• 07/11/2019 00:00

Un espejo llamado Chile

Opinión editorial del 7 de noviembre de 2019

Hace 30 años, Panamá cambió de un régimen dictatorial a uno “democrático” que supuestamente la sacaba de la desgracia en la que había caído el país. Lo primero que debió hacerse fue cambiar la Constitución, pero el grupo que le tocó gobernar dejó las cosas para “después”. Treinta años han pasado y lo que no se hizo en aquel tiempo, permitió que la desigualdad creciera como el buen arroz y hoy es un gran problema que pesa. En Chile, los espacios que se abrieron también hacen 30 años y que no se supieron manejar, hoy revientan cual granadas asesinas, permitiendo que nazcan liderazgos turbios, sin principios, sin valores, sin patriotismo; porque vale solo el cambiar el statu quo. En Chile protestaron por el alza del pasaje del Metro y “por 30 años acumulados de olvido”. Pero las protestas son de tal magnitud que destruyeron el Metro y los manifestantes, una turba irracional que dice ser pueblo, pero más bien parece plaga, está destruyendo lo que encuentre a su paso. ¿Cuál es el objeto? ¿Qué quieren? ¿Hay que permitirles seguir hasta que sacien sus ansias de poder destructor? No hay dudas de que hay un descontento acumulado que ha permitido que un mínimo de la población se haga con la mayoría de las riquezas del país. Pero destruyendo el país no se redistribuirá la riqueza, por el contrario, dejará más pobres a todos. Panamá debe mirarse en ese espejo y los que llaman a las protestas tienen el deber de explicar exactamente ¿qué quieren?, ¿cuáles son sus propuestas?, y ¿cómo se pueden ejecutar? Seguir los pasos de Chile es un error y uno que costará mucho.

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