En Cúcuta, principal paso fronterizo entre Colombia y Venezuela, la tensión por el despliegue militar de Estados Unidos en aguas del mar Caribe parece...
A primera vista, Panamá deslumbra. Lo repiten los visitantes que llegan por primera vez: ¿cómo es posible que un país con dos océanos, una gastronomía sorprendente, selvas a minutos de la ciudad, pueblos vibrantes y gente cálida no sea más conocido en el mundo? La respuesta duele: no hay una estrategia seria y sostenida para promover el turismo en el exterior. Durante años hemos confiado en que el Canal y los rascacielos bastan como carta de presentación. Pero el turismo global es una competencia feroz. Países vecinos invierten millones en campañas creativas, presencia digital constante y alianzas internacionales. Panamá, en cambio, parece contentarse con mostrar su potencial solo cuando el visitante ya está aquí, maravillado... y sorprendido de que nadie le contó todo esto antes. El turismo no es un lujo: es una industria que genera empleo, impulsa emprendimientos, activa hoteles, restaurantes, transporte, cultura y comercio. Cada turista perdido es dinero que no entra a las comunidades y oportunidades que no se crean. Necesitamos políticas claras, presupuesto real y continuidad más allá de los gobiernos. No se trata solo de hacer publicidad, sino de contar historias: vender la experiencia de desayunar frente al Pacífico y cenar mirando el Caribe; caminar por el Casco, surfear en Pedasí, escuchar tambores en Colón, respirar Darién. Panamá tiene lo que muchos destinos sueñan. Lo que falta es decisión. Si no contamos nuestra propia historia allá afuera, otro la contará por nosotros —y, peor aún, ocupará nuestro lugar.