• 30/12/2014 01:00

La Brújula de la Nacionalidad - 50 años de conciencia

Ser alguien. Ser algo. Esa es la aspiración del individuo, la del colectivo, cada vez que se conjuga el verbo ‘aspirar a’, la proyección...

Ser alguien. Ser algo. Esa es la aspiración del individuo, la del colectivo, cada vez que se conjuga el verbo ‘aspirar a’, la proyección de nuestros anhelos. En nuestro cultural concepto del tiempo, una línea que une nuestro pasado heredado, nuestro presente, nuestro futuro soñado. Lo sueña el pobre, lo sueña la clase media, lo sueña el rico, lo sueña cualquier religión o credo, no suficientemente conscientes de que sus intereses y aspiraciones acaso pueden ser complementarias, no solo enfrentadas; que pueden intersecarse y complementarse, no siendo necesariamente ejemplos de lucha descarnada y salvaje, sino plasmar una convivencia civilizada en el mejor sentido de la palabra.

Al cumplirse en breve los 50 años de la gesta nacionalista de 1964, debemos no solo conmemorarla y honrarla de manera testimonial y superficial, sino hacer acto de consciencia de lo que ello significó y significa, lo que con ello se logró y hemos alcanzado, de lo que queda por hacer cinco décadas después. Hemos de hacerlo todos: los que lo vivieron en primera línea, los que crecimos con el proceso, los que solo lo han leído en los libros de Historia, y lo que más demuestra nuestras debilidades, los muchos que lo desconocen por completo. ¿Por qué? Porque a todos nos incumbe tener opinión, y ejercerla, sobre qué tipo de país queremos tener, qué país tenemos, sobre qué queremos de la vida, cómo nos relacionamos como compatriotas y conciudadanos, cómo lo hacemos con otras naciones.

Si nacimos en un tumulto de descontento social, intereses económicos criollos y foráneos, en un tablero de ajedrez político de potencias — en el que aún continuamos — llegó ese instante de nuestra Historia en que tuvimos alma, cuando el muñeco cobró vida propia, adquiriendo voluntad al abrir los ojos. Quisimos ser alguien. No una sola vez, sino muchas, hasta que el 9 de Enero de 1964 dijimos ‘hoy somos y estamos’.

Aquella afirmación exigía respeto, algo que no se suplica. Respeto hacia una identidad, hacia unos derechos y opiniones como Nación de facto ocupada por un sistema apartheid colonialista impuesto desde fuera, sobre el propio más discretamente instaurado. Respeto a decidir hacia dónde queríamos llevar al país y de qué forma. Respeto hacia unas leyes internacionales, que, si no se ejercen, carecen de significado.

La sociedad y el Gobierno llegaron en ese momento a una sincronización por definiciones básicas compartidas y asumidas. Cinco décadas después nos debemos examinar a consciencia y señalar lo que hemos hecho bien y aquello en lo que hemos fallado. Precisamente ese examen y la aplicación de sus conclusiones será el mejor homenaje a quienes ese día de manera generosa dieron, literalmente, su vidas por la Patria. Y en este ejercicio de honestidad, saber qué papel nos compete como sociedad y Nación, en la construcción de nuestro país, el que heredarán nuestros hijos y nietos.

Si la Historia es la resultante de las voluntades enfrentadas o coordinadas, el ejercer la opinión propia y meditada es el primer paso hacia configurar el mañana. Para eso es necesario conocer el pasado, nuestras raíces, y así valorar el presente de manera madura y equilibrada. Aquella gesta imprimió sello definitivo a la Identidad panameña, fue punto de inflexión social y política, proceso y resultado en sí misma.

Cambió la imagen que Panamá tenía de sí misma y ante los ojos del mundo; cambió las circunstancias políticas internacionales, aquellas que denunciaban el estatus colonialista que quedaba después de la 2ª Guerra Mundial y que dio paso al Movimiento de los Países No Alineados, aquellos que no veían como destino ineludible el someterse a los bloques enfrentados de la Guerra Fría. Cambió la forma y decisión con que la República de Panamá creció sobre la sombra de la realidad que se la había impuesto desde su nacimiento.

Así, cuando se recuperó formalmente la integridad del territorio nacional aquél glorioso 31 de diciembre de 1999 y se asumió, con la correspondiente responsabilidad entrenada y probada, el Canal de Panamá, se culminó una lucha transgeneracional por la Soberanía, pero no se detuvo la Historia. Terminados los fastos, tuvimos que operar el Canal y articular el desarrollo de la franja central del país, secuestrada durante un siglo a la voluntad nacional. Aquí es donde debemos preguntarnos si ese proceso de lucha del siglo XX ha tenido continuidad y propósito en el siglo XXI.

¿Hemos conseguido como país poner al servicio de nuestro desarrollo integral la recuperación de nuestro principal recurso? ¿Se han solventado las carencias que teníamos antes del año 2000? ¿Se ha dado a todos los panameños la oportunidad de acceder a los medios que como sociedad nos potenciarían en su conjunto? ¿Tiene la República de Panamá margen de decisión propia en lo que concierne su desarrollo nacional?

Vaya por delante que hemos demostrado sobradamente capacidad para la exitosa gestión del Canal, nuestra tarjeta de presentación, conformado un equipo 100 % nacional, profesional, capacitado y motivado. Todo un orgullo. Pero, ¿es esto suficiente para alimentar la autocomplacencia?

Decía el político francés Charles De Gaulle, héroe de la 2ª Guerra Mundial y presidente de la República francesa, que ‘solo se consiguen cosas grandes con grandes hombres, pero éstos lo son tan solo cuando están decididos a serlo’. Sirva esta exhortación a atrevernos a ser honestos y a preguntarnos si hemos hecho en conjunto todo lo que podemos para engrandecer a nuestra Patria, para construir un país mejor, para dar sentido al sacrificio supremo que nuestros compatriotas ofrendaron el 9 de Enero de 1964.

Esta fecha no debe ser un día feriado más, sino un día de reflexión sobre quiénes somos y qué queremos ser: un día para mirarnos al espejo y decidir sobre nuestras vidas y el destino de nuestro país.

MÉDICO Y EGRESADO DEL INSTITUTO NACIONAL — 1976.

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