• 28/11/2012 01:00

Cigala, flamenco y tango

Una cigala es en España aquel crustáceo de caparazón rosado, más grande que un langostino, que tiene pinzas como una langosta, pero a di...

Una cigala es en España aquel crustáceo de caparazón rosado, más grande que un langostino, que tiene pinzas como una langosta, pero a diferencia de ésta, largas y que corren en forma paralela al cuerpo del cefalópodo, muy apetecido en la cocina de los países europeos.

Con ese apodo es conocido Ramón Jiménez Salazar, de profesión ‘cantaor’, nacido en Madrid, pero que ha cultivado el arte de la música flamenca; considerado el heredero de aquel inmortal Camarón de la Isla. De allí, su nombre que ha quedado marcado en las marquesinas de los escenarios donde ha llevado su talento en la expresión más profunda de los versos gitanos.

Diego el Cigala visitó la capital panameña para ofrecer un concierto y entregar su reciente trabajo dedicado al tango, un verdadero compromiso, pues a partir de la estructura melódica de los ritmos que le son originarios, en la más pura expresión ibérica, propone un acercamiento a las cadencias rioplatenses, a la melancolía porteña que se hacen sonoras a través del piano, el contrabajo y el bandoneón.

Son dos ritmos que se cimentaron en diferentes realidades, pero en épocas semejantes con más fuerza durante la segunda mitad del siglo XIX. Uno, basado en cantes y bailes elaborados por los gitanos de Andalucía a partir de sus costumbres y con influencias árabes, judías y latinoamericanas. El otro, desde la cadencia afrocubana, que surgió en los barrios populares de la capital argentina.

El repertorio del cantaor madrileño se ha ampliado, diversificado con manifestaciones de ultramar, primero con el son, el bolero y la riqueza melódica caribeña. Por eso, hizo un dúo con Bebo Valdés y forjaron el proyecto de Lágrimas negras de Miguel Matamoros, entre otras joyas del romancero habanero. Luego grabó Picasso en mis ojos, dedicado al pintor y hace poco estrenó Cigala & tango para explorar esa composición sureña.

En su concierto estuvo acompañado del pianista Jaime Calabuch, el contrabajo de Yelsi Heredia y la percusión de Isidro Suárez. Incluyó 18 piezas, que empezó con Las cuarenta de Francisco Gorrindo, siguió con la célebre El día que me quieras y de allí continuó con Alfonsina y el mar y Angustia.

El público pudo escuchar su interpretación de Historia de un amor de Eleta Almarán, cuando ya marcaba el segmento de sus trabajos cubanos. Aquí se escuchó Vete de mí, original de Virgilio y Homero Espósito, el éxito de Matamoros y aquella hermosa cadencia de Niebla del riachuelo, firmada por Cadícamo y Gobián y otras como Se me olvidó que te olvidé, Dos gardenias y La bien pagá, de Perello-Mostazo.

La musicalidad de este expositor del ‘canje jondo’ se ve incrementada, pues adapta con la misma profundidad y su voz caracterizada por una ronquera que algunos denominan ‘garganta con arena’ y desde semejante pasión con que entona la lírica andaluza, se proyecta a variaciones que pueden situarse en otros confines y obligan a los instrumentos a variar las claves para darle un nuevo ropaje a su canción.

El cambio de andamiaje armónico no afecta para nada la tersura de este hombre que sentado en el taburete alto, de cabello azabache largo y bigotes, aumenta su expresividad con las manos y se concentra en el sentido de sus textos para verter el sentimentalismo de las canciones; como si las sufriera, con igual congoja o suavemente deslizar el amor al oído de la pareja.

El cantar de Diego el Cigala es multifacético como el espejo poliédrico que irradia diversos climas temperamentales, pero que unifica la sensibilidad, pues captura y envuelve la conciencia de su público en cualquier confín.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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