Panamá cerraría 2025 con exportaciones récord y proyecta crecer hasta $1,500 millones en 2026, según el ministro, Julio Moltó. Banano, servicios modernos...
El Canal no es solo una obra de ingeniería ni una fuente de ingresos. Es la prueba de que Panamá puede asumir, gestionar y defender un activo estratégico de relevancia mundial. La reversión marcó un antes y un después, pero hoy el verdadero desafío no está en lo que se conquistó, sino en lo que se debe preservar y proyectar. En 2025, el Canal volvió a quedar expuesto a presiones externas que recuerdan su valor geopolítico. Tensiones internacionales, reacomodos en el comercio global y disputas por el control de rutas estratégicas han convertido la vía interoceánica en un punto de interés permanente para potencias y mercados. A ello se suman retos internos que no pueden ignorarse: el agua como recurso crítico, la sostenibilidad ambiental y la necesidad de mantener competitividad en un mundo que se transforma con rapidez. La soberanía sobre el Canal no se ejerce solo con discursos ni conmemoraciones. Se ejerce con decisiones responsables, inversión sostenida, planificación a largo plazo y una institucionalidad fuerte que lo proteja de interferencias políticas y de improvisaciones. El país ha demostrado que puede administrar el Canal con eficiencia, pero esa credibilidad se renueva todos los días. Mirar al futuro implica entender que el Canal seguirá siendo un eje central del desarrollo nacional, pero también una responsabilidad colectiva. Su defensa no es tarea exclusiva de una autoridad, sino una causa de Estado. El Canal es, y seguirá siendo, una plataforma de oportunidades para Panamá, siempre que se entienda que su mayor valor no está solo en lo que conecta, sino en lo que representa: la capacidad de un país pequeño de sostener una soberanía grande, en un mundo cada vez más complejo y exigente.