• 26/09/2023 00:00

¿De dónde nos viene el clientelismo?

Heredamos de los colombianos aquello de que, al tener el poder, debes evitar perderlo, que tiene sus raíces en la conquista española, que tanto se arraigó en el continente

Es común culpar al clientelismo político los males de nuestra democracia, donde los recursos públicos son utilizados para el fin personal de algunos pocos, en detrimento del resto de los ciudadanos.

¿Nos habremos puesto a pensar desde cuándo eso ocurre en la sociedad panameña? ¿O lo habrán inventado los actuales diputados?

El libro El miedo a la modernidad en Panamá (1904-1930) de la gran historiadora uruguaya-panameña Patricia Pizzurno, da excelentes pistas de cómo en el país la clase política se ha desarrollado desde nuestra separación de Colombia. En el capítulo VI de su ilustrada obra, El miedo a la democracia. La república oligárquica, nos brinda algunas respuestas a nuestras interrogantes. Solo ese título refleja lo poco que hemos cambiado o lo peor que nos hemos puesto.

Los actuales gobernantes, del color que sean, han tenido pavor a la democracia, convirtiéndola en una especie de adorno. Seguimos siendo una república oligárquica, entendiendo la ampliación que el término ha sufrido. Antes era “el sistema de gobierno en manos de unas pocas personas pertenecientes a una clase social privilegiada”, clase a la que se suman ahora los políticos corruptos que, en contubernio con la oligarquía tradicional, se adueñan del poder. Es lo que tristemente vivimos en el país en los últimos años. La alternancia en el poder se reduce simplemente a cambiar cada cinco años uno malo por otro de igual característica, pero con los mismos propósitos de aprovecharse de los recursos públicos. No hay planes ni se piensa el futuro del país.

Heredamos de los colombianos aquello de que, al tener el poder, debes evitar perderlo, que tiene sus raíces en la conquista española, que tanto se arraigó en el continente en los más de cuatro siglos que nos dominaron. Según explica Pizzurno, “los grupos hegemónicos necesitaban controlar el poder político mediante la construcción de votantes dóciles, manipulables y baratos”. Por eso compraban votos y repartían licor a tutiplén. ¿Seguirá lo mismo hoy? Por eso no apoyaban el desarrollo de la educación, ya que entre menos educada la población, más fácilmente la controlarían. Prueba de ello es que en 1935 fuimos uno de los países más demorados en tener una universidad pública. Solo basta ver cómo ese flagelo de la mala educación, sobre todo para los que menos tienen, se ha extendido en forma incontrolable.

Las recientes elecciones internas de dos partidos locales demuestran esa vergonzosa realidad. Al preguntársele al magistrado Eduardo Valdés sobre las noticias de compra de votos en las internas de Cambio Democrático, este habría respondido que ello no le quitaba lo correcto de ese proceso electoral. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI todavía estos flagelos de la democracia persistan y el Tribunal Electoral pareciera considerarlos normales?

Ya nos decía el gran estadista Eusebio A. Morales, a principios del siglo pasado que “El problema se originaba en la falta de voluntad de la clase dirigente por modernizar el ejercicio de la política y así convertir a la república en “una entidad moral superior”. ¿Habremos cambiado en un siglo? ¿Podremos algún día ser diferentes, erradicando a quienes han convertido la política en un mercado persa?

Una oportunidad para el cambio se presenta ahora. Cansados de tantas promesas vacías es hora de que hagamos el intento. En conjunto con la sociedad misma debemos llevar adelante esos cambios profundos. Ya se ha dicho: no será fácil. Un proceso muy duro nos espera porque en los últimos 15 años el desgaste ha sido inmenso, erosionando el sistema democrático a una velocidad increíble.

Analista político
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