• 29/12/2023 14:36

Y fue así fue como empezamos a seguir los pasos de los próceres

La lucha fue ardua, la columna vertebral del país se estremeció, los rascacielos se mecían por los cantos patrióticos que los rodeaban

Cuando el Estado se hace dueño de la riqueza de un país, corresponde preguntarse ¿quién es el dueño del Estado?, Eduardo Galeano.

Sin duda, el istmo panameño ha sido desgarrado y pisoteado a lo largo del festín sin fin que han ejercido los amantes de la corrupción, los cuales proliferan como plagas, haciéndose casi imposible lograr su erradicación.

Alcanzar nuestra soberanía y moldearnos como república ante el mundo costó lágrimas, privaciones y vidas. Hacernos valer y respetar, siendo un país tan pequeño y considerado por muchos tercermundista, aún hoy sigue exigiendo grandes esfuerzos.

Por mucho tiempo, nuestra sociedad se ha dejado seducir por las insinuaciones del clientelismo y las falsas promesas. Esos distractores bloquearon nuestra mirada, llevándonos a no poner la debida atención a los verdaderos problemas de nuestro suelo patrio y a cómo solucionarlos. Hasta el día en que la tierra misma empezó a crujir de dolor, mientras extraían de ella no solo metales preciosos, sino también, su alma. La muerte empezó a fluir por los ríos eliminando todo a su paso, pues estaba hecha del veneno que la contaminación repugnante le obsequió.

Llegó finalmente el día, en el que pensamos que los defensores de la patria, elegidos por nosotros mismos, tomarían la decisión correcta dando el no rotundo, al gigante que pretendía seguir exprimiendo a Panamá para su máximo beneficio particular, ofreciéndole un futuro de destrucción a nuestro medio ambiente. Cuál sería la sorpresa y la decepción, al ver que el egoísmo, la traición, el total desinterés por hacer patria y la ambición; con los que dichos defensores dijeron sí. Pocas veces se vió tal rapidez de decisión ante un tema que exigía una profunda evaluación.

Según parece, fue necesaria una herida de tal magnitud, para que el pueblo finalmente despertara como un volcán que estuvo dormido en su inmensa eternidad. Despertar que fue impulsado por los hijos más pequeños, aquellos que aveces no son comprendidos porque piensan diferente, aquellos que ya no temen al verdugo ni a la represión, los jóvenes.

La lucha fue ardua, la columna vertebral del país se estremeció, los rascacielos se mecían por los cantos patrióticos que los rodeaban, el silencio se extinguió entre los brazos de la desesperación, la ciudadanía se reveló agotada de la mentira y sedienta del elixir de la verdad. Fuimos forzados a tomar medidas duras, que al mismo tiempo lastimaron a los más vulnerables de todos los modos posibles, sin embargo, dicha firmeza fue la que nos llevó al triunfo, pues la libertad y la soberanía siempre han tenido un alto precio. ¡Ningún pueblo ha sido libre sin que se resquebrajen sus cimientos, hasta lo más profundo de sus espíritus! Esto no nos quita responsabilidad, juntos debemos trabajar para subsanar las afectaciones causadas a las esferas más sensibles, así como recordar a los ciudadanos caídos, eso también es parte de la batalla.

Este es el inicio de la revolución, no podemos seguir permitiendo que se nos maneje como títeres de segunda mano, cuyos hilos son guiados por los mismos dedos que: “Robaron, pero hicieron o los que robaron y no hicieron nada”, robar es un delito, dejemos de dar excusas ante lo inexcusable. No podemos seguir tolerando a aquellos que compran con su clientelismo barato durante todo su mandato, al mismo pueblo que luego les paga dándoles un voto que se traduce directamente en un sí a la corrupción, un sí a los mismos que llevan el cinismo de corona mientras ríen y apuñalan nuestras espaldas. Esos que han dejado a un país rico en recursos, en la más vergonzosa ruina y miseria, los que cuyas caras las maquillan la mordaz falsedad y la punzante procacidad. Este comportamiento cómplice, debe arder en las llamas del pasado. Ahora, debemos ser sabios e inclementes, es momento de decir adiós a los falsos profetas de modo permanente.

En nuestras manos está el verdadero poder, pero también cargamos con una gran culpa, pues sabiendo que son corruptos, se les ha dado dado una y otra vez lo más preciado, el voto.

Es momento de tomar las riendas de un país que tiene el potencial para que los derechos y necesidades de cada ciudadano sean cubiertas, así como la responsabilidad de preparar a esos mismos ciudadanos, en cuanto a cumplir sus deberes para con su tierra.

De complacientes con la corrupción y de tener poco fervor patriótico nos acusan. Si realmente queremos salir de la sombra que generan esos señalamientos, dejemos de pedir y esperar que hagan las cosas por nosotros, empecémos a actuar y hacer las cosas por el beneficio de nuestro país.

La autora es escritora.

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