• 30/04/2012 02:00

Más sobre el poder

En el cruce de Albrook con Diablo se construye un paso elevado vehicular que, como en toda la ciudad, causa incomodidades a conductores ...

En el cruce de Albrook con Diablo se construye un paso elevado vehicular que, como en toda la ciudad, causa incomodidades a conductores y transeúntes. Todos los días se requiere la presencia de personal del tránsito para agilizar el flujo vehicular. En el equipo de personal que dirige la circulación vehicular labora un agente, ya conocido por la ciudadanía, que realiza sus labores de señalización y guía de una manera muy particular y folklórica. Para algunos, sus ademanes resultan ingeniosos y hasta graciosos. Para otros, no tanto.

Si lees bien sus señas, además de indicar los pasos en cualquier dirección, también pueden ser interpretados de varias maneras (eso lo señalo para darle el beneficio de la duda).

El agente pide que aceleres, te pregunta si estás dormido y algunos conductores hasta leen una señal, muy poco sutil que te pide ‘que te saques el dedo’. El llamativo agente de tránsito ha sido centro de reportajes televisivos en varias ocasiones. Hace algunos años, solicitó la intermediación de un conocido comentador boxístico, ya que había sido asignado a un puesto de escritorio en la sede de la policía. En nota enviada al comentarista de televisión, lo de él —el agente— era estar en la calle. Allí se sentía a gusto. Realizada la gestión debida, se le devolvió a la calle.

No sé si goza su trabajo bajo el sol o la lluvia; entre el peligro del paso acelerado de tantos automóviles; el polvo y el humo de los escapes. Lo que sí leo yo, es su complacencia en la facturación de esa pequeña cuota de poder que ejerce todos los días. Decirle a quién pasar y a quién detenerse. Él no tiene idea de quién conduce qué auto; pero, los ademanes mencionados los espeta por igual.

Cuando no respetamos la cuota de poder para el ejercicio de una función en particular y, cuando no entendemos que es temporal, puede suceder —como generalmente sucede— que abusamos de su manejo, y como señala el famoso dicho, corrompe absolutamente, particularmente cuando es absoluto. Casi siempre se puede emplear para hacer el bien; pero, por algún raro impulso que tiene que ver con las más bajas motivaciones humanas, la gran mayoría obra en detrimento del bienestar de aquellos que sus influencias afectan directa e indirectamente.

Pero, a pesar de que el abuso del poder, lastimosamente, nos ha dejado innumerables ejemplos a lo largo de la historia, en donde el sufrimiento de muchas personas ha durado demasiado tiempo a merced de abusadores que han sido férreos y tenaces, por otro lado y, no tan a la ligera como pudiera parecer, el poder caricaturiza. Algunos de los libros, películas, obras de teatro, parodias y comedia creadas en el devenir de los tiempos, hacen mofa, ridiculizan a personajes que en algún momento creyeron que sus pueblos y el mundo no pudieran existir sin ellos. Me ha causado mucha diversión, en medio de las indignaciones, la serie de caricaturas que han sido publicadas en las últimas semanas, alrededor del Caso Panamá-Italia.

Pero, a manera de ejemplo, la sociedad estadounidense se resiste a aceptar la realidad humana de sus actores políticos. Esa misma sociedad gasta billones de dólares al año consumiendo información de la industria del bochinche y del voyeurismo. Hipocresía sociocultural, ante la verdad intrínseca de su conducta como sociedad. Acá en el trópico somos más sensatos en ese sentido.

John Edwards, excandidato en las primarias demócratas de 2008, aceptó, bajo el acecho de los medios sensacionalistas, que tuvo una relación extramarital, después de negarlo rotundamente. Edwards está en estas semanas defendiéndose en las cortes federales de los Estados Unidos; ya que, el gobierno trata de definir si utilizó fondos federales para esconder su affaire.

Lo revelador y extraordinario del asunto Edwards, no tiene nada que ver con lo extramarital. Confesó que su conducta lo llevó a pensar que: ‘puedes hacer lo que quieras, eres invencible y que no habrá consecuencias’. El poder lo fue consumiendo. Las arengas de sus seguidores, las muchedumbres en las campañas, el acceso que tuvo como candidato a otras instancias del poder político, económico, militar e internacional. Todo esto fue transformando su personalidad, o mejor, sacando a la persona que realmente es. ‘Si queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder. El poder no corrompe, desenmascara’, dijo Pitaco de Mitilene.

No hay diferencia ni allá ni acá. Hay suficientes indicios de que muchas figuras (y figuritas) públicas comparten conductas humanas en las que el manejo del poder les embriaga. Sus carencias emocionales ponen en evidencia sus debilidades narcisistas ensalzados por la caterva de aduladores que los rodea. Esto los lleva a creerse inmunes ante cualquier situación. La actual situación en la que se encuentran sumida la clase política y algunas figuras del gobierno, tiene que ver, ante todo, con un manejo desordenado del poder otorgado.

El poco cuidado y humildad ante las repercusiones legales cuando, en posiciones de poder, no se ejerce un juicio sano y cuidadoso en las relaciones del gobierno con las personas o empresas que pretenden hacer negocios con el Estado, lleva a situaciones como las que vivimos. ‘The measure of the man is what he does with power’. (Otra vez Pitaco).

Podemos hacer señales indecorosas en la calle, en una conferencia de prensa o llegar a las mismas conclusiones que Edwards. Lo cierto es que tarde o temprano, el poder acabará.

COMUNICADOR SOCIAL.

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