Los capturados fueron ubicados en la comarca Ngäbe-Buglé, las provincias de Veraguas, Los Santos y Panamá
La concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no es un gesto simbólico más. Es una señal inequívoca de la comunidad internacional sobre el valor de la templanza, la resistencia cívica y la lucha pacífica por la democracia. Durante toda la semana, el mundo tuvo los ojos puestos en Oslo y el alma anclada en Venezuela, un país que clama por volver a ser dueño de su destino. La ceremonia noruega colocó frente al espejo una realidad que ya no admite ambigüedades: el poder que se ejerce sin legitimidad democrática está condenado al aislamiento. No se trata de una disputa ideológica ni de afinidades políticas. Se trata de hechos acreditados por observadores internacionales y de un resultado electoral que Panamá ha resguardado con responsabilidad institucional, como testimonio irrefutable de la voluntad popular venezolana. En ese contexto, el respaldo del presidente José Raúl Mulino y de Panamá ha sido claro y firme, en defensa de principios: el respeto al voto, a la alternancia y a la libertad. Panamá ha entendido que la estabilidad regional se construye defendiendo la democracia allí donde es vulnerada. El Nobel ha operado como un punto de inflexión. Mientras en Oslo se hablaba de paz y transición, desde Caracas se respondía con descalificaciones y censura. Nicolás Maduro y su cúpula chavista ha convertido al país suramericano en ruinas. La única vía sostenible es una transición ordenada, negociada y pacífica, que permita recomponer las instituciones y cerrar una herida que ha expulsado a millones. El mensaje es nítido: Venezuela tiene que vivir en democracia. El Nobel lo ha dicho al mundo. Ahora falta que el régimen lo entienda.