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- 23/09/2025 23:00
Charles Robert Redford (homónimo de su padre) fue un prolífico hombre de cine. Al terminar el siglo XX había pasado casi cuarenta años en la industria cinematográfica: su nombre había aparecido en las marquesinas de las salas como protagonista de un poco más de treinta películas y director de cuatro historias, todas estas de gran éxito estilístico, que recogían sólidos argumentos y una especial concepción de ese medio audiovisual.
Cualquiera hubiera dudado en pensar durante los años cincuenta que este inquieto y errante personaje que se había ido a vagar por Europa y que regresó a Estados Unidos para sumirse en la bebida como respuesta a la pérdida de su madre, habría experimentado la experiencia de un arte en ascenso. Es así, como el trabajo de realizadores como Penn, Hithcock, Roy Hill, Pollack, entre otros, va a permitirle alcanzar una carrera fulgurante, sólida y llena de fama.
Se le vio primero en televisión (series Playhouse 90, Perry Mason y con Alfred Hichcock), luego en el teatro en obras destacadas como Descalzos en el parque, de Neil Simon. De allí salta a las pantallas de la mano de directores como Arthur Penn en Jauría humana y otras donde interpreta papeles secundarios. Viaja a España a hacer vida bohemia y regresa a Estados Unidos a intervenir en la versión cinematográfica del drama de Simon con éxito.
Un conjunto de títulos le dan mayor relevancia. Butch Cassidy y el Sundance kid (con Paul Newman) y luego, El candidato, La balada de Jeremiah Johnson, Tal como éramos y El golpe, nuevamente con Newman. Penn opinó que Redford “a menudo representaba la mentira del país”, pues consideraba que encarnaba “una imagen admirable de Estados Unidos”. Además, hay que mencionar Todos los hombres del presidente, de Alan Pakula y Los tres días del cóndor, de Sidney Pollack
George Roy Hill dirigió las dos películas que protagonizaron el dúo Newman-Redford y consideró que ambos hacían química. Cuando seleccionaba a los actores, dijo “Por muy buena que fuera la historia, por muy hábil que fuera el cámara, y por muy experto que fuera el director, simplemente no se podía conseguir una buena película sin un gran actor en la pantalla...”, cita Beatriz Clemente Ibáñez en el artículo The natural Redford.
Veinte años después de haberse iniciado en este mundo de cámaras y reflectores, en 1980 Redford inicia una nueva etapa en su trabajo. Se coloca tras los lentes para dirigir una cinta inusual: Gente como uno, una historia que cuenta el drama de una familia que sufre la pérdida de un hijo y no puede recomponerse. La crisis psicológica del relato hace pensar en la arquitectura teatral con la que el director estuvo en contacto en sus inicios artísticos.
Esta cinta se llenó de distinciones; entre ellas cuatro premios Óscar, incluido uno a la mejor dirección. Luego hubo otros trabajos como Un lugar llamado Milagro (con la actuación de Rubén Blades) y El río de la vida; ambas empiezan a delinear la atracción de este realizador por la naturaleza. Más adelante tenemos Quiz show y El hombre que susurraba a los caballos, La leyenda de Bagger Vance y Pacto de silencio.
Además del mérito de la dirección, que le ha sido útil para mostrar un modelo propio de concebir ese mundo de apariencias que se registran en el celuloide, la otra distinción de Redford ha sido crear y establecer el Festival Sundance, toda una corriente y una oportunidad para la realización de películas en la ciudad del mismo nombre en Utah. Otro cine que anualmente estimula nuevas obras, y que a él lo comprometió con un estilo innovador.
Redford evolucionó y no se quedó en la fase del deslumbramiento por aparecer junto a grandes actrices como Nathalie Wood, Katharine Ross, Jane Fonda, Angie Dickinson, Barbra Streisand, Mery Streep, Debra Winger o Daryl Hannah. Pudo concebir este oficio de hacer películas con un sello íntimo caracterizado por un ritmo muy suyo y un sentido de la plasticidad que trascenderán su vida que recién acaba de apagarse a sus 89 años.