• 24/08/2011 02:00

La justa sanción de Noriega

EX DIPUTADA DE LA REPÚBLICA.. V iene Manuel A. Noriega. El anuncio inquieta a algunas personas; pero a otros les parecerá un hecho intr...

EX DIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

V iene Manuel A. Noriega. El anuncio inquieta a algunas personas; pero a otros les parecerá un hecho intrascendente. En efecto, de los 3.4 millones de panameños del último censo, más de la mitad —1.8 millones— no supera los 27 años de edad; significa que cuando sufrimos la más cruda represión y persecución política, la mitad de la población actual ni siquiera había nacido. Son cientos de miles de panameños para quienes la historia de Noriega y el daño que causó en nuestro país se les pueden antojar como un cuento de ficción lejano; en cambio, y en especial para los familiares de las víctimas de los últimos cinco años de la dictadura, esos episodios trágicos fueron muy reales y los recuerdos dolorosos no se borran fácilmente. Para esos sobrevivientes, una pequeña dosis de justicia retributiva deberá adjudicar un castigo justo o, cuando menos, de un trato nada especial que lo distinga del común de reos en nuestro sistema penitenciario. La historia se podrá olvidar, pero nunca se podrá cambiar.

Manuel A. Noriega ha sido acusado, juzgado y condenado en tres países distintos. Estados Unidos lo acusó de haber violado su ley penal al permitir el tráfico de drogas por Panamá hacia aquel país y de haber conspirado en esa actividad con connotados capos del negocio. Luego del desfile de decenas de testigos en un largo juicio, fue condenado a 40 años de prisión, finalmente conmutados a 17 años por buena conducta. En Francia, donde adquirió sendos apartamentos en barrios lujosos de la Ciudad Luz, fue acusado, juzgado y condenado por el delito de blanqueo de capital proveniente del narcotráfico. Fue condenado a cuatro años de prisión, sirviendo de hecho sólo un año.

En Panamá ha sido acusado, juzgado y condenado por varios delitos como los asesinatos de Hugo Spadafora, Moisés Giroldi y otros militares, y por enriquecimiento injustificado. Esas condenas arrojan un total en exceso de sesenta años de reclusión en nuestro sistema penitenciario pero, como no ha servido un solo día de castigo en Panamá, la deuda con la sociedad panameña está todavía pendiente.

No se trata de aplicar la Ley del Talión como retribución al sadismo mostrado por sus abusos contra quienes no estaban de acuerdo con él o a los desvergonzados privilegios otorgados a sus adláteres de entonces. Recordemos su cínico grito: ‘A los amigos, plata; a los indecisos, palo; y a los enemigos, plomo’. A pesar de ello, han sobrevenido circunstancias que ameritan otorgarle un trato humano, como el que jamás reconoció y siempre le negó a sus adversarios. Como algo fundamental, nos corresponde rodearlo de adecuada seguridad dentro del ambiente carcelario porque podrá haber quienes, a la primera oportunidad, estén dispuestos a tomarse la justicia por sus propias manos, incluyendo extranjeros con posibles cuentas por saldar. Como gente civilizada, no podemos permitir aquí esa revancha.

Pero tan importante es hacer todo lo posible para no ser responsables por el desmejoramiento de su salud, ya deficiente como lo han reportado personas que lo han tratado personalmente. Tanto un funcionario consular panameño que lo visitó, como sus abogados norteamericano, francés y panameño, se han referido a su mal estado físico, a su debilidad, a su presión alta, al exceso de colesterol y a los derrames cerebrales sufridos que le han dejado inmovilizada una parte de su cuerpo. Las propias autoridades panameñas han manifestado que se le acondiciona una celda, tomando en cuenta especialmente las serias dificultades de movilidad y padecimientos de salud.

Concluyo que para Noriega la justa penitencia que le deparará la justicia retributiva serán días de sufrimiento por las limitaciones y padecimientos típicos de su debilitada salud y por el ostracismo que se puede vaticinar. Pocos serán los verdaderos amigos que se le acerquen con intenciones de hacerle llevadera su existencia porque bien sabido es que la cercanía al poder tiene un efecto embriagador que se esfuma tan pronto el poderoso deja de serlo. Aunque varios pastores religiosos que lo han visitado en prisión afirman su conversión a la fe, un hálito positivo podríamos ver en una declaración pública de contrición de su parte. Se la debe al pueblo.

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