Ante la compleja situación social y política que atraviesa nuestro país la Conferencia Episcopal Panameña, el Comité Ecuménico y el Comité Interreligioso,...
- 28/06/2015 02:00
Enemigo público #7: el cloro
La cloración del agua es una práctica generalizada en todo el mundo y se utiliza para la desinfección y el control de enfermedades. Está ampliamente comprobado que la aplicación del cloro en los procesos de potabilización evita enfermedades como la tifoidea, el cólera, la disentería, amebiasis, salmonellosis, shigellosis y hepatitis A. Sin embargo, el desafío está en encontrar un mecanismo que evite las enfermedades, mientras se minimiza la toxicidad del cloro y sus afectaciones ambientales y riesgos carcinógenos.
La Organización Mundial de la Salud recomienda que, para tener la garantía sanitaria de la calidad del agua para consumo y asegurar su efecto ante cualquier contaminación posterior, debe existir un promedio de 0.3 mg/l de cloro residual activo. Lamentablemente, la mayoría del agua que sale de los grifos tiene niveles de cloro por encima de esa cifra y en Panamá se han registrado cantidades que superan los 0.9 mg/kg/día, es decir más de 40ppm. Por eso la razón del desagradable sabor y olor que todos notamos y rechazamos.
El riesgo de consumir agua con exceso de cloro radica en la toxicidad indirecta de sus subproductos. Durante la cloración del agua se produce una serie de subproductos, debido a la reacción del cloro con la materia orgánica que se encuentran en el agua de los ríos. Estos son compuestos orgánicos clorados que están tipificados como depresores del sistema nervioso central y afectan el hígado y los riñones, además de causar daños gastrointestinales y problemas pulmonares. Entre estos subproductos se destacan los clorofenoles, ácido cloro acético, ácido dicloro acético, ácido tricloro acético, tricloro acetaldehido monohidratado, 1-1-dicloropropanona, dicloroacetanitrilo, dibromoacetanitrilo, tricloroacetanitrilo, cloruro de cianógeno, cloropicrin y clorato sódico.
Debido a la toxicidad del cloro, desde los años 70, se realizan estudios epidemiológicos, con el fin de evaluar la relación entre la predisposición de enfermedades y la calidad del agua potable. Los resultados demuestran un ligero incremento en el riesgo de contraer cáncer de vejiga, recto, colon y estómago, así como también la incidencia de polipos, colitis ulcerosa y otros desordenes crónicos intestinales. De igual forma, hay una conexión con las enfermedades del corazón, arterosclerosis, anemia, presión alta y reacciones alérgicas, además del daño a la salud de niños, porque el cloro destruye las proteínas en el cuerpo humano y causa efectos severos en la piel sensible y el cabello.
Todo este tiempo hemos pensado que el cloro es el factor determinante de prevención de epidemias y enfermedades, y nunca imaginamos que sería la razón de muchos padecimientos como alergias, cáncer y asma.
No es coincidencia que, dos décadas después del inicio del tratamiento del agua con cloro, comenzara la epidemia actual de los problemas del corazón y del cáncer. Nadie duda hoy día que el cloro es el disparador de una gran cantidad de enfermedades, al punto que muchos centros de investigación, hospitales universitarios y laboratorios científicos han asignado presupuestos y realizado estudios que demuestran que el exceso de cloro en el agua es un criterio significativo en la incidencia de cáncer y demás enfermedades no transmisibles. Por ejemplo, la Fundación BreastCancer de los Estados Unidos recientemente señaló que un factor común entre las mujeres con cáncer de mama es que todas ellas tienen niveles de 50-60 % más alto de los subproductos de la desinfección con cloro en su tejido graso que las mujeres sin cáncer de mama.
Todos sabemos que el cloro tiene un propósito importante y que es probable que llegó para quedarse. El resultado de no usar cloro en el agua sería brotes de enfermedades transmitidas por el agua como la tifoidea y el cólera, como existía en el siglo 19 y principios del 20.
Pero también es evidente que el exceso de cloro en el agua representa una amenaza muy real y grave para nuestra salud y debe ser eliminado tanto en el agua que bebemos y en el agua de la ducha. La Revista Panamericana de Salud Pública publicó recientemente un estudio que hasta dos tercios de los efectos nocivos del cloro se deben a su absorción e inhalación durante la ducha, precisamente por su naturaleza irritante para la piel, ojos y garganta.
Tenemos la responsabilidad como sociedad de buscar una solución a este problema, antes de que la supuesta medicina termine siendo peor que la enfermedad.
EMPRESARIO