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- 11/01/2015 01:00
Revuelvo la mirada y siento asco
La política se parece cada vez más a una cloaca, donde converge lo peor de lo peor. Lo señalo convencido de que es así, a pesar que nací en una familia donde se hablaba acerca de la política como un mecanismo idóneo para ayudar a los más necesitados. Mi abuelo militó en un partido, al igual que mi padre y mis tíos, y llegaron a ocupar posiciones desde ministros, diputados, gobernadores y contralor hasta candidato a presidente de la República. Siempre fueron honestos y leales a sus principios, aunque algunas veces fueron traicionados por copartidarios y engañados por un sistema corrupto que permite la manipulación de consciencia.
Mi padre fue despojado de su curul en 1968 debido a un golpe militar y en 1984 resultó afectado por el nefasto fraude de 1,713 votos. Igual desaliento recibió mi tío Chinchorro cuando en 1994 el electorado prefirió la nómina ‘El Pueblo al Poder’ que apostar por un ciudadano probo en seriedad y responsabilidad. Repito, la política es una basura. Y no es de ahora solamente. Desde inicios del siglo pasado se dan irregularidad y anomalías. Perplejos quedamos todos al leer sobre la historia política nacional y analizar los desaciertos de nuestros gobernantes y políticos. Ciertamente, la participación abierta de los mandatarios en campañas no empezó con Ricardo Martinelli. Al contrario, ha sido la tónica con la excepción de 1960 y 1994, cuando Ernesto de la Guardia y Guillermo Endara, respectivamente, deciden no apoyar al candidato de su partido. Y cuando llegan al poder, el oportunismo y el clientelismo los aturden. No importan las buenas intenciones ni los discursos electoreros de campaña, siempre terminan ensuciando sus nombres y embarrando la honorabilidad del cargo que ocupan.
Es inconcebible que luego de los gritos de la sociedad por mayor transparencia, los diputados insistan en echarle mano a los dineros del Estado a través del uso de partidas circuitales. Los diputados deben legislar y crear leyes para beneficio de todos los panameños. Tomen el ejemplo de Melena Carles que como diputado y con recursos asignados directamente al presupuesto general del Estado y gestionados en cada uno de los ministerios respectivos, ayudó a construir carreteras, escuelas, parques, mataderos, cuarteles de bomberos y edificios públicos.
Años más tarde, mi tío Chinchorro como Contralor se destacó por su espíritu ahorrativo y su prioridad de adecentar las arcas del Estado. Por supuesto, nunca nombraron parientes cercanos ni abusaron de su cargo para beneficio personal. Pero ahora la política huele a podrido. No han tomado posesión de su cargo cuando ya se reparten el botín y cocinan las alianzas que garantizan la tan cacareada gobernabilidad. No importa el partido que representen, todos son iguales. Siempre con el discurso gastado de que los problemas son del gobierno anterior pero en el fondo terminan haciendo lo mismo y hasta peor: bonos navideños, fiestas en Palacio, viajes al extranjero, nepotismo y contrataciones sin licitación. Y cada vez el nivel de deslealtad y traición es peor. Cualquier parecido con la serie House of Cards, es pura coincidencia. Allí, el personaje Frank Underwood es un fiel exponente del maquiavelismo que quiere acabar con todo los que lo rodea para alcanzar su más preciado objetivo: la presidencia de los Estados Unidos.
Una de sus frases favoritas, ‘la democracia está sobrevalorada’, refleja las habilidades que los políticos utilizan para manejar y aprovechar los hilos del poder. Aunque es un invento de Hollywood, la serie refleja la realidad de la lucha por el poder de la clase política y narra el ascenso a las altas esferas del poder de personas que no dudan en dejar de lado los principios éticos y morales para conquistar metas en su carrera política. Además, la trama también incorpora el papel de los medios de comunicación, que son partícipes de los oscuros intereses que hay detrás de cada decisión política y de las guerras personales entre los miembros de un mismo partido. Ni hablar de muchos periodistas que prestan favores personales y profesionales a los políticos a cambio de obtener información privilegiada. Lo asqueroso de la política es que sus vicios ya están globalizados y hoy día constituyen un universo que corrompe y embriaga.
En Panamá, la política ya es una profesión a tiempo completo en donde la conveniencia y los chanchullos son timbre de orgullo de una clase desprestigiada. El matraqueo es el lenguaje que identifica las relaciones entre los grupos de poder económico. Y el lobby entre funcionarios, diputados y ministros marea hasta a los más honestos y empuja a las campañas las grandes donaciones que luego sirven de moneda de curso para decidir, nombrar y exigir dentro del gobierno. Con esa sensación de insaciabilidad, para los políticos sólo hay una regla: cazar o ser cazado. O peor aún, al estilo de Frank Underwood, los amigos son los peores enemigos. Porque son incontables las historias en que los políticos usan sus palancas y amistades para sus propios y egoístas fines.
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