‘Aquí no hay farmacias, pero hay diez cantinas’

Actualizado
  • 21/10/2012 02:00
Creado
  • 21/10/2012 02:00
PANAMÁ. Desde el portal de su casa, a unos cuantos metros de la Iglesia de San Felipe Neri, Josefa Chifundo observa a los comerciantes i...

PANAMÁ. Desde el portal de su casa, a unos cuantos metros de la Iglesia de San Felipe Neri, Josefa Chifundo observa a los comerciantes instalar sus puestos de buhonería en cada esquina de Portobelo.

Como todos los años, el pueblo entero se prepara para recibir a miles de devotos del Cristo Negro que, a pie, en carro o de rodillas, se acercan a pagar los favores concedidos o a pedir nuevos milagros.

Pero esto no durará mucho, pues llegada la tarde del 22 de octubre, cuando incluso las fiestas y la música hayan terminado, las dos mil 800 personas que habitan el lugar volverán a ser olvidadas, como lo están el resto de los once meses y pico del año. ‘Se vuelve un pueblo fantasma’, asegura Josefa con nostalgia, ya que durante sus 78 años de vida ha visto cómo poco a poco la comunidad ha ido emigrando hacia la ciudad de Colón en busca de nuevas oportunidades porque, según ella, ‘en Portobelo no hay nada que hacer’.

Un caso particular es el de Julio Morales, un portobeleño raizal de 58 años que ha pasado la mayor parte de su vida fuera de su pueblo como buhonero, igual que sus padres cuando él era chico. ‘Las cosas eran diferentes en ese entonces. La gente se dedicaba a la siembra y a la pesca, pero el costo de la vida fue subiendo y ser agricultor se volvió demasiado caro’, recordó Morales. ‘Ahora, desde que los muchachos crecen un poquito se van a trabajar a la Zona Libre y se olvidan que Portobelo existe. Los pocos que quedan se dedican a cuidar las islas que están a los alrededores y que han sido vendidas a los turistas’, aseguró el vendedor mientras organizaba los 18 litros de agua que llevó desde la ciudad para beber durante las fiestas, pues allí, con las malas condiciones del acueducto, no se atreve a ingerir ni una gota del grifo.

‘Pero ni los turistas visitan Portobelo como antes’, agregó Chifundo, quien ve a los gobernantes como los responsables de la situación.

MÁS DE UN CULPABLE

Según José Ortega, párroco de la Iglesia de San Felipe Neri, el abandono por el que pasa Portobelo tiene mucho que ver con el ‘poco interés’ del gobierno por conservar el monumento histórico y Patrimonio de la Humanidad que allí reposa; sin embargo, también está marcado por las malas prácticas de los habitantes, quienes en lugar de surgir siguen otro derrotero. ‘Aquí no hay ni un almacén ni una farmacia, pero sí hay diez cantinas. Si hay una emergencia, nos podemos morir porque no hay una aspirina. Mientras el centro de salud, después de cierta hora, cierra, las cantinas y casinos se llenan’, dijo el cura no sin antes agregar que es una situación por la que pasan muchos pueblos en todo el país.

LA AYUDA QUE NO LLEGA

Carlos Chavarría ha sido alcalde de este distrito colonial en varios períodos. Desde su perspectiva, pese a que las autoridades han intentado hacer cosas en beneficio de Portobelo, existen algunas cláusulas, respecto a la conservación del patrimonio histórico, que les impide el mejoramiento del pueblo.

‘No se puede hacer nada sin tener que pedirle permiso a la Autoridad Nacional del Ambiente y a la Autoridad del Turismo en Panamá, quienes siempre dan una respuesta negativa a lo que pedimos’, aseguró Chavarría, quien pese a ser de la coalición política gobernante, reconoce que no hay partidas presupuestarias, destinadas al distrito, y cuando las hay, son insuficientes.

‘Cuando se dio el aumento salarial estatal, pedimos al gobierno que se nos diera un subsidio de $261 mil dólares anuales para cubrir los gastos del funcionamiento del lugar; sin embargo, han pasado dos años y no se nos ha dado nada’, detalló el alcalde, a la vez que atribuyó a la falta de agua potable y a la inseguridad las razones por las que el turismo haya mermado y, por consiguiente, disminuyan los ingresos municipales.

Con esto coincide el padre Ortega: ‘tenemos un municipio pobre, que aunque quiera ayudar, sus esfuerzos no dan para mucho’.

Mientras esto ocurre, Julio sigue armando su puesto de buhonería, con la esperanza de que algún día Portobelo ‘vuelva a ser el sitio en donde la gente vivía tranquila sin ninguna preocupación’; al igual que la señora Chifundo, quien desea que Portobelo, de una vez por todas ‘deje de ser un pueblo dormitorio y se convierta en una ciudad bien estructurada’.

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