• 09/09/2013 02:00

La representación pervertida (1)

Para nadie es un secreto que la calidad de nuestros órganos públicos y de manera muy especial, la Asamblea, han venido en picada desde h...

Para nadie es un secreto que la calidad de nuestros órganos públicos y de manera muy especial, la Asamblea, han venido en picada desde hace algunas décadas. Pero no se trata solo de un asunto personal, de mayor o menor congruencia política, o de la mejor selección de las personas que sean electas. Hay que introducir también en la discusión otros factores que favorecen una representación ficticia como la que tenemos.

Asombrosamente en nuestro país los diputados y diputadas no son los representantes del pueblo que los eligió, en realidad no elegimos representantes sino partidos políticos chicos o grandes. Votamos, en teoría, no por representantes sino por partidos con candidaturas, propuestas y programas elaborados por una ‘elite’ empresarial y política, cuyo único interés es acrecentar o construir un patrimonio a costa del erario público.

El compromiso de los diputados y diputadas no es con sus electores, sino con sus partidos y, sobre todo, con quienes llegan a ocupar la Presidencia de la República, a quien deben, en la gran mayoría de los casos, los fondos de sus campañas y gran parte de sus fortunas. Todo ello bajo el manto, primero de las ‘partidas circuitales’, y hoy ‘contratos’ y ‘ayuditas comunitarias’, que salvo en muy contados casos, llega realmente a la comunidad de la cual siempre se ‘sirven’ para ser electos.

Todos hemos visto cómo, y de manera más frecuente que esporádica, las mujeres y los hombres que integran la fracción parlamentaria del partido oficialista, y en algunos casos de lo que aquí se autoproclama ‘oposición’ terminan siendo compañeros de viaje del gobernante de turno. Unos viajes que la mayoría de las veces es para recreo personal o para hacer negocios, porque como se ha dicho, el país se promueve gracias a una página web que nos costó un millón de dólares. Y salió barata, porque pudieron ser cinco en medio de tanto cinismo y desfachatez. De todas maneras, ellos piensan, se trata de un pueblo imbécil que se contenta con una botella de ron o una lata de cerveza o de seco.

Nunca como ahora, los electores, los supuestos representados, han sido tan ignorados. Aquí la gente se cuenta como votantes no como ciudadanos y ciudadanas. Y ni siquiera eso, sino pregúntenle a la contralora cuántos somos. Esa es la cruda realidad.

Estamos en medio de una crisis y a nadie parece importarle un carajo. Quienes nos des-gobiernan se han desconectado por completo, tanto de la gente pensante como del mismo pueblo y la clase marginal, que al parecer todavía no se ha dado cuenta de que son solo una escalera más para ascender al poder.

La situación es más complicada en nuestro medio, porque no tenemos partidos políticos reales, sino grupos empresariales con ambiciones e intereses de saquear la cosa pública. No tienen la capacidad de afrontar ninguna amenaza que desde dentro o desde afuera se plantee para acabar con todo. Y lo que es peor de todo, un rector electoral cuya única función es proteger los sacrosantos intereses de una partidocracia que es la génesis de toda la corrupción existente.

Como lo dijo una vez ese émulo de la Gestapo alemana que controla la seguridad pública, el narcotráfico está penetrando campañas y a políticos. Y no solo los narco-lavadores hacen de las suyas, también la narco-guerrilla anda en lo propio, la mafia y otras lacras ya están en Panamá.

El día que se cansen de seguir manteniendo a sus sicarios y mandatarios, sencillamente se tomarán el poder muy fácilmente y no cabe la menor duda de que ellos sí saben lo que es ‘servir y proteger’: servir droga en bandejas de plata, y protección de las autoridades para no ir presos. ¿Qué sentido tiene entonces la representación? Sino lo creen, pregúntenle al ocupante más famoso de El Renacer, porque, aunque no lo crea mucha gente, aquí se estableció por algunos años un narco Estado que se movía detrás del poder verdadero. ¿Llegaremos a lo mismo?

Con un Órgano Judicial que está arrodillado y obedece solo las órdenes del Ejecutivo, que tiene en un puño a una Asamblea plagada de nulidades, corrupta y sin posibilidades ni interés de producir una sola decisión que sea favorable al pueblo, es imposible negar que en Panamá estamos viviendo una crisis de legitimidad que ha afectado a todos los sectores de la vida nacional.

Ya no se trata de la percepción de corrupción, que por sí implica un desgaste social más profundo que el derivado de la acción política. Ahora tenemos hechos concretos de corrupción que son aupados y protegidos abiertamente por las autoridades. Existe una verdadera falta de virtud para realmente querer hacer bien las cosas, para soñar un mejor país. La impunidad es la reina.

No hay derechos que defender, solo existen intereses que proteger a la hora del reparto del botín. Las autoridades ya no son funcionarios ni servidores públicos, se han convertido, poco a poco, en depredadores la cosa pública. Con poder absoluto gracias a las atroces reglas creadas solo para delimitar muy tenuemente las funciones fiscalizadoras y de control de los órganos del Estado a quienes corresponde tal tarea.

ACTIVISTA SOCIAL.

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