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- 14/12/2019 00:00
Vivir de apariencias
“Me voy de viaje... voy a tomarme esta foto en el avión para que las redes se enteren...” —”Antes de comerme el almuerzo, le tomaré una foto para compartirla en el feis...”.
Ideas comunes estos días en los que, lo que la sociedad piense de nosotros se considera muy importante. El mundo se ha vuelto un lugar de espejismos, con personas que crean vidas falsas, en las que son felices, honestos, y hasta sabios. Cualquier desgraciado con una conexión de internet y un teléfono inteligente es capaz de generar una vida paralela, en la que tiene todo lo que anhela; una vida de éxito y satisfacción expresamente desarrollada para que los demás lo vean como alguien cuya vida es envidiable.
Nos hemos acostumbrado en poco tiempo a este proceder, al punto de que es vital hacer repetidas publicaciones para que la sociedad sepa que somos “exitosos y felices”. Inadaptados son considerados como personas influyentes. Personas sin oficio ni conocimiento son considerados expertos en todos los temas, y sus “asesorías” son aceptadas como buenas prácticas a seguir por un público creciente, desesperado por guías. De más está decir que en un altísimo porcentaje de las ocasiones en que estos “expertos” recomiendan algo, la recomendación es un perfecto disparate. Asesores matrimoniales divorciados. Motivadores deprimidos. Técnicos sin educación. Guías sin rumbo. El mundo virtual visto desde la realidad no es más que una pantalla llena de colores, pero sin contenido, frente a la que se esclaviza, voluntariamente, un ser humano vacío.
“Dime de qué alardeas, y te diré de qué careces”, reza atinadamente el refrán. Entre más insatisfecha está una persona con su vida, más imágenes de supuesta felicidad y mensajes positivos publicará en las redes. La realidad de la vida de alguien es casi siempre lo opuesto a lo que quiere proyectar.
Nos hemos acostumbrado tanto a este proceder que no solo proyectamos nuestra vida de esa manera. Queremos también manejar la realidad nacional de una manera similar. Tanto al Gobierno como a los ciudadanos nos interesa proyectar una imagen grata, estable y de confianza para la región, y hasta para nosotros mismos.
Si Panamá fuera un edificio, la estructura denotaría negligencia, falta de mantenimiento. Sería incluso un edificio peligroso, pues podría colapsar. Siendo eso así, y obrando acorde con lo que se ha vuelto costumbre, no nos interesa arreglar el edificio, no. Queremos cubrirlo con un parapeto y pintar una imagen de cómo quisiéramos que se viera, creyendo que con eso resolvemos el asunto. De hecho esto ya lo hizo en Colón la administración pasada. Le hemos dado tanto valor a la apariencia que hemos perdido el interés de reparar el problema real.
Cada día vemos dolorosos ejemplos de cómo las formas nos preocupan más que los fondos. Por ejemplo, hemos visto imágenes de una menor durmiendo en el piso de una oficina, en la propia entidad que debe defender sus derechos. La respuesta de los encargados fue que las imágenes eran ilegales, y que el problema es de arrastre. ¿Qué hacen entonces?
Tuvimos la vergonzosa experiencia de ser noticia internacional como país al saberse que a un expresidente lo requería la justicia de otra nación, pues el sistema local no actuaba. La respuesta de los encargados es que nuestro sistema está saturado, y no contaban con recursos para atender esa situación. ¿Qué hacen entonces?
Recibimos una bofetada al enterarnos de que las mejoras a la obra que nos hace únicos en la región y mediante la cual se sostiene nuestra economía por encima de la de nuestros vecinos, se llevaron a cabo de mala manera. En vez de buscar soluciones, los encargados ordenaron que se mantuviera al país en el desconocimiento de los problemas. ¿Qué hacen entonces?
Un escándalo que ha debido llevar el nombre de la oficina que los generó, y en vez de eso le pusieron el nombre de nuestro país, que por infame hasta una película generó, nos hace sonar nuevamente como un país sucio, en el cual por dinero se puede hacer cualquier cosa. Y así nos ven a todos, no solo a los bellacos que se llenan los bolsillos con dinero mal habido, ganado con engaño, trampa y malas artes.
¿Qué hacemos entonces? Como sociedad, nos ofendemos y buscamos la quinta pata al gato, no para defender nuestra honorabilidad como país, sino para atacar a los que hicieron la película, alegando que quieren boicotearnos. ¡Nos hacemos solidarios con los maleantes!
Señores, nuestro silencio es el arma de nuestra propia destrucción. Mientras defendamos nuestra inacción o falta de capacidad culpando a nuestros antecesores, somos parte del problema. En la medida en que el sistema judicial siga siendo selectivo, dejando libres y declarando “no culpables” a los que tienen dinero, pero condenando a los que cazan iguanas, Panamá se atrasa.
En tanto los Gobiernos y sus entidades sigan predicando con el “hagan lo que digo, no lo que hago”, seguiremos adoctrinando a nuestra juventud para que entienda que los valores no sirven de nada, y que el juegavivo es lo que paga en Panamá. Que nuestros políticos vean como procedimiento estándar el nepotismo, al punto de alardear del mismo en redes sociales, no es algo que deba romantizarse. Está mal y punto.
Que la misma Contraloría que frena el pago de una obra por una cerradura de B/.10.00 defectuosa, cuya colocación está garantizada con un retenido y afecte a una empresa que ha cumplido, sea la misma que firma los cheques de familiares, amigos y planillas brujas es una incoherencia. Acá se castiga al que trabaja, y se premia la sinvergüenzura, para luego no entender por qué la sociedad se inclina ante la corrupción.
A nuestros gobernantes, hablar de amar la Patria en los medios de comunicación y hacerse de la vista gorda ante los errores evidentes que se están cometiendo no es otra cosa que vivir de apariencias. “El que más pregunta menos se equivoca”, era una frase muy repetida en campaña. Ahora cabría decir “el que más fotos se toma, no es el que más hace”. Necesitamos más realidad, menos apariencias.
Dios nos guíe.