• 18/01/2013 01:00

‘Todos queremos lo mismo’

Decía el presidente Ricardo Martinelli en su mensaje, en un tono conciliador, sin quitarle los ojos de encima al discurso que leía conce...

Decía el presidente Ricardo Martinelli en su mensaje, en un tono conciliador, sin quitarle los ojos de encima al discurso que leía concentradamente. Los partidos de oposición y los medios —repitió hasta la saciedad— queremos lo mejor para Panamá. Fue un discurso diametralmente opuesto a los que pronunció en sus intervenciones anteriores en el hemiciclo, los que se caracterizaron por ataques a sus adversarios políticos, a empresarios, dueños de medios y periodistas.

¿Por qué ese viraje? Es la pregunta que flota en el ambiente. Quien piense que ha habido un cambio en el proyecto de poder de Ricardo Martinelli peca de ingenuidad; ningún tigre se vuelve vegetariano.

La apuesta que hay es el tiempo que durará Ricardo Martinelli controlado por sus nuevos asesores en estrategia política. Una de las razones de la inesperada candidez es que el capo mayor, a pesar de sus millonarias campañas publicitarias no logra despuntar en las encuestas de opinión y ni su partido ni sus candidatos presidenciales, logran alcanzar un porcentaje alentador que amerite ponerle el gato político, para subirle la popularidad.

En medio de esta realidad, el capo ensayaba la posibilidad de impulsar a un panameñista —no precisamente Juan Carlos Varela—, haciéndole la corte a Alberto Vallarino y ordenando a sus empleados del Molirena y a Mireya Moscoso, a preparar las condiciones a favor de éste para garantizarse una salida que, además de mantener su proyecto con vida, lo deje dormir sin sobresaltos en los próximos años y seguir, por supuesto, esquilmando el presupuesto nacional. ¿Habrá algún arnulfista que no se sienta tentado a escuchar esa posibilidad?

Otra de las razones de esta máscara de cordero podría ser el escándalo de Financial Pacific, que ha puesto a Panamá nuevamente en los titulares de los medios internacionales, que lo destacan como implicado en hacer uso de información preferencial del mercado de valores para favorecer sus intereses. Es muy difícil aplicarle el beneficio de la duda a Ricardo Martinelli, dado su conocido historial de empresario y de político ‘gridi’ en cuanto a negocios se refiere.

Las casualidades en contra del presidente Martinelli abundan. Primero, el inefable Moncada, el gran mandadero del reino de los capos, desfachatadamente acepta un recurso de quienes están siendo investigados por supuestos delitos financieros; y lo acepta suspendiéndole a la Superintendencia de la Bolsa de Valores la facultad para investigar a empresas y sus directivos cuando se sospecha que no hacen las cosas transparentemente.

En segundo lugar tenemos las ‘oportunas’ declaraciones del entonces procurador Ayú Prado, convertido en defensor de oficio del presidente Martinelli, cuando señaló de ‘bochinche de piso’ las declaraciones de la niña Pellegrini y recibiendo de éste instrucciones escritas para echarle tierra al asunto.

En tercer lugar, la misteriosa desaparición del auditor de la Superintendencia que descubrió los supuestos delitos de los directivos de Financial Pacific. ¿Se lo tragó la tierra o estará en algún lugar del norte como testigo protegido, como señala retozonamente una glosa de cierto medio de la localidad?

Pero la mayor de las casualidades que llamó la atención fue el apego a la lectura de los discursos. Hay que recordar que antes en Colón había leído uno, en el que tomaba prudente distancia del escándalo.

En el de la asamblea jamás se salió del guión, habló de sus obras, de lo bueno que somos sus opositores, los medios y los periodistas y las coincidencias entre todos por un mejor Panamá. Todos esperábamos —hasta con cierta impaciencia— el momento del embarre. La catilinaria presidencial no llegó, para frustración de algunos.

El guión corderil terminó a la perfección: saludos afectuosos a sus compañeros de gobierno; besos y abrazos a los legisladores del PRD —no así a los panameñistas— y conversaditas a los oídos como para recordar compromisos pendientes. Todo iba bien: Camacho era el único intranquilo esperando el final del sainete, hasta que apareció Jesús preguntando insistentemente a Ricardo Martinelli sobre la ‘inoportuna noticia’ publicada ese día por La Prensa sobre él y sus vínculos con Financial Pacific.

La pregunta rompió el encanto del sainete publicitario que se había montado. Camacho y la seguridad presidencial embutieron a empujones al presidente en su auto, que se retiró con la cara desencajada y con mirada torva, convirtiéndose en mueca el slogan de que ¡todos queremos lo mismo! Como si los demás se chuparan los dedos.

MIEMBRO DEL PRD

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