• 22/12/2012 01:00

Fisuras que ante la impunidad se tornan grietas

El consumismo, ya de por sí exacerbado por la desmesura del capitalismo salvaje que desde hace décadas se ha tomado prácticamente todo e...

El consumismo, ya de por sí exacerbado por la desmesura del capitalismo salvaje que desde hace décadas se ha tomado prácticamente todo el planeta, se sale de madre (se desmadra, dirían los mexicanos) en estas fiestas navideñas cuyo origen surge, paradójicamente, en la pobreza extrema de un pesebre.

Aunque para esta época los comerciantes del mundo, sobre todo en Occidente, se frotan las manos con anticipada fruición y sonrientes preparan mentalmente el auge de sus cuentas bancarias y la multiplicación de sus propiedades, los consumidores caen en un derroche innecesario tratando de aparentar lo que no son y de tener lo que en tiempos normales no tienen, y de paso endeudándose de mil maneras.

Fingir lo que no se es, con ánimo de supuestamente ser mejor querido o admirado, no es más que llenar de estrellitas cursilonas la autoestima y satisfacer por unos días la obsesión del querer quedar bien. Se trata de una actitud larga e inteligentemente inducida por la maquinaria psíquicamente depredadora de las publicitarias, en lo cual por desgracia –de eso viven en buena medida— los medios de comunicación son juez y parte. Así, todos ganan: el comercio, las publicitarias, los medios, y de forma muy fugaz el ego inflado de millones de millones de consumidores en el mundo, quienes en el fondo aparatosamente pierden, a menudo sin darse cuenta siquiera, tal es el grado de su alienación.

En cambio la riqueza del intelecto, del espíritu, de la solidaridad, del amor y de la compasión se anquilosan a diario y, a menudo, desaparecen del todo o quedan transformadas en un ingente espectáculo, en un show mediático montado para impresionar, complaciente y previsible, pero hueco de substancia, vacío de contenidos humanos y estéticos aprovechables. La Cultura misma, como tal, en sus múltiples manifestaciones, se ha visto afectada de manera gradual y altamente perversa y dañina, como muy bien lo estudia Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura 2010) en su más reciente libro ‘La civilización del espectáculo’ (2012). Este destacadísimo autor peruano-español hace notar cómo escapar de los auténticos valores y evadirse del ocio han sido remplazados por una necesidad pujante y desmedida de simple y llano entretenimiento.

Así, todo lo que se vende bien es visto como magnífico y digno de aplauso, e incluso merecedor de mayor divulgación, frente a obras más profundas y relevantes —trascendentes y por tanto memorables— que hacen pensar y sentir, que obligan a reflexionar sobre las crecientes incongruencias del comportamiento humano y las injusticias sociales del sistema depredador que nos domina. Obras que se relegan a la oscuridad debido a una escasa o nula divulgación intencionada o debida a la ignorancia. Y es que, por ejemplo, en el campo de la publicación de libros la imparable impronta del ‘bestsellerismo’ se ha impuesto y se hace pasar por alta cultura, no siendo generalmente más que una mezcla predeterminada de melodramas telenovelescos, modas y costumbres superfluas a las que se b usca imitar o inducir, manuales de una supuesta autoayuda certera, o bien una descarada o sutil catequización doctrinaria (política, religiosa, psicológica, comercial), con ribetes ficticios y manipuladores que buscan pasar por buena literatura.

Para los creyentes, aunque como yo inclinados a cierta dosis permanente de escepticismo, la Navidad, así como la crucifixión y resurrección de Jesús al final de su periplo humano, deben ser tiempos de reflexión sobre los males que nos agobian y acerca de cómo superarlos desde la sensibilidad, la inteligencia, la crítica constructiva y la solidaridad. La egolatría del embrutecimniento comercial, el enriquecimiento ilícito, la impunidad agazapada en la corrupción, así como la explotación de la ingenuidad de los más débiles y su enfermiza vanidad de posesión de lo superfluo, serán siempre fisuras que no debemos aceptar. Hay que cuidar de que no se tornen auténticas grietas, como está sucediendo con los males causados por el ser humano a la Naturaleza, los cuales ésta empieza a devolver multiplicados, convertidos ahora en catástrofes de diversa índole y magnitud.

FILÓSOFO, DOCENTE UNIVERSITARIO, POETA Y CUENTISTA

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