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- 06/05/2025 01:00
Una dinastía de origen penonomeño en Costa Rica desde el siglo XIX

De Panamá sale gente desde el siglo XVII que destacó en varios países latinoamericanos, desde Perú hasta México. Recordemos un caso que originará una verdadera dinastía, al menos política, en Costa Rica. Es el linaje Guardia, que ha participado de la cúpula económica y social, pero también de las capas medias mayoritarias que representan al Costa Rica actual, y algunos del proletariado.
El talentoso penonomeño José Víctor de la Guardia Jaén (1772-1824), político y autor de una obra de teatro estrenada en 1809, que había sido alcalde mayor de Natá (1803-1818), emigra a Centroamérica con sus cuatro hijos y su esposa Petra Josefa de Robles Jiménez, originaria del pueblo de Santa María. Ascendido a intendente de provincia y trasladado a Guatemala en 1820 “de paso para la capital de este reino y hallándose en Nicaragua, fue proclamada la independencia. Sabedor el gobierno de Iturbide de su presencia allí, le confió la jefatura política de Granada, empleo que desempeñó durante más de un año, hasta que tuvo que abandonarlo con motivo de la revolución de Anacleto Ordóñez de 1823, resolviendo entonces dirigirse a Costa Rica, para fijar su residencia en Guanacaste, donde hizo la adquisición de la famosa hacienda “Catalina” (19.000 hectáreas). Pocos meses después, en diciembre del mismo año de 1823, la asamblea provincial de Costa Rica, sin conocerlo más que de reputación, lo nombró coronel del batallón provincial, y el congreso constituyente, reunido en septiembre de 1824, vicepresidente; pero cuando se disponía a trasladarse al interior para tomar parte activa en la política del país, la muerte le vino a sorprender en la plenitud de la vida”, dice su biógrafo Ricardo Fernández Guardia (1867-1950).
Llegó la pareja Guardia Robles al apéndice meridional y más atrasado de la Capitanía General de Guatemala, a Guanacaste, tierra caliente que recordaba los anchos latifundios ganaderos coclesanos de sus parientes. Era un país con una sociedad agraria más igualitaria, de una costa pobre, de campesinos mestizos de origen hispánico, con pocos indígenas y menos africanos aún. De gente con poca tradición esclavista, demasiado costosa para sus modestas élites.
Víctor de la Guardia Jaén llega a un país con poca población, concentrada en el pequeño valle central, con hasta el 80 % en el área bajo el dominio directo de Cartago, San José, Heredia y Alajuela. Eran ciudades vecinas y diminutas; la mayor no superaba 12.000 almas. El país tenía aproximadamente 65.000 habitantes en 1824, que se elevarán a 100.000 a mediados del siglo XIX, los que se triplicarán hasta alcanzar 304.000 en 1900, tantos como en el istmo panameño, mientras que hoy son un millón más que en Panamá.
Esa sociedad rural costarricense, establecida en un valle más fresco de 200 kilómetros de longitud de este a oeste, entre 1.000 y 1.400 metros de altitud, que exportaba tabaco y algo de cacao en el siglo XVIII, se enriqueció con el corto ciclo de la minería de oro a principios del siglo XIX. A esta actividad sucedió el cultivo del café para la exportación desde la década de 1830 y Costa Rica recibirá desde entonces muchos inmigrantes europeos y hasta norteamericanos que, además de los ticos más afortunados que visitaban Europa, trajeron un aire de modernidad al aislado país, cuyo corazón se afianzó finalmente alrededor de San José, ciudad con una elite más liberal que la conservadora Cartago. En la nueva capital josefina se fundó en 1842 una universidad, centro de un esfuerzo educativo que aprovecha más la sociedad, así mucho mejor preparada que la istmeña. Además, en 1900 cerca de 20 % de la población sabía leer y escribir, un poco más que en Panamá. Esa actividad educativa y cultural más temprana en Costa Rica explica, en gran parte, la evolución más avanzada en el campo cívico, social y cultural frente a sus vecinos de la América Central.
Costa Rica fue durante el siglo XIX un país afectado por convulsiones políticas después de su independencia de España en 1821 y de su participación en la Federación Centroamericana, de la que se separó definitivamente en 1838. También por las rivalidades de personas y grupos de su pequeña élite y por la invasión de los filibusteros estadounidenses de William Walker (1824-1860), los cuales fueron vencidos en la campaña militar de 1856-1857 en la que participaron dos nietos del inmigrante penonomeño: los generales Víctor Guardia Gutiérrez (1830-1912) y Tomás Guardia Gutiérrez (1831-1882). Este personaje poseyó en Guanacaste las haciendas “Tempisque”, (12.000 hectáreas) y “Taboga”; allí existe un poblado llamado “Guardia” fundado en 1877, y a pocos kilómetros está la “playa Panamá”, ahora paraíso turístico.
La solidaridad familiar entre los dos países se revela cuando, por ejemplo, los poderosos Guardia Gutiérrez acogieron en 1862 a la familia expatriada (de la Guardia, Fábrega y Facio) del gobernador conservador Santiago de la Guardia Arrue (1829-1862), muerto en combate cerca de Natá por las tropas del liberal Buenaventura Correoso (1831-1911).
Los dos gobiernos (1870-1882) del dictador, autodidacta ilustrado y liberal, Tomás Guardia Gutiérrez, echaron las bases institucionales de la Costa Rica más moderna, que sufrió una guerra civil en 1948 que perdieron los partidarios del político reformador Rafael Ángel Calderón Guardia (1900-1970), pero se afianzó la democracia. Hoy es el país más evolucionado política y culturalmente de América Central, con menor corrupción pública e impunidad de la cúpula, con buena educación y universidades mucho mejor catalogadas en el ámbito latinoamericano. Más información en mi libro: Españoles en América, 300 años de los De la Guardia de Panamá y Costa Rica (Aranjuez-Madrid, 2017).