• 14/08/2011 02:00

Se prohibe la entrada a chinos y perros

DIPLOMÁTICO Y ESCRITOR.. Al llegar a Cantón, a orillas del Río Perla, el tercero más largo de China, el escenario parecía sacado de una...

DIPLOMÁTICO Y ESCRITOR.

Al llegar a Cantón, a orillas del Río Perla, el tercero más largo de China, el escenario parecía sacado de una postal: en sus riveras podían verse tienditas y puestos de venta donde un enjambre de personas en camiseta y descalzas gozaba despreocupadamente la vespertina y fresca brisa de mayo, ora pescando ora volando cometas. Quise imaginarme los días en que se iniciaron aquí la Guerras del Opio, que trajeron tanta zozobra y angustia. Pero los paisanos que discurrían al paso de mi vehículo en 1975 parecían muy dueños de su patrimonio, conscientes de que su tierra ya no estaba ocupada por extranjeros y sus tribunales. Los tiempos en 1975 corrían en cámara lenta, contrario a la vertiginosa velocidad de hoy.

Pero la situación, 30 años antes, era muy diferente: Cantón había sido bombardeada violentamente por la aviación japonesa, tras lo cual el Ejército Imperial Japonés ocupó Cantón de 1938 a 1945. Durante los siete años que duró la ocupación genocida hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, entre saqueos, asesinatos y violaciones, el Ejército Imperial Japonés condujo la investigación bacteriológica conocida como ‘Unidad 8604’, una sección de la ‘Unidad 731’, donde médicos japoneses experimentaron con chinos, de la misma forma como los nazis lo hacían con judíos, gitanos y comunistas.

Un filme de Bruce Lee expuso la barbarie de los japoneses, en el cual aparecía un letrero en un parque: ‘Se Prohíbe la Entrada a Chinos y Perros’ (‘No Chinese or Dogs Allowed’). La misma prohibición para los ‘no blancos’ rigió en la época del Gold Roll y el Silver Roll en la Zona del Canal. Para comprender la indignación china, es como si hoy los extranjeros que viven en Chiriquí colgaran un letrero a la entrada de la Feria de David, que alertara: ‘Prohibida la entrada a chiricanos y a los que digan ‘meto’’.

Cuando llegué al hotel, me recibieron unas cincuenta personas, arremolinadas en forma compacta y todas vestidas del mismo color: azul profundo, que era y es el color de la esperanza.

En un gran salón para recepciones estaban los siete intérpretes y, entonces, apareció un paisano vestido de azul igual que todos y quien, con grandilocuencia, exclamó: ‘Señor embajador, Julio Yao, usted es bienvenido por su familia y el pueblo chino a la ciudad de Cantón, para visitar a sus parientes. Soy el alcalde de la ciudad y le doy feliz acogida al hijo del honorable señor Yao Kah Shung, que hace mucho partió hacia Panamá, y especialmente al hermano de Yao A Mak, Héroe Nacional de la República Popular China. Hemos viajado 13 horas por tierra para que usted pueda abrazar a su querida familia y llevar nuestro mensaje a su familia en Panamá. En nuestro pueblo llevamos el registro histórico de la honorable familia Yao y apoyamos la lucha del pueblo panameño por recuperar su soberanía en la Zona del Canal’.

El alcalde le dio entonces la palabra a una jovencita de unos 14 años, que llevaba la boina de la revolución cultural, y quien dijo: ‘Embajador Julio Yao, la juventud del Partido Comunista y del Ejército Popular de Liberación le damos la bienvenida. Soy la responsable de Turismo designada por el Partido para toda la región, y le invitamos calurosamente para que visite la tierra natal de sus padres y antepasados y acompañe a su familia el tiempo que desee’.

Abracé a mis parientes, a la esposa de mi padre y a mis hermanos. Los percibía pobres, pero con una gran dignidad y felicidad en el rostro. Siguió un banquete donde rebosaba la bebida favorita de los campesinos: el vino Mou Tai. Pensando en el sufrimiento de mi padre, que estuvo angustiado por las atrocidades de la guerra y llevaba nueve años de fallecido, no pude contener una lágrima.

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