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- 14/06/2017 02:05
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Como jugador de ajedrez, Manuel Antonio Noriega se jactaba de ser un gran calculador. Algunas veces las jugadas le salían bien. Para mejorar su condición social, apoyado por el entonces mayor Omar Torrijos, su jefe militar en Chiriquí, se casó con Felicidad Sieiro. La atractiva maestra de escuela, de tez blanca, pelo negro y ojos cafés, era hija de un modesto inmigrante español y vivía cerca del cuartel. Su hermano Ramón era gerente de la Caja de Ahorros en David. Noriega la había conocido dirigiéndose a la escuela.
A veces la recogía al salir de clases y la llevaba a la casa en su motocicleta. En ese entonces, Noriega vivía en un cuarto por el que pagaba $20 mensuales.
‘Se creyó un semidiós y como un improvisado pintor se quedó pegado a la brocha, cuando ya no tenía escalera',
OYDÉN ORTEGA
EXMINISTRO
Para que la familia Sieiro no lo rechazara, pidió por medio de Torrijos la mano de Felicidad.
‘Mira lo que me ha pedido Noriega, ahora quiere que yo vaya a la casa de Felicidad para pedirla en matrimonio. Siempre metiéndome en líos', dijo en esa ocasión Torrijos a su amigo Rori González. Ambos fueron a pedir la mano de Felicidad. Se casaron en 1966.
Cuando un grupo de militares trató de derrocar a Torrijos, un año después del golpe de Estado de 1968, Noriega hizo nuevamente buenos cálculos. Fue uno de los hombres que facilitó el retorno triunfal de Torrijos, al darle su apoyo militar —según González por miedo o ante la presión popular— en el momento crítico. Pero se dice poco del respaldo brindado a su hermano Luis Carlos, quien había sido nombrado Ministro de la Presidencia por los complotados.
En otras ocasiones los cálculos le fallaron. Durante la campaña electoral de 1985 en la que Óscar Arias corría para la presidencia de Costa Rica, Noriega hizo circular en la prensa internacional una encuesta dándole el triunfo. Además, en una de las empresas que controlaban los militares en la Zona Libre de Colón se imprimieron 100,000 camisetas y gorras como apoyo a la campaña de Arias. Una vez en el poder, Arias fue un duro crítico de la dictadura de Noriega.
PRACTICANTE DE SANTERÍA
Las aficiones de Noriega por la santería eran públicas. Se remontaban a 1963, cuando conoció en David a una espiritista con la que tenía sesiones de médiums, practicaba meditación trascendental y ejercicios de yoga.
Como jefe militar recibía a cuanto mentalista, adivino o astrólogo visitaba el país. La pitonisa colombiana Regina Once se reunió con él en diciembre de 1989, dos semanas antes de ser derrocado. Le aconsejó usar ropa interior de color rojo para alejar los malos espíritus.
El expresidente Ricardo De la Espriella recordó que Noriega llevaba siempre un amuleto dentro de las botas, otros pegados al brazo y al muslo. Le gustaba regalar rosarios, collares y brazaletes para la buena suerte.
Noriega era implacable con quienes consideraba sus enemigos. En el ocaso de su régimen, definió su método de acción: al indeciso, palo; al enemigo, plomo; y al amigo, plata.
Tras su derrocamiento, el coronel Eduardo Herrera descubrió en la casa de Noriega en Amador, cocos con alfileres, frascos con huesos de muertos y varias velas con nombres. Entre esos estaban el del propio Herrera y el de Joao Baena Soares, en ese entonces secretario general de la OEA, quien había intentado negociar la salida de Noriega. Además, había cien grilletes.
Noriega tenía muchas facetas. Rara vez mostraba sentido del humor. Era suspicaz y desconfiado. En público, era reservado, difícil de penetrar. No se le sacaban más palabras que simples monosílabos. No miraba a los ojos durante una conversación. Siempre estaba distante, con una risita cínica en el rostro.
‘Noriega se manejaba con intrigas', relató el general Rubén Paredes, ‘metía miedo a los oficiales'. Pero también daba prebendas y complacía a quienes lo apoyaban. ‘Para que te defiendas tienes que darme y te doy para que me defiendas', era su filosofía.
El expresidente Nicolás Ardito Barletta lo recordó como un individuo astuto, operativamente inteligente, pero poco estratégico. ‘Eso lo demuestra el hecho de creer que no iba a caer, pese a que destruyó el país y se burló de todos'. Pero también como un conspirador, desarticulador y conocedor de las debilidades humanas.
Si no podía sumar a alguien a su bando, trataba de comprarlo. De lo contrario, operaba el chantaje. A un exministro que se negó a aprobar una transacción porque la consideraba corrupción, le envió una fotografía en la que el funcionario aparecía desnudo en una cama con una mujer que no era su esposa. ‘Para refrescarle la memoria', decía una notita. No hubo necesidad de insistir.
A la periodista panameña Itzel Velásquez, luego de un reportaje crítico al dictador, hizo que le pintaran de blanco el vidrio delantero del automóvil y colocaran una bolsa de jabón en polvo en el interior. En el asiento encontró una notita: ‘La próxima vez no será jabón'.
Su último vicepresidente, Carlos Ozores, lo describió como un hombre enigmático. Leía mucho, pero no era culto ni genuino. No sentía lo que decía. Reconoció que Noriega tenía una memoria extraordinaria. Cuando veía a una persona con la que hacía tiempo no hablaba, le señalaba el lugar, fecha y hasta el tema que habían tratado en esa ocasión.
GRANDILOCUENCIA Y AMANTES
Le fascinaba echar mano de la grandilocuencia en los actos públicos, pese a ser mal orador. Y aunque se perdía entre los papeles de un discurso, la gente que lo rodeaba aplaudía para complacerlo. Nadie lo contradecía, ni le refutaba sobre puntos que él creía correctos. ‘Hacerlo significaba estar en malas con el MAN', decían quienes lo conocían. Ni siquiera los miembros del Estado Mayor se atrevían a discutir sus decisiones. Desfiguró entre ellos el principio de autoridad y hería su amor propio insultándolos con palabras obscenas.
En sus discursos era común que usara términos astrales como acimut, iguales a la palabrería empleada al llegar a la comandancia de las Fuerzas de Defensa en agosto de 1983. ‘Al despuntar el alba —dijo en esa oportunidad— a la hora del dios de nuestros corazones, hice la confesión de Tony Noriega al dios de Panamá y al dios del Universo. Presenté mis transgresiones y pedí mis leyes morales para tratar, dentro de lo humano, mantenerlas'.
Le gustaba aparecer en público con mujeres altas, rubias y hermosas. Con una de sus amantes, Magdalena Kusmicic, una joven de origen croata, tuvo el único hijo varón que se le conoció. Convirtió en Miss Panamá 1986 a una estudiante, Gabriele Deleuze, a quien tenía becada en París. Vicky Amado, la amante oficial de Noriega, tuvo que compartirlo hasta el final, pues pocos días antes de ser derrocado lo acompañaba una pediatra, hermana de un político izquierdista.
Hay quienes lo recuerdan como un padre cariñoso con sus tres hijas: Lorena, Sandra y Thais. Sandra era la consentida. Lo acompañaba a los consejos de gabinete y los interrumpía cuando quería irse a casa. Una vez se le oyó decir: ‘Calabaza, calabaza, cada uno para su casa'. Noriega levantó la sesión.
La boda de Sandra a finales de 1987, con el hijo del excomandante de las Fuerzas Armadas de República Dominicana, fue un episodio extravagante. Como le gustaba a Noriega. La invitación fue acompañada de una botella de champaña rosada, hecha exclusivamente para la ocasión de una cosecha encargada en Reims, Francia. Como etiqueta, cada botella traía estampado el nombre de la pareja. Los invitados especiales también recibieron una bandeja de plata.
La fiesta de bodas iba a realizarse en uno de los salones del Centro de Convenciones Atlapa, pero Noriega no contó con la ira de sus opositores políticos, quienes amenazaron con realizar una manifestación de protesta frente a lugar y arruinarle así la fiesta a Sandra. No quedó otro remedio que celebrar la boda en un recinto privado y más pequeño.
GUSTOS POCO REFINADOS
Hasta finales de la década de 1970, Noriega vivió con su familia en una modesta casa en las cercanías de la Universidad de Panamá, valorada en $40,000. Pero quería estar más cerca de lo exclusivo y se mudó a una nueva que compró por $90,000 en Altos del Golf, en tiempos en que ningún miembro del Estado Mayor vivía en esa exclusiva zona residencial. Tras múltiples remodelaciones y redecoraciones, la residencia multiplicó varias veces su valor original.
Aunque era amigo de lo suntuoso y extravagante, no tenía gustos gastronómicos refinados. Felicidad recordó que los domingos le gustaba comer espaguetis con pollo o carne de res. Le fascinaban los plátanos fritos, las sopas de verduras y el bistec picado con papas y salsa de tomate. En las mañana, desayunaba con frituras de harina, maíz tierno y chicharrones. Una dieta que alimentaba su acné. Durante el día acostumbraba beber whisky escocés Swing. Con las comidas tomaba agua o té.
Carlos Duque comentó que conversó con Noriega el día de la invasión estadounidense. ‘Me dijo que iba a visitar a unos sindicalistas en Colón donde le habían preparado un almuerzo con carne de tortuga con coco'.
Todos los que tuvieron estrecho contacto con Noriega recuerdan que dormía muy poco. Lo despedían a las tres o cuatro de la madrugada y lo encontraban a las ocho de la mañana, en alguna de sus oficinas. Era común que leyera de pie la abundante información que le proporcionaban sus ayudantes.
A una periodista que le pidió que se definiera como persona, le contestó: ‘Ego sum qui sum. Yo soy quien soy, siempre he sido así. Tengo mis características propias'. Se jactaba de ser el menos malo de los demás jefes militares. El único capaz de contener a ‘las otras bestias', como llamaba a sus subalternos.
RETAZO DE FEUDOS
González lo describió como ‘un gato solo, un hombre solitario'. Pero, por sobre todo, era un hombre débil de carácter. Rómulo Escobar, quien trató de negociar con el Gobierno de Estados Unidos una salida honrosa para Noriega, lo definió como un individuo que dejaba flotar las intrigas y rivalidades.
‘Bajo su régimen, todos conspiraban contra todos. Eso debilitaba y desgastaba a Noriega. Pero creía que allí radicaba su poder. Pensaba que él era quien los controlaba a todos', dijo Escobar.
Pero en la realidad su régimen era un retazo de feudos en los que cada oficial militar o dirigente político oficialista tenía su propia agenda y no respondían, al final, a nadie. Noriega no podía imponer su jerarquía en un sistema que había constituido para que nadie gobernara. No tenía otro proyecto político que no fuera permanecer en el poder.
La verdad es que su régimen nunca tuvo una definición. El exministro Oydén Ortega dijo que a Noriega ‘le quedó grande la camisa de comandante y más la de político'. Siempre fue, con mucho, un semimilitar, un semidictador, un semilíder, un semibudista, un semivegetariano, un semitodo, pero nada completo. ‘Se creyó un semidiós y como un improvisado pintor se quedó pegado a la brocha, cuando ya no tenía escalera', afirmó Ortega.