La cantante argentina Nicki Nicole resalta la importancia de mantenerse “con los pies en la tierra” en una entrevista con EFE por su visita a México, donde...
- 03/10/2019 19:14
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Decenas de detenidos llenaban las cárceles del país. Los agentes de la policía intervenían las conversaciones telefónicas privadas. Los principales diarios estaban censurados. La población, en apariencia apática, estaba atemorizada.
‘Estamos protegiendo la vida y tranquilizando a la población', era la respuesta José María Pinilla, vocero del nuevo régimen militar instaurado en Panamá el 11 de octubre de 1968.
Los militares se estrenaban como burócratas con muy poca experiencia; no sabían cómo dar seguimiento a proyectos en marcha; a la falta de dinero para hacer frente al déficit financiero. Estados Unidos había renovado las relaciones, pero no la ayuda económica.
Pero, en medio de las dificultades, el nuevo gobierno se consolidaba durante las primeras semanas. Fue a finales de noviembre, cuando el movimiento que había surgido sin otro aparente objetivo que sobrevivir los embates del doctor Arias, empezó a dar forma a una especie de ‘revolución moral' ante una ciudadanía lista para ese mensaje.
‘Esto es una Revolución', anunció Boris Martínez, coautor del golpe junto con Omar Torrijos, en diciembre de 1968.
Pero, su compañero Torrijos condicionaba sus comentarios: ‘No somos comunistas. No vamos a intentar poner un régimen como el de Cuba en Panamá. No vamos a apropiarnos de ningún comercio', decía el coronel a los medios de comunicación internacionales y locales, días después de una horrífica matanza en la ciudad de México y de un golpe de estado en Perú y en momentos en que eran conocidos los esfuerzos cubanos por exportar su revolución.
El tipo de revolución que el nuevo gobierno intentaba impulsar no era comunista sino moral: la persecución de queienes no devolvían los libros de las bibliotecas públicas, el retiro de máquinas de pinball de los sitios públicos, (‘para no corromper a la juventud'), la imposición de multas a los que infringían las normas de tránsito.
‘La corrección moral parece ser uno de los argumentos que esgrimen los nuevos amos militares de Panamá en busca del respaldo de un país en el que la corrupción ha sido casi institucionalizada‘, decía la prensa estadounidense.
El nuevo gobierno hacía alarde de sus esfuerzos por reducir el gasto público, recolectar impuestos ‘a todos los sectores', de purgar la planilla de ‘botellas', lo que, supuestamente, permitió recuperar un millón de dólares al mes.
En la Caja de Seguro Social, que estaba en déficit, se hizo una limpieza de gastos para intentar salvar su situación económica.
El cierre de la Asamblea Legislativa redujo la planilla estatal en 1,300 empleados (que tenía un promedio de 30 empleados por cada uno de los 42 diputados).
‘Nos movemos rápido porque no tenemos mucho tiempo', decía Torrijos, aludiendo a la promesa de hacer elecciones en 1970, después de que se ‘limpiara' la contaminada maquinaria de conteo electoral.
Mientras el nuevo gobierno militar se consolidaba, en Washington se sucedían los informes de inteligencia que intentaban interpretar para el presidente estadounidense el significado de los sucesos.
En la mañana del día 5 de noviembre de 1968, antes de que Lyndon Johnson llegara a la Oficina Oval, ya en su escritorio reposaba el Reporte del Día de la CIA: ‘El gobierno (de Panamá) no ha dado indicios de ser anti-estadounidense, pero los coroneles que ahora controlan el país tienden a ser más nacionalistas y más difíciles de manejar que sus predecesores civiles'.
‘Los líderes de la Guardia Nacional, de 5 mil hombres, luchan con la poco familiar tarea de correr un gobierno. Los autores del golpe, los coroneles Torrijos y Martínez, dan la apariencia de unidad, pero existen reportes recurrentes de rivalidad entre ambos. Ambos son ambiciosos, pero Martínez parece ser más agresivo y más ávido de colocar a sus seguidores en posiciones de mando'.
‘Torrijos y Martínez han mostrado antipatía por la rica oligarquía, cuya posición de privilegio político ha disminuido considerablemente desde el golpe. Sin embargo, estos movimientos de fuerza parecen provenir principalmente de Martínez, que tiene una reputación de honestidad, cosa rara entre los políticos panameños'.
‘No obstante, creemos que un gobierno dominado por Martínez probablemente empujaría el paso de la reforma, y haría la coexistencia entre las élites y la estructura militar más difícil'.
‘Torrijos es más dado a lidiar con la vieja guardia de políticos y menos inclinado a presionar por cambios profundos. Martínez, por otro lado, probablemente recurriría a métodos armados para obtener lo que quiere'.
El gobierno intentaba dar una apariencia de unidad, pero debajo de la superficie se cocían rivalidades y diferencias de pareceres, especialmente sobre el giro que debía tomar la política de Estado.
La primera crisis sobrevino el 8 de diciembre, con la renuncia de varios de los miembros del gabinete de civiles, a raíz de la detención y exilio de un grupo de figuras relacionadas con los gobiernos de Marcos Robles (1964-1968) y de Arnulfo Arias, a los que se acusaba de malversación de fondos.
Entre los presos figuraban Azael Vargas; el director del Idaan, Federico Guardia; el director de la CSS, Laurencio Jaén. Al exilio, había ido otro tanto, entre ellos Jorge Velásquez, antiguo director del Banco Nacional y ex embajador de Panamá en Estados Unidos.
‘No es persecución, se trata de deslindar responsabilidades, de establecer en la mente de los panameños de hoy, y por siempre, el concepto de que los dineros públicos son sagrados y no pueden ser usados para beneficio personal... ‘, señaló Omar Torrijos en relación a las detenciones.
El asunto tomó más fuerza cuando se llamó de vuelta al país – aun no había presentado sus credenciales - al conocido empresario Roberto Alemán, nombrado embajador de Panamá en Estados Unidos por el depuesto presidente Arias.
Igualmente, de forma sorpresiva, a Gonzalo Tapia, pariente de Torrijos, nombrado cónsul en Nueva York, se le impuso arresto domiciliario.
La renuncia forzada de monseñor Tomás Clavel, arzobispo de Panamá también llamó la atención.
El 20 de enero, un artículo publicado en la prensa estadounidense sugería qué era lo que pasaba en el país: el gobierno panameño ‘estaba convirtiéndose en la dictadura de una sola persona': Boris Martínez.
"Boris Martínez es un militar de carrera de 37 años, que ‘odia a los monos gordos' de la oligarquía panameña"
Boris Martínez, autor principal del golpe, era un militar de carrera de 37 años, que según la prensa estadounidense ‘odiaba a los monos gordos' de la oligarquía panameña, indicaba un cable de la agencia NANA, publicado en numerosos diarios estadounidenses el 23 de febrero de 1969.
El mismo artículo describía a Martínez como un ‘hombre inteligente, pero duro e inmisericorde, que no respetaba ninguna opinión que no fuese la suya (el doctor Nicolás Ardito Barletta, en su libro, Huellas, relata que cuando explicaba a Torrijos y Martínez cómo podía ser saneada la economía panameña, Martínez se negó a escucharlo porque ‘el tenía sus propias ideas').
Martínez albergaba muchos rencores. De joven, el militar, nacido en una familia de clase media, había querido estudiar medicina. Logró obtener una beca para hacerlo, pero la perdió cuando tomó parte en una manifestación de estudiantes izquierdistas. Posteriormente obtuvo otra, pero para la milicia.
Con el tiempo, su ideología transitó desde el izquierdismo, hacia el facismo, reportaba otro cable de la agencia AP.
Pero la figura de Martínez era respetada por las tropas, y según el recuento del coronel Amado Sanjur, estaba relegando a Torrijos ‘a la ociosidad y al consumo de tabaco y licor'.
Pero las decisiones drásticas de Martínez empezaron a provocar escozor dentro de las filas de la Guardia Nacional, entonces inmersa en el desorden institucional y confusión de funciones.
Según Sanjur, varios oficiales corrieron la suerte de quedar ‘relevados de sus cargos, presos o enviados al exilio', solo por articular un comentario que no fuera de su agrado.
En una ocasión, continúa el coronel, el mayor Bolívar Rodríguez le comentó a Martínez: ‘Bueno, ya se dio el golpe, ahora, ¿Cuándo se van a hacer las nuevas elecciones?'.
Esto, según Sanjur, fue suficiente para que Martínez lo mandara a la cárcel y al exilio.
Martínez tampoco gustaba demasiado de los estadounidenses y no le agradaba que estos estuvieran cerca de sus cuarteles, ni que sus hombres asistieran a los actos oficiales de la Zona del Canal, como siempre se había hecho.
En una ocasión, según relata el coronel Sanjur, Martínez prohibió que se dejase a los militares estadounidenses entrar a los cuarteles.
‘No veo dónde está escondida la bomba atómica', le respondería su subalterno, haciendo el gesto exagerado de levantar el mantel de la mesa para mostrar que no había ningún explosivo debajo.
A esto, Martínez le respondió de forma brusca: ‘Tu no eres más que un vendido'.
Pero el coronel no se intimidó y con un manotazo en la mesa le espetó: ‘Ya tenemos frentes de enemistad con los políticos, los profesionales, los comerciantes, el clero, los estudiantes y el profesorado, el cuerpo diplomático y otros más. No debemos seguir peleando contra de todo el mundo …'.
Supuestamente, según el mismo relato, Torrijos, que estaba presente, lo habría apoyado.
El destino de Martínez quedó sellado el 21 de febrero de 1969, cuando anunció por cadena de radio y televisión sorpresivamente que el gobierno nacional iniciaría una reforma agraria.
El 26 de febrero de ese año, 4 meses y 15 días después del golpe de Estado, Torrijos llamó a Martínez a su oficina, con la excusa de que ‘necesitaba mostrarle algo'.
"los mIembros del Estado Mayor me esposaron me amordazaron con una larga pieza de esparadrapo militar, me montaron en un avión DC-3 y me enviaron a Miami”
De acuerdo con el mismo Boris Martínez, quien ha dado su versión de los hechos: "los miembros del Estado Mayor [...] me esposaron, me amordazaron con una larga pieza de esparadrapo militar [...] me montaron en un avión DC-3 y me enviaron a Miami[...]”. Allá fue recibido por Fernando Manfredo y Roberto Alemán quienes, le ofrecieron la embajada que él quisiera.
Martínez contó (al periodista Amílcar Santamaría) haberse negado a esa “grosera transacción” y, acto seguido, ingresó a EU.
El exilio de Martínez puso todas las riendas del ‘proceso revolucionario' en las manos de Omar Torrijos Herrera.
El 17 de marzo de 1969, un cable de los periodistas Frank Mankiewicz y Tom Branden, publicado en la prensa estadounidense describía a Torrijos de la siguiente manera:
‘Es el comandante de la Guardia Nacional de este país de 1.2 millones de habitantes. Es, sin duda, el jefe de estado, primer ministro y presidente, aunque no ostenta ninguno de estos títulos. Corre el país desde sus barracas, donde a menudo duerme en las noches'.
Con el poder del Estado en sus manos, la Guardia Nacional bajo control, el país apaciguado, las relaciones diplomáticas restablecidas, pocos días después del minigolpe contra Martínez, alguien le preguntó a Torrijos: ¿Cuál es el próximo paso, comandante? A lo que el militar mirando, reflexivo, hacia el horizonte, le respondió: ¿Y qué harías tú?