• 16/02/2011 01:00

Urinarios

La destartalada unidad del Diablo Rojo entró a la calle 23, Este y antes de llegar al ‘mercadito’ de Calidonia, exactamente frente a las...

La destartalada unidad del Diablo Rojo entró a la calle 23, Este y antes de llegar al ‘mercadito’ de Calidonia, exactamente frente a las casetas donde se expende el coco rallado, detuvo la marcha. El conductor bajó, se acercó a un lado de la parte delantera y allí descargó su vejiga para bañar de orine una de las llantas anteriores. Resuelta la molestia, volvió a subir, quitó la palanca de la posición neutral y prosiguió su camino.

Eran las dos de la tarde y los pasajeros debieron esperar que el ‘chof’ terminara la micción para continuar el recorrido urbano.

La escena es cotidiana en el espacio de la urbe capital. En un costado del parque Urracá, en la Cinta Costera, en los corredores, en la sección de la avenida Juan Pablo II, dentro del bosque, o en la Vía de la Amistad se aprecia en cualquier hora del día, taxis, buses o autos particulares y a un lado, hombres que resuelven problemas de ‘plomería’ o urgencias fisiológicas que dejan de ser íntimas para convertirse en públicas.

Nuestro organismo requiere liberar sus aguas residuales y hemos tomado la costumbre de buscar el primer lugar que se nos ocurra para dar rienda suelta a esta extroversión costumbrista, sin advertir que existen locales donde por veinticinco centavos —y que cuentan al menos con un mínimo de gestión sanitaria— se puede satisfacer aquella importante función de desalojo corporal.

La primera vez que visité Alemania, me llamó la atención —además de su cronométrico sistema de transporte— la existencia de sitios para resolver estos ‘apuros’. Los transeúntes entraban al local público, pagaban una moneda a una funcionaria impecablemente vestida (posiblemente municipal) y se internaban para ‘resolver’. La dependiente se aseguraba de que el sitio estuviera muy aseado.

El pequeño espacio urbano era limpio y satisfacía un requerimiento ciudadano tan importante. Luego, me enteré de que en muchas ciudades europeas existían baños públicos, cada uno de acuerdo a las costumbres locales, brindaba diferentes servicios.

En las carreteras —freeways— de Estados Unidos, a cada cierta distancia, se encuentran lugares, como postas para que los conductores hagan un alto y los interesados puedan atender dichos asuntos del cuerpo; además, tomen café, adquieran alguna golosinas o ‘donas’, descansen y luego prosigan su camino.

Cuando en México se empezó a construir el sistema del metro en la década de los setentas, se concibieron las características de las estaciones de ese transporte público que reducía los tiempos de traslado de un punto a otro de la megápolis y se adecuaron áreas en ciertas terminales para la satisfacción de las tendencias mingitorias y otras ‘ganas’ del usuario.

Es por eso que sorprende, que se haya dicho en la Secretaría del Metro en el país, que el modelo panameño no va a contar con servicios sanitarios, porque los flujos de utilización del novedoso transporte, son de un tiempo ínfimo que no hacen necesaria aquella opción. Además, se plantea que de acuerdo con recomendaciones, allí es alto el índice de atracos.

Imagino las portadas de los diarios ‘Apuñalado mientras ‘meaba’ en el Metro’, ‘Lo plomearon cuando se disponía a echar un c...’, ‘Le roban en el servicio de la estación del Metro en Fernández de Córdoba’ u otras peores, según la imaginativa mente de los tituladores.

Todavía estamos a tiempo de que la institución responsable del macroproyecto de transporte, dé una salida a esta urgencia y pueda agregar los espacios para atender aquel requerimiento en los diseños de las estaciones. Peor sería contestar demandas de alguien a quien se le reventó la vejiga, mientras el Metro esperaba que se restituyera el fluido eléctrico y pudiera continuar su marcha, precisamente en su segmento subterráneo.

Es una lástima que no se ayude a resolver ese gran problema de reservorios de las orinas de los ciudadanos locales y visitantes. Se tendrá que hacer evaluaciones exactas cuando se sale de la casa y se utiliza el Metro para ir al trabajo o viceversa, tiempo que en las actuales condiciones de los autobuses es ‘incalculable’.

Usted ahora sabe que con el ‘subte’ (como llaman por cariño al tren subterráneo) va a demorar un tiempo exacto en llegar a su destino. Por favor, tómese un momento antes de salir, porque el final del recorrido será dentro de unas dos horas y hasta entonces, podrá llegar a un baño público.

No ponga en peligro sus tripas, planifique su desalojo líquido y, por favor, no lo practique ni en el parque o la carretera, porque es una malacrianza y un atentado a la sanidad pública.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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