Según el economista en jefe de la FAO, Máximo Torrero, la región ha reducido la prevalencia del hambre, con casos destacados como Brasil, República Dominicana...
La igualdad de género no significa otorgar cargos por concesión ni por cuotas simbólicas. Significa garantizar que toda persona —mujer u hombre— pueda competir en igualdad de condiciones. Que el talento, la preparación y la capacidad sean los verdaderos criterios del mérito, y no los estereotipos, el acoso o las estructuras que aún castigan a quien rompe moldes de poder. El reciente caso de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, manoseada durante un acto oficial, no fue un incidente menor. Fue un intento de reducir su autoridad a su cuerpo, de recordarle —y recordarnos— que el espacio público sigue marcado por jerarquías de género. Su respuesta firme, al negarse a minimizar el hecho, no apeló al victimismo, sino a la dignidad: la del derecho a ejercer el poder sin ser violentada ni simbólicamente deslegitimada. En Panamá, el debate sobre el proyecto de ley 34-25, que plantea reemplazar el Ministerio de la Mujer por un Instituto Nacional, también refleja esa tensión entre mérito y estructura. El Gobierno defiende la eficiencia técnica; las organizaciones de mujeres advierten un retroceso político. Porque sin representación directa en el Consejo de Gabinete, las decisiones que afectan a millones de mujeres podrían tomarse sin su voz presente. La verdadera meritocracia no puede existir si el terreno está desbalanceado. Para que el mérito cuente, deben existir condiciones de igualdad: leyes efectivas, instituciones sólidas y una cultura que respete la autoridad femenina sin someterla a pruebas de resistencia.Sheinbaum no exigió trato especial; exigió respeto. Esa es, en el fondo, la base de la justicia: que nadie tenga que justificar su lugar en la mesa por haber nacido mujer. Solo así la igualdad dejará de ser discurso y se convertirá en práctica.