• 28/04/2011 02:00

Para ver a Obama

D ebieron transcurrir 21 meses para que el presidente Barack Obama le diera una cita al mandatario Ricardo Martinelli. Tras repetir en e...

D ebieron transcurrir 21 meses para que el presidente Barack Obama le diera una cita al mandatario Ricardo Martinelli. Tras repetir en el pasado que no le interesaba el tratado comercial, porque solo beneficiaría a las empresas estadounidenses, cuando se produjo el anunció de la reunión, como se ha convertido en hábito, Martinelli trató de falsificar la realidad.

‘No teníamos por qué pedir la cita, si no sabíamos que iba a venir el TLC’, dijo jactancioso. Y descompuesto ante las cámaras retó a quienes ‘se burlaron’, porque no había pisado la Casa Blanca a que lo hicieran ahora que Obama lo había puesto en agenda para este jueves. Sus asesores de imagen verán opacado el show mediático que esperaban montar con la reunión, porque la atención local estará centrada en la boda real de William y Kate.

La cita está relacionada con el envío de parte de la Casa Blanca del acuerdo comercial con Colombia, Corea y Panamá antes de la primera semana de julio para su ratificación en el Congreso estadounidense. Ese compromiso fue parte de la negociación para que la ultraderecha republicana aprobara el presupuesto federal bajo la amenaza de paralizar la administración del Estado.

La acción del ala radical republicana representa también el involucramiento en la política exterior de Obama con las subsecuentes tensiones entre el Departamento de Estado y el Pentágono. Después de crear una fuerza de tarea sobre Panamá, el Pentágono pretende someter al país a la tutela del Comando Sur. Eso significa remilitarizar las relaciones bilaterales con sus destructivos efectos sobre el fortalecimiento de la democracia, la vigencia de los derechos humanos, la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado.

Martinelli abrió la puerta a la militarización de los ejercicios Panamax 2010, la autorización del ingreso del ejército de Colombia en Darién y metió a Panamá en la matriz militar del Pentágono con las bases aeronavales y el maquillado centro regional antidrogas en Cocolí, que será operado por una fuerza de tarea interagencial desde Key West. El inconsulto tratado de intercambio de información fiscal con Estados Unidos, también viola aspectos de la soberanía nacional.

Para reunirse con Martinelli, Obama ha tapado los excesos del autócrata. Los representantes de Washington en Panamá lo han caracterizado como un peligro para la democracia, por convertir en sus serviles a los representantes de los Órganos del Estado. Las implicaciones del nombramiento y destitución del magistrado José Almengor, unida a la designación ilegal e inconstitucional de Harry Díaz como su sucesor, y la manipulación del Ministerio Público representan un déficit democrático e institucional. El régimen actual —en perjuicio principalmente de inversionistas estadounidenses— ha vulnerado garantías jurídicas y empleado a fuerzas de seguridad, agentes judiciales y auditores fiscales como sus gendarmes para eliminar competidores.

Obama no puede mostrar al régimen panameño como un modelo para la región. No puede ser socio confiable un régimen que reprime y asesina a minorías étnicas, que quema vivos a jóvenes en centros de rehabilitación, que intimida y expulsa del país periodistas, cuyas políticas para erradicar la pobreza y la marginalidad consisten en repartir migajas para obtener el favor de las encuestas y fomentar el envilecimiento social.

Tampoco puede serlo un régimen cuyo programa económico es un proyecto de rapiña para apropiarse de la riqueza nacional a través de contrataciones directas y licitaciones opacas y avasallar a los sectores empresariales, sociales y políticos que obstaculizan la consumación de sus propósitos.

Los diplomáticos estadounidenses han descrito a Martinelli como un personaje fuera de control, contradictorio, extravagante, impredecible y vengativo, a quien ‘le importa un bledo la opinión pública’.

Consumido por las tentaciones generadas por el autoritarismo y la corrupción, es una pesadilla que no había vivido el país ni siquiera en los tiempos de la dictadura norieguista. Los mismos diplomáticos han denunciado que el tráfico de personas se ha convertido en un negocio de las autoridades migratorias, y han relacionado altos cargos del régimen con el narcotráfico, el lavado de dinero y el crimen organizado.

En su delirio por destruir la frágil democracia panameña trata de intervenir en las decisiones del PRD —considerado por diplomáticos estadounidenses como la única fuerza capaz de frenar el descontrolado poder de Martinelli— para que escoja un candidato presidencial a la medida del autócrata.

Algo de todo eso será reiterado en los debates para ratificar el acuerdo comercial con Panamá en la Cámara de Representantes y el Senado estadounidenses. Sin duda, en ese escenario los demócratas reivindicarán su defensa de la democracia y los derechos humanos en Panamá y la región.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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