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- 24/01/2021 00:00
Trump: tragedia o comedia
Una vida es, por excelencia, aquella realidad que solo puede ser vista desde su interior, como bien lo señaló el insigne Ortega y Gasset en su magnífica biografía de Velásquez. Vista desde adentro, cualquier vida deja de ser un espectáculo lleno de acontecimientos, proceso dinámico del azar y de las circunstancias, que la hace diferente a todas las demás: es precisamente lo que le da su singularidad.
Pero esa singularidad, en la medida en que se convierte en individualismo feroz, colocándola por encima de todos, inclusive de Dios o de la Justicia, se torna en supremo egoísmo, esa incapacidad de amar a otro, salvo que sea en beneficio propio, poniéndola muy lejos del humanismo como bien y valor supremo, su polo opuesto.
Es aquí cuando esa magnitud existencial que influye en toda vida como sistema activo e inteligible, que llamamos circunstancias, choca con el azar, ese otro factor irracional independiente de nuestra voluntad, que escapa a todo control y a toda intención.
Por eso, cualquiera que reflexione sobre el paso de Donald Trump por la Presidencia de los Estados Unidos de América (EUA), sin ser demasiado avezado, puede interpretar esos cuatro años presidenciales como parte de ese choque de los antedichos tres factores formativos de su vida: su egoísmo feroz, las circunstancias de sus orígenes y la complejidad discontinua del azar, o sea, todo lo que lo llevó a ser lo que es, con sus múltiples cadenas causales.
Así, Trump bien pudo haber nacido en la Alemania posnazi, no en Nueva York, si las circunstancias y el destino no hubiesen forzado a su abuelo alemán a emigrar por segunda vez a EUA, engendrando allí hijos y nietos. O si su nieto Donald Trump, en vez de evadir su reclutamiento como soldado en la guerra de Vietnam, hubiese dado su vida allá. Esto y todo lo transcendental de su vida se basa pues en esos factores formativos.
Esta interpretación de su vida y presidencia tiene, no obstante, una peculiar dificultad que la complica: la inmediatez de lo ocurrido en esos cuatro años, paradójicamente, hace su significado más remoto cuando tratamos de ver estos hechos solo desde la singularidad de Trump. Acceder y valorar esos acontecimientos recientes requiere, además, de un cierto sentido dramático que presupone una tragedia o una comedia, porque lo ocurrido en su presidencia entreteje contar una historia que acaba de acontecer.
Los historiadores ya darán su veredicto, en cuanto a sus logros o desatinos, por lo que aquí no trataremos de evaluar el paisaje moral de su Gobierno, sino únicamente ver su vida hasta hoy, como tragedia o comedia para EUA y el mundo, sin ser augures de su futuro próximo. Lo absurdo de su triunfo electoral y su verdadero sentido trágico solo puede entenderse refiriéndose al todo de que es parte, porque ningún egoísta como Trump es capaz de darle la razón a quien la tenga, a menos que sea la suya, ni puede compartir ese humanismo del bien como valor supremo. Su país vivió esa realidad estos últimos cuatro años.
La dimensión trágica mundial de su mandato se da al confrontarnos con lo inaceptable, con lo injustificable, condenándonos a la lógica de lo peor, con secuelas aún por verse.