• 10/01/2013 01:00

El poder corrompe

Las cosas deben andar mucho peor de lo imaginado para que Ricardo Martinelli pretenda enmascarar un patrón de conducta seguido en 42 mes...

Las cosas deben andar mucho peor de lo imaginado para que Ricardo Martinelli pretenda enmascarar un patrón de conducta seguido en 42 meses. Cree que con bajar el tono de la confrontación, sus palabras son mágicas y todos deben aceptarlas como sinceras. Pero se necesita mucho más que una nueva consigna para echar tierra sobre la corrupción, los atropellos, las imposiciones y las arbitrariedades.

Sin salirse del guión, Martinelli se jactó de que el suyo es ‘el camino correcto’ y de que todas sus ideas ‘son acertadas’. La práctica ha demostrado que en el Estado únicamente existe su sola voluntad. Ante sus designios, el ciudadano común es considerado un súbdito sin relevancia y aquellos que reclaman son vistos como nocivos porque no coinciden con esa voluntad única que pisotea, humilla y aplasta a quienes lo adversan.

Un régimen cercado por una corrupción incontinente, incapaz de ocultar el rechazo social a la inmoralidad de sus prácticas de dominio político, no puede ensayar por mucho tiempo la careta de moderación y tolerancia. Con una conducta lineal en la que el empleo de la coerción y la represión son sus armas predilectas, resulta inconcebible que mantenga un discurso conciliador.

Si lo que está en la mira es el objetivo de la reelección, es impensable que reciba impulso porque tres de cada cuatro panameños lo rechaza y anhela que termine la pesadilla que ha significado el régimen de Martinelli. Eso lo tiene desesperado porque, además, el tiempo se agota y no cuenta con un candidato que mantenga a CD en el poder en el 2014.

Mientras tanto, buena parte de los recursos del Estado desaparecen en un sumidero de corrupción, como si fueran un catálogo de bienes por adquirir en función de una franquicia quinquenal sometida a una descomunal rapiña. En los hechos, una banda de cleptócratas ha confiscado la economía. Impera un ambiente de total discrecionalidad, que ha deformado las instituciones democráticas, al concentrar el poder en manos del Ejecutivo, transformando el Legislativo en un mero tramitador y convirtiendo al Poder Judicial en una prolongación ortopédica del Palacio de las Garzas.

Este régimen no gestiona política, produce hechos. Lo que caracteriza al conjunto de las acciones del Gobierno no es ni su ideología ni su política ni, por supuesto, su inconsistente proyecto. Es su conducta. Una conducta cada vez más fuera de control. Instancias como la Contraloría General de la República y el Tribunal de Cuentas han quedado reducidos a cómplices de la depredación de quien concentra todo el poder del Estado.

Cuando se afirma que el poder corrompe, no solo se entiende en el sentido corrupto de obtener beneficios económicos indebidos. Tiene que ver con algo más profundo relacionado con depravar, envilecer o podrir a quienes lo ejercen, su entorno y sectores de la sociedad. El poder también corrompe los procesos mentales de quienes lo detentan, lo que provoca dificultades para considerar el punto de vista de los otros. El poderoso deja de comprender cómo los demás ven las cosas, qué piensan y cómo sienten.

Asesorado por expertos en imagen política que lo estrenaron en el campo del prestidigitador o del ilusionista, Martinelli cree ahora que el arte de gobernar consiste en realizar una sucesión de trucos para que aparezcan y desaparecen derechos y patrimonios, amigos y enemigos, noticias y silencios.

Incapaz de articular un discurso coherente durante una función completa, practica números aislados y vistosos para mantenerse en el centro del escenario. La oscuridad de la sala no le deja percibir, sin embargo, que el auditorio ha ido vaciándose, y que su espectáculo es solo aplaudido por el escaso público de las primeras filas de una platea integrada por ridículos admiradores de gestos esperpénticos.

El régimen no representa a la mayoría ciudadana que aspira a compartir un proyecto de futuro común. ‘Hay panameños que nunca se rinden’, reconoció Martinelli con desagrado. Ese es el ejemplo de Changuinola, la comarca Ngöbe Buglé y Colón. La esperanza es que la sociedad, a través de sus expresiones políticas, gremiales y ciudadanas, deje a un lado la indolencia y ejerza formas de control sobre el poder. Hay que rescatar el Estado para regular el poder. Esa es la principal tarea en este nuevo ciclo electoral que se avecina.

PERIODISTA

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