• 28/02/2013 01:00

Un presidente acorralado

La realidad —esa que desde el inicio de su régimen ha tratado de falsear— está golpeando de frente y sin frenos a Ricardo Martinelli. En...

La realidad —esa que desde el inicio de su régimen ha tratado de falsear— está golpeando de frente y sin frenos a Ricardo Martinelli. En reacción, se justifica, embiste y ultraja. ‘A veces a uno lo acorralan’, bramó. Por eso atropella, violenta y compromete la convivencia entre los panameños.

Está acorralado por su talante antidemocrático y por las sospechas de que ha empleado el poder para negocios personales, para favorecer a familiares, allegados, socios nacionales y extranjeros. Está acorralado porque ha convertido la corrupción en una política oficial. Pretende transformar en virtud ciudadana esa perversión institucional, ese relajamiento de los controles y la ausencia de rendición de cuentas.

Martinelli está acorralado porque se ha burlado del pacto ético que impulsa la jerarquía católica, pese a que algunos de sus líderes no ocultan su complicidad con el régimen. ‘No sé ni qué dice el pacto ético. Me acuerdo que ni lo firmé en el 2009’, dijo con sorna. Al negarse a suscribir el pacto ético el próximo 6 de marzo, como acordaron los partidos políticos opositores, Martinelli quiere imponer una censura a las denuncias de actos de corrupción —que cada día estrechan más el cerco sobre su conducta inmoral— antes de que sean publicadas por los medios de comunicación.

Está acorralado porque no tiene otro candidato presidencial que no sea él mismo y está ensayando con la primera dama, Marta Linares, mientras gana tiempo para tratar de torcer la Constitución Nacional y lograr que la Corte Suprema de Justicia respalde su reelección. Entre tanto logró que el Órgano Judicial remitiera a la Procuraduría General de la Nación la denuncia penal que interpuso en mayo pasado demandando la separación del cargo de los magistrados del Tribunal Electoral. El caso es tener a mano algún recurso para impedirle llevar adelante el proceso electoral del 2014 a los magistrados que no le son afines.

Martinelli está acorralado por los conflictos, producto de su insensibilidad social y su desprecio al sentir ciudadano. Eso lo saben los pueblos de Changuinola, los Ngäbes y los colonenses. En lugar de buscarle solución, Martinelli tensa cada día más la cuerda en una apuesta deliberada que puede estallarle en las manos como una bomba de tiempo.

Está acorralado por su fracaso en el sistema educativo, convertido en un mecanismo para perseguir y despedir. Un sistema que acumula como resultado exclusión, deserción y fracasos. Ese fracaso se reproduce en los servicios de salud pública. Mientras se publicita la atención primaria, no hay programas eficientes de prevención que incluyen agua potable, vivienda digna, trabajo decente y acciones que garanticen la seguridad ciudadana.

Martinelli está acorralado por su falta de previsión en casos como la interrupción del servicio eléctrico del lunes en la tarde. Así como ha sido un fracaso el sistema de transporte público que ha significado la destitución o renuncia de cuatro directores en 43 meses de régimen, debería despedir a los responsables de la Empresa de Transmisión Eléctrica y de la Autoridad de los Servicios Públicos. Su incompetencia queda manifiesta en el hecho de que durante el régimen martinellista ha habido más cortes del fluido eléctrico que en los tres gobiernos anteriores.

Está acorralado ante la incapacidad de bajar el costo de la canasta básica, porque es parte del problema, no de la solución. Para agravarlo, el responsable de la Autoridad de Protección al Consumidor y Defensa de la Competencia actúa más como empleado de Martinelli que como funcionario público.

Martinelli está acorralado porque, a pesar de que el país muestra cifras históricas de crecimiento económico, ese crecimiento solo queda en los números y en el incremento de la riqueza del 1% de la población. La gran mayoría es víctima de un problema estructural de distribución, lo que no es viable ni sostenible para un país que cada día se asoma más al abismo de una explosión social.

Un régimen acorralado es doblemente peligroso, sobre todo cuando está derrotado socialmente. Sin embargo, retiene todos los recursos del Estado, el instrumento perseguidor del fisco y la justicia y la fuerza represiva de los aparatos de seguridad. Lo que le queda al colectivo social es organizarse políticamente para propinarle una derrota electoral que ponga fin a este paréntesis en la vida nacional que no imaginó el país ni en su peor pesadilla.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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