• 27/09/2013 02:00

Cuando un padre no te reconoce...

Es duro, es difícil. Había escuchado historias de personas que se pierden en su mundo; es un escenario donde vienen y van los recuerdos,...

Es duro, es difícil. Había escuchado historias de personas que se pierden en su mundo; es un escenario donde vienen y van los recuerdos, o no se atina a dar coherencia a las ideas. De repente una sonrisa; un movimiento que para uno es familiar; una frase que se creía perdida o una postura que se pensó no ver jamás. Tal vez el lector haya relacionado el titular de este escrito con aquellos padres irresponsables que niegan a sus hijos, pese a su parecido e incluso a los resultados de una prueba de ADN.

En mi caso, puedo decir con orgullo, que tengo un padre excepcional; de él aprendí el valor de la verdad, franqueza, desprendimiento, solidaridad, bondad, entrega, compañerismo, honestidad, rectitud y sobre todo, de la lealtad. Siempre luchando a favor de los que más sufren y menos tienen. Mientras muchos se adhirieron a los golpistas de 1968, él emprendió una cruzada para que se respetara la voluntad del pueblo reflejada en las urnas. Empeñó su patrimonio, puso en riesgo su vida y fue un seguidor de la doctrina del doctor, Arnulfo Arias Madrid.

Cuando se desempeñó como gerente general de Cemento Bayano, en el gobierno de Guillermo Endara Galimany, expuso que de privatizarse esa empresa debía ser pensando en los mejores intereses de la ciudadanía. Los expertos del momento la valoraron en menos de veinte millones de balboas y hasta se insinuó una venta directa, decisión que mi padre rechazó. Frente a las presiones decide renunciar, no sin antes explicar por qué Cemento Bayano tenía un precio mayor. Esa postura derivó en una subasta que al final hizo que una empresa mexicana se hiciera de la cementera por casi 60 millones de balboas. Juliao Gelonch tenía razón.

Como ministro de Hacienda y Tesoro, en el último año de Endara, se opuso a la intención de poderosos interesados en hacerse de bienes que por ley no se podían vender. En el gobierno de Mireya Moscoso presentó un plan de rescate financiero que de haberse acogido hubiese resultado en la disminución de la deuda externa, la construcción de un metro, mismo que entonces no superaba los 300 millones de balboas, así como en mayores recursos para la inversión y la inserción del país al exclusivo grupo de aquellos con Grado de Inversión.

Era enemigo de las contrataciones directas; como ministro de Economía y Finanzas le tocó rechazar muchas y en su lugar exigir a los funcionarios la realización de concursos de precios. Como titular de Obras Públicas fue el impulsor del Puente Centenario, que ahora sirve de desahogo para quienes viajan al interior. No he leído la placa que descansa en esa estructura, pero bien haría el gobierno en distinguir esa estructura con el nombre de Víctor Nelson Juliao Gelonch. Pocos conocen los intereses oscuros que tuvo que sortear, más, con la empresa encargada del diseño, a la cual amenazó con aplicarle la fianza de cumplimiento si continuaba en su afán de obstaculizar la obra.

Mi padre se aventuró a correr por la candidatura presidencial por el Partido Arnulfista en 2004. Como un caballero, a carta cabal, decía a los convencionales, una vez terminaba de presentar sus planes: ‘Vayan, escuchen a los otros dos contendores, analicen mi propuesta y luego escojan la mejor’. Esta experiencia le lleva a conocer la decepción política más grande de su vida. Le escuché una frase que se grabó en mi corazón: ‘Uno encuentra a los adversarios en los partidos opuestos, pero los enemigos están a tu lado’. Él contaba con la mayoría de los convencionales, mismos que salían en televisión dando testimonio de ese apoyo. Luego de esas apariciones los maquiavélicos de siempre se dieron a la tarea de quebrar brazos, amenazando con quitar prebendas, trabajos, etc. Ese episodio fue, tal vez, el más doloroso en toda la vida política de mi progenitor.

Hoy el guerrero de mil batallas está librando la última. Se pierde, se va, de repente me reconoce, otras veces no. Hace dos meses le dieron dos semanas de vida; su gravedad nos llevó a buscar iglesia, pedir a un cura la Unción de los Enfermos; allegados le obsequiaron un manto sagrado el cual pasaron por todo su cuerpo. Solo Dios tiene la respuesta para ese gran ciudadano; luego de presentar problemas de respiración, dificultad para comer y de movilidad y otros, se convierte en el Ave Fénix. Para mí fue como el resucitar de Lázaro.

No puedo ocultar el dolor que me provoca verlo así; pero me conforta comprobar que no tiene sufrimiento físico, por el momento. Ya camina, come sin mayor dificultad y le han dado algunas vueltecitas por el barrio. Aprovecho para agradecer a quienes se han preocupado por él, en especial a su esposa, quien lo cuida con abnegación y ternura.

Padre te amo como nunca.

DIPUTADO DE LA REPÚBLICA.

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