• 08/02/2023 00:00

Los velorios y entierros peninsulares, en el tiempo

“Con el transcurso del tiempo, los rituales “post mortem” en nuestros pueblos están cambiando. El acompañamiento musical y otras tendencias son objeto de duras críticas por algunos”

A mediados del siglo XX, cuando moría un familiar, un amigo de la comunidad, era un hecho importante; las actividades festivas del pueblo quedaban suspendidas, en señal de respeto, duelo y consideración con los familiares del difunto, que generalmente eran parientes.

El vocabulario para referirse a las enfermedades era bastante simple, porque se sabía que eran generalmente mortales, pero, quedaban dudas.

Los “curanderos” eran portadores de esperanzas de recuperación y cura de algunas enfermedades básicas, con hierbas y otros elementos, como “los santigües”, cumplían su función.

Recuerdo, eran solo dos las causas de muerte frecuente, que a simple vista se notaban graves. Si el fallecido estuvo mucho tiempo en cama a consecuencia de la enfermedad, se decía que “murió de algo malo” (un cáncer o brujería) y si falleció desprevenido, por un infarto masivo, una apoplejía o un derrame cerebral, “murió de pronto”, o de una muerte violenta o accidental. Solo dos diagnósticos.

Si el moribundo se encontraba acompañado de sus familiares y amigos preparándose, afrontando su realidad, era visitado por el sacerdote del pueblo, recibiendo la “extremaunción” y el perdón de nuestro Señor Padre a través de la confesión de sus pecados.

En la región peninsular, el fallecimiento de un residente era una situación de todos; organizaban la mortuoria, compartían la actividad, como en una especie de “junta”.

La falta de electricidad obligaba a conseguir un par de quintales de hielo para preservar el cadáver y brindarle al difunto un velorio y un funeral digno. Las costureras se encargaban de confeccionar una “mortaja” para vestir al difunto; los carpinteros, preparaban el cajón o ataúd, donde reposa para siempre el difunto, otros se dedicaban a levantar un altar, que consistía en colocar en una de las paredes de la casa una sábana blanca con una imagen de Cristo en el centro, adornarlo con lirios, mirtos y muchas flores de la época e imágenes de otros santos. Organizaban los rezadores bajo la creencia de que entre más rosarios y trisagios recibía el difunto, mayor era la posibilidad de que llegara a la Gloria, porque se consideraba que la muerte era una especie de sueño o letargo que esperaba la llegada del juicio final.

En el transcurso del velorio, era donde se apreciaba la realidad en que ese hogar se vivía. No era difícil darse cuenta de las situaciones fingidas; llantos que no expresaban ningún sentimiento de amor filial, de esposas o hijos con “ataques” fingidos, pero, como es lógico, se percibían expresiones llenas de sentimiento verdadero, de amor entre parejas y de hijos con sus padres.

La atención a los acompañantes en los velorios era básica, esencial; era la oportunidad de demostrar el agradecimiento por la compañía y el apoyo brindado. En momentos difíciles, en que el muerto o sus parientes contaban con mayores recursos, no era extraño que prepararan alimentos para lo cual se sacrificaba una res, un cerdo o varias gallinas. No hay evidencias de que se ofreciera licor. La gente de menos recursos brindaba cigarrillos, café, té de hierba de limón, pan, queso criollo, y otras viandas importantes para ayudar a soportar el sueño y cansancio de la madrugada.

También era parte de los velorios la presencia de los “contadores de cuentos y chistes”, quienes indirectamente se encargaban de mantener despiertos a los asistentes, para que contestaran los rosarios y los sitios propicios para los chistes eran el patio y el portal de la casa.

Las esposas o compañeras, hermanos, hijos y familiares establecían una resistencia para que el difunto no fuera sacado de casa, para llevarlo a la iglesia y al cementerio.Los campesinos no nos resignamos ante la muerte, por lo que el miedo a lo desconocido era motivo más que suficiente para asustar al más fiel de los devotos o al más bellaco de los hombres.

El tema de la muerte no concluía con el fallecimiento y el entierro del difunto, con las misas de “cabo de año”, se sumaban las conmemoraciones en nombre del difunto, en los aniversarios de su muerte.

A finales de los años cincuenta del siglo pasado, encontramos uno de los primeros casos conocidos en los que los “rituales funerarios campesinos” fueron sufriendo cambios: cuando los acordeonistas GELO Córdoba y Claudio Castillo acordaron que el primero de los dos que falleciera, por cualquier causa, el otro interpretaría una Cumbia Panameña en su entierro. Promesa que fue cumplida, pero no por uno de ellos. Claudio, por razones de trabajo, no pudo asistir a Pedasí al entierro de Gelo, pero FITO Espino con su acordeón y el Maestro Clímaco Batista con su violín cumplieron con la promesa, en su nombre. Esta costumbre se mantiene entre nuestros artistas, a pesar de las críticas a favor y en contra de ella.

Cuando un familiar entrega su alma al Creador y se cumple con los trámites de rigor, inmediatamente el cuerpo es trasladado a la morgue más cercana, hasta decidir la fecha adecuada para el sepelio.

Es poco usual encontrarse hoy con un velorio en uno de estos pueblos; tampoco los cadáveres son velados en las residencias, sino en “casas comunales” o una hora antes de la misa, en las iglesias. Los muertos hoy no son enterrados en tierra, son “guardados” en bóvedas, o son cremados y se mantienen en las residencias o en las iglesias.

Hoy, algunos entierros van acompañados al son de cumbias con violines, acordeones, tambores y guitarras. Las mejoranas, los tamboritos y repartos de licor son frecuentes, según la última voluntad del difunto.

Con el transcurso del tiempo, los rituales “post mortem” en nuestros pueblos están cambiando. El acompañamiento musical y otras tendencias son objeto de duras críticas por algunos.

Escritor, folclorista, compositor.
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