es una escritora puntual al estilo cervantino. Me impresiona por su esquema conceptual.
La novela es un compendio de expresiones significativas: Soy un águila que se desprende de todo aquello que no lo deja volar. El tiempo también deja huellas sin dolor. Solo los necios no cambian de opinión. Caminar sin miedo ni rabia, con valor y compasión, y encarar el miedo transformándolo en aliado. Nota: Así lo hicimos en la Operación Soberanía, al sembrar, en el enclave colonial, banderas de dignidad y honor.
El pasado y el futuro se juntan en el presente. El círculo existe sin fin ni principio, nos iguala. Nada es eterno. Las certezas siempre tienen un doble filo. Las dificultades nunca deben abatirnos, son un motivo para aprender. Para tener las respuestas, antes debes llegar al corazón de las personas. El poder corrompe, si no lo ejerces desde la humildad y el respeto. Solo si puedes soltar lastres te elevas por encima de tus limitaciones. Qué sentido tiene la luz sin las tinieblas. Todos somos peregrinos en busca del Gran Misterio de la vida.
Me vuelvo a dormir y sueño que las torres del cielo me hacen protagonista de la vida medieval, soy artífice de un cenobio que me enseña a pensar con tolerancia en una praxis de solidaridad cristiana como la que vivió Jesús, el rebelde de Nazareth.
Dedicado a Javier Riba Peñalba que puso en mis manos un libro pleno de esperanzas.
Referencia Bibliográfica: Valls, Coia. Las torres del cielo / Barcelona: Ediciones B, 2013. 457 p. il.