• 14/12/2013 01:00

La fiesta donde el homenajeado no está

El premio Nobel de Literatura ha mantenido una oscilación difícil de descifrar. Por un lado, el máximo galardón de las letras ha recaído...

El premio Nobel de Literatura ha mantenido una oscilación difícil de descifrar. Por un lado, el máximo galardón de las letras ha recaído sobre escritores muy jóvenes, como Albert Camus, que lo recibió a los 44 años; y por otro, se ha ido a los extremos, caso como el de Doris Lessing, que lo mereció a los 87 años.

Lessing, al igual que otros laureados, por la quebrantada salud y la avanzada edad, no pudo asistir a Estocolmo para la entrega del premio, la cena y el pronunciamiento del esperado discurso. Este año, hace pocos días, la canadiese Alice Munro tampoco pudo viajar a Suecia. Pero la fiesta se celebró sin ella.

Las celebraciones pintorescas y emotivas como las de Gabriel García Márquez y Orhan Pamuk han quedado en el pasado. En parte, porque el comité que lee las obras y elige al ganador del $1.2 millones se inclina por escribas octogenarios y con padecimientos graves. Dentro de estos casos está el del dramaturgo Harold Pinter, que lo recibió en 2005 y falleció tres años después de cáncer.

De cualquier forma, la entrega de un Nobel de Literatura es una maquinaria comercial que desempolva todo lo que rodea al escritor. A la menor brevedad posible se reeditan todos los libros con los cintillos alusivos y se adelantan los títulos de las obras que el laureado piensa escribir. Pero esto no es aplicable a todos los casos. Hay escritores que se desaparecen del mapa y tardan años en dar señales de vida. Pamuk es uno de estos, publicó su última crónica de amor en 2009.

El nobel peruano, Mario Vargas Llosa, está en la esquina contraria. Después de recibir el premio que le quebraba los nervios, ha continuado frente a su ordenador el mismo tiempo que antes. En su última visita a Panamá dijo que teme que no le alcance la vida para escribir todo lo que tiene en la mente. Apenas tiene 76 años y una salud que no le impide cumplir con los viajes de promoción de sus obras.

Escribir, para algunos nobel no tiene edad. Nadine Gordiner, sudafricana de 90 años, ha señalado que su lucha aún no termina. Aunque hace años que no escribe libros, se mantiene al tanto de lo que pasa en su país. De quien hemos perdido el rastro es de la austriaca Elfriede Jelinek, quien tampoco viajó a Estocolmo a recibir el premio. Adujo que sufre agorafobia y pasa la mayor parte de su vida encerrada en su residencia.

Munro recibió el galardón un año después de haber dejado de escribir, en 2013. El año pasado, a los 81 años, decidió cerrar la fábrica de la escritura. ¿Qué diferencia habría en su obra si el Comité la hubiese laureado a los cincuenta o sesenta años? Nadie sabe, pero lo que sí es conocido es que a algunos les ha dado la tranquilidad para dedicarse exclusivamente a crear los mundos que solo se viven en las páginas.

He conocido que al menos un panameño, de más de 60 años, espera todos los años la llamada desde Estocolmo. Esa llamada también la esperó Jorge Luis Borgues durante toda su vida. Nunca le timbraron, ni siquiera para jugarle una broma de esas que matan. A Vargas Llosa, la mañana que le sonó el teléfono le pareció que era el final de la piedra de toque. No era el desenlace del cuento que lleva el nombre de la columna del peruano. Era el avisador del premio Nobel que le anunciaba que finalmente tenía lo que le hacía falta.

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