Temas Especiales

29 de Nov de 2023

Opinión

El negocio de las prensas móviles y los “nuevos originales”

“Validatio-Autenticatio” (Frase del sello validativo de la Inquisición sobre los libros virreinales),

Hay un renovado interés por el rol del libro y de los materiales impresos en el período pre-emancipatorio de las sociedades del Nuevo Mundo lo que ha llevado a escena nuevos trabajos interdisciplinarios que buscan comprender los cambios en las mentalidades de las élites latinoamericanas, cambios cualitativamente distintos según cada región e idiosincrasia, cambios que lejos estaban de ser homogéneos o progresivos y fueron más bien disruptivos. Cambios que solo tenían en común el haber acontecido en la misma época y considerárseles “contemporáneos” unos de otros (Anderson, 1991; Hampe, 2011).

Hoy en día está en revisión un postulado que era dogma en el s.XIX: “[…] que las instituciones españolas sirvieron como mecanismos represivos que habrían contenido o estrechado la vida intelectual en las colonias” (Medina, 1907) restringiendo la exportación de libros hacia América o evitando que ésta generase su propia literatura. Hampe (2011) sostiene que la dureza de la norma quedaba en el papel, la realidad reflejaba otra cosa. Indica que “[…] sería equivocado considerar la divulgación de libros e ideas procedentes de Europa como un fenómeno puramente elitista, porque las creaciones literarias y doctrinas fundamentales de los más celebrados autores circularon también entre la gente de clase baja y los iletrados […] en reuniones donde algún pasaje novelesco o un comentario moral eran leídos en alta voz”.

De acuerdo con Medina (1904), “[…] solo cuatro ciudades en la América española gozaron del permiso oficial para establecer un taller tipográfico: México (1539), Lima (1584), Puebla de los Ángeles (1640) y Guatemala (1660)”. Aun cuando los libros seguían llegando mayoritariamente de la Metrópoli, el ímpetu latinoamericano por publicar generó una escasez crónica de papel desde finales del s.XVI hasta las últimas dos décadas del s.XVII en que los ingeniosos libreros, copistas y artesanos de prensas móviles de Lima y México empezaron a producir -a veces, clandestinamente- su propio papel. Como dato curioso éste salía de color marfil y se le llamaba coloquialmente “blanco” por contracción del nombre del producto a la venta que era “papel en blanco” muy necesario para los escribanos y el asiento de nacimientos, casamientos y defunciones, propiedades, compraventas, testamentos, entre otros usos.

En el caso virreinal peruano, debido también a la escasez de libros para una clientela demandante de nuevas lecturas, las imprentas locales tendían a reproducirlos -no necesariamente con la aprobación del dueño- ni bien llegaban a puerto, así hacían también con partituras musicales, cuadernillos sueltos o “literatura de cordel”, lo que explica que la copia de la obra extranjera se reexpidiese a otras localidades al interior del propio virreinato o puertos aledaños fuera de él. Cuando los fardos de libros llegaban de la Metrópoli muy dañados por la travesía, mojados o deteriorados por los roedores, los mercaderes de libros aplicaban entonces el “reciclaje” para no desaprovechar el papel. Se genera así un hábito sociológico interesante: se evade el control de lo que se lee vía la permisividad con que se hacían “nuevos originales” de libros. Se acota que no se trata de plagio porque se respeta el nombre del autor, son reproducciones adicionales no autorizadas. Esta red o dinámica comercial alterna acerca del libro extranjero pero producido localmente ya existía con anterioridad a la llegada de textos de la Ilustración a América y podría explicar su rápida difusión no solo entre las élites sino entre otras profesiones. Johnson (1988) y Hampe (1993) estiman que en todo el período virreinal aparecieron “17,000 títulos [originales] publicados en las Indias” que generaron, al menos, el triple de copias. Para el caso de la industria de Lima, papel y tinta eran vendidos a Guatemala y Honduras mientras que las copias de los libros regresaban por la vía en que habían llegado los originales, es decir, Panamá.

Sin embargo, las reformas de Carlos III en favor del comercio libre afectaron gravemente este próspero negocio. Se autorizan imprentas en Buenos Aires, Quito y Bogotá. Al encarecerse el papel y la tinta producidas localmente, la circulación de libros disminuye considerablemente y las imprentas viran hacia la producción de “pasquines” u hojas sueltas. El daño a la imprenta aceleró la merma en la lealtad al rey. “Al agudizarse el descontento por las medidas de presión fiscal que imponía el régimen de los Borbones” los pasquines se instalan como parte de la cultura popular (Torre Revello, 1940; Hampe, 2011). Conducta que se mantendrá durante todo el proceso independentista y los primeros años de las jóvenes repúblicas latinoamericanas. Este desarrollo de la “intelligentsia” local, en opinión de Chocano (1997), es indicio de una “latinoamericanización” del uso de la imprenta.

“Nuevas prácticas de lectura y la emergencia de espacios públicos novedosos, como los cafés y los salones literarios” influirán en el negocio del libro. El arte de la encuadernación seguirá siendo una primorosa fortaleza de las imprentas peruanas pero los editores optarán por el lugar con los costos menos elevados para nuevos libros.

Parafraseando a Hampe, queda aún mucho por explorar sobre el impacto de la tecnología de la prensa móvil y los talleres de imprenta sobre la vida social y cultural de la América española de 1808 en adelante, por ejemplo, sobre el manejo de la iconografía andina, caribeña, llanera -entre otras- que se ve reflejada en las arengas libertarias de las guerras de independencia. Se está a la espera de nuevas revelaciones.