• 05/04/2012 02:00

El amor de Dios

Para ilustrar el amor de Dios hacia los seres humanos, el profeta Ezequiel describió el caso del abandono de un niño al nacer. A ese niñ...

Para ilustrar el amor de Dios hacia los seres humanos, el profeta Ezequiel describió el caso del abandono de un niño al nacer. A ese niño no se le cortó el cordón umbilical, no lo lavaron ni lo envolvieron en pañales. Nadie se compadeció y lo tiraron en un terreno baldío.

Pero Dios recogió al niño, lo lavó y le limpió las manchas de sangre, lo cubrió con bordados y zapatos finos, lo adornó con piedras preciosas y le puso una corona. Lo alimentó hasta que creció extremadamente hermoso. Pero ya adulto se confío en su hermosura y se olvidó de Dios.

Unos seis siglos después de Ezequiel, Jesús exclamó: ‘¡Cuántas veces quise juntarlos como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisieron!’.

Es que el ser humano olvida a su Hacedor. ‘Cada cual se apartó por su camino, más Dios cargó en Él el pecado de todos nosotros’, dijo el profeta Isaías. ‘Fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre Él y por su llaga fuimos nosotros curados’.

Las Sagradas Escrituras enseñan que Dios ama profundamente a los seres humanos en forma individual. Un concepto que no es fácil de asimilar. Como tampoco el fácil reconocer a Dios como Creador del Universo. Si apenas puede apreciarse el Universo como un todo, cuánto más difícil es visualizar a Aquel que lo creó. Pero Dios no solo ha declarado su amor por la Humanidad, también lo ha mostrado de muchas maneras. Por supuesto, la mayor demostración es la Cruz y lo que allí sucedió.

Cuanto más se analiza el carácter divino a la luz del Calvario, más pueden comprenderse las pruebas irrefutables de un amor infinito y de una tierna piedad que sobrepasa los genuinos sentimientos de una madre para con su hijo extraviado.

‘¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en la palma de mis manos te tengo esculpido’, aseguró Jesús. Esa fue la garantía que llevó al salmista David a decir ‘aunque mi padre y madre me dejaren, con todo, Dios me recogerá’. ‘Guárdame como a la niña de tu ojo, escóndeme bajo la sombra de tus alas’, imploró.

Dios no nos ama porque Jesús murió por los seres humanos. Jesús murió en el Calvario por el amor de Dios hacia la Humanidad. Ese amor estuvo eternamente en el corazón de Dios. Solo a la luz del Calvario puede considerarse con San Pablo ‘la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Dios’.

Pero no hay que caer en la tentación de considerar la muerte de Jesús solo como una muestra de amor abnegado. Jesús, el Señor de la gloria celestial, murió por el rescate de la familia humana. Fue contado entre los pecadores para que pudiera redimirlos de la condenación de la ley eterna que había sido quebrantada por Adán y Eva y sus descendientes, quienes se convirtieron en súbditos de Satanás.

Por fe en el sacrificio reconciliador de Jesús, los hijos de Adán pueden llegar a ser dignos del nombre de hijos de Dios. Al revestirse de la forma humana, con la herencia y degradación del pecado, Jesús elevó a la Humanidad. Murió la muerte que el pecado acarrearía sobre todos los seres humanos y puso a su disposición una nueva naturaleza mental y moral.

‘Con amor eterno te he amado, por tanto te prolongué mi misericordia’, expresó Dios a través del profeta Jeremías. ‘No temas, porque yo te redimí, te puse nombre, mío eres tú’. ‘Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé’.

Vislumbrar de ese modo los asuntos espirituales genera sentimientos de gratitud. Se fortalece así la relación con el Creador y Sustentador de la vida y el individuo obtiene destellos de lo celestial mediante la fe y el amor hacia lo divino.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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